Amaneció

20 de julio 2008

Amaneció tirado en el suelo. Abrió los ojos y el brillo de mediodía le dañó los ojos. Se sentía confuso y no pudo reparar hasta pasados unos segundos que era el teléfono lo que le había despertado. Dejó de sonar y empezó a ser consciente de lo que hacía allí. Tres cajas de Sinogan 25 en el suelo, todos los blister abiertos y una botella de Johny Walker a medias. El teléfono comenzó a sonar de nuevo. Intentó incorporarse, pero le dolía todo el cuerpo. Un olor ácido a vómito derramado por la camisa le revolvió de repente las entrañas. Riiiing, riiiing.

Alargó el brazo y desgarró el teléfono de la base- ¿Si?

– Hola, Miguel?; soy Rosa de la ofi. ¿Estás bien? Como no llegabas me preguntaba si no estarías indispuesto o qué. ¿Te acuerdas que hoy teníamos la reunión con los de la agencia? -no daba oportunidad para la respuesta.

– Sí, ya, Rosa. Lo sé. Me siento algo mal esta mañana. Dile a Juan que tal vez hoy no llegue, que mañana regreso.

– Ok, ¿necesitas algo? En serio, dime si quieres,…

– No Rosa, gracias. Estoy bien. Tan sólo me levanté un poco cansado. Anula las reuniones de hoy para mañana.

Nada más cortar el teléfono no pudo contener un lloro amargo. Como de otra vida.

Tiempo 2. Chronos

30 de junio 2008

Tic, tac, tic, tac,…

Saturno devoraba a su hijo, descarnando cada músculo, arrancando en jirones las extremidades del joven, lánguido como un trozo de algo que iba a menos, derramando su sangre entre los dedos de su padre…

… tic, tac, tic, tac.

Elipsis

26 de junio 2008

Próxima estación Ríos Rosas… -cantaban los megáfonos en el techo del vagón.

Leía el periódico de su vecino. La primera ola de calor azotaba España y las principales playas del país estaban llenas de gente buscando el mar. La previsión del tiempo, con temperaturas que habían alcanzado los 40 grados en zonas como Andalucía, había hecho que Sanidad lanzase una serie de recomendaciones para ancianos o niños.

…Próxima estación Gran Vía…

Estaba seguro que habían sido sólo cuatro líneas de periódico; dos minutos y medio a lo sumo, si tenía en cuenta que leía por encima del hombro de una chica delante de él y que necesitaba volver a leer alguna frase dos veces. Pensaba en la ola de calor y si no estaría produciendo también allí, treinta metros bajo tierra, algún extraño fenómeno de distorsión del tiempo.

Published in: on junio 29, 2008 at 1:36 am  Comments (1)  
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Arrugas en Brooklyn

23 de junio 2008

Veía llover sobre los cristales de la ventana. La única ventana en su apartamento  de Franklin Street. Llovía a mares. Buscó una toalla para ponerla bajo el marco de la ventana. El granizo golpeaba contra el cristal y en agua empezaba a calar. A través de la lluvia el semáforo con la Sexta cambiaba rítmicamente rojo, naranja, verde. Coches, que paraban conteniendo el rugido de sus motores, bajo un gran cartel que tapaba una mediana en el viejo barrio. «Fruits now comes with attitude». Rojo, naranja, verde. Rojo, naranja y verde. En intermitencias sobre su cara, que ahora se reflejaba en la ventana como en un espejo. Por primera vez tuvo constancia de las arrugas de su cara.

El preciso momento

19 de abril 2008

Rodeaba la esquina de la casa grande y lo ví: la valla para la contención de la obra había cedido posiblemente por el torrente de agua caído el día anterior. Se había hundido varios metros cayendo a la gran hondonada que alojaría los aparcamientos. De lujo, como toda la casa. Y me asaltó una vieja cuestión. No se si a Eco o Calvino le oí hablar de esta historia hace tiempo: la reflexión en torno al momento justo en que un cuadro cae. El preciso momento y las causas que lo provocan. Todos los cuadros, sostiene la teoría, aferrados a una puntilla en una pared, tienen un momento exacto de su vida en el que se desploman. Un preciso instante en el que la puntilla, vete a saber por qué extraña razón, se deja vencer, tal vez agotada por el cansancio, aquejada de una enfermedad, o por un descuido, y se descuelgan. Y mueren. Y desencadenan una catástrofe. Plass. En un sólo segundo. Nadie sabe cuándo se produce y muchas veces, y he ahí lo fantástico, sin obedecer a razón aparente. Simplemente caen; unos segundos antes firmes, resistiendo las fuerzas ancestrales de la gravedad, y al segundo rendida al suelo. No son esos cuadros con los que alguien tropieza y los tira, ni los que se ven sometidos a los efectos de un terremoto o los de un rápido desalojo. Son aquellos otros de vida anodina, en un pasillo cualquiera, de una casa cualquiera no especialmente bulliciosa, ni animada. El típico cuadro sobre el que, antes que le ocurra este peculiar fenómeno, nadie antes había reparado.
En casa seguía dándole vueltas a la teoría de la puntilla y el cuadro e intentaba imaginar el momento justo en el que la valla de la casa en reforma se desprendía, zasss, dejando tras de si, un reguero de barro, agua y chapas por el suelo. Parecía que no había tenido más consecuencias. Tan sólo había arrastrado los metales. Pero intentaba imaginar, si en ese momento hubieran coincidido el último hálito de la valla, con el de la estructura de la fachada: en alguna grieta oculta para los ojos de los operarios y arquitectos que la habían apuntalado, se fraguaba una catástrofe. Como en una peli de las de Hitchcock un reloj contando marcha atrás con grandes números rojos. Y en la punta de los bornes dos cables atados a una carga de dinamita. Lo difícil era adivinar qué marcaba aquel contador. Seguro que lo tenía. No sólo las puntillas, los cuadros, las vallas, las fachadas. Todos tenemos un contados de números rojos que van marcha atrás.
Inmenso en tan surrealista diatriba, la bombilla sobre mi cabeza se dejó llevar. No sé cuánto tiempo llevaba resistiendo a la tentación. Y se fundió. A oscuras respiré y le di las gracias: no hubiera sabido terminar.

Published in: on abril 21, 2008 at 4:04 pm  Deja un comentario  
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En calcetines

29 de marzo 2008

Nos habíamos deslacazo a la entrada en una especie de rito esotérico que casi todos quisimos ver más como un juego sexual. Nos quedamos con las ganas. No tenía más explicación, un juego, algo que nos uniese o tal vez para tener un contacto más directo con el suelo. Celebraba su treintaseis cumpleaños y ya iba siendo hora de sentar cabeza pensé, o de poner los pies en la tierra, or el símil. O sexo o psico, no hay más. La cuestión es que uno a uno iba pidiendo a los invitados que pasaran al dormitorio y se descalzaran. A Paloma fue a la que más le costó trabajo descabalgarse de aquellos quince centímetros de tacón de aguja. Se sentía menuda y rechoncha sin sus botas, como en la playa pero con vestido de noche. Llevaba sin verla desde hacía una docena de años y estaba formidable. Los años habían ido madurando ese porte de macarra de barrio dándole un cierto glamour de cuarentona interesante. Y una mechas que se merecieron algún que otro chiste esa noche. Ahora dirigía series para televisión y la vida le ronreía. Y al reto de los que estábamos allí, tampoco nos había ido mal. Sin haber llegado a los cuarenta, quien más y quien menos ya se encontraba en algún puesto de cierta responsabilidad relacionado con el mundillo audiovisual. Y tal y como estaban las cosas eso era todo un éxito. Yo habría botellas, una tras otra, mientras recordábamos los años de la facultad. ¿Y el día en que se presentó Patxi Andión como nuevo porfesor de producción en segundo?. Una canción famosa suya, gritaba Fer, haciendo el chiste de siempre, sabiendo que nadie iba a recordar más que el 1,2,3. Las historias, profesores, chistes y recuerdos iban precipitándose unos tras otros navegando entre el vino. ¿Y qué sabes de Diego? Trabajó como ayudante de realización en uno de mis últimos trabajos. ¿Y del heavy y el protoheavy? Me encontré al proto el otro día por la calle. ¿Te acuerdas aquel chaval bajito de Murcia? ¿Manolo? Yo estuve en la clase de Amenábar, pues  yo en la de Letizia. Menuda generación.

De repente ella entró por la puerta, llegaba tarde. Sin duda era ella, auqnue aún ahora me pregunto cómo pude saberlo. La que fue la mujer más guapa de las que jamás pasearon por el mundo. Argentina, de pelo rizado y rubio.  Siempre rodeada de una corte de personajes extraños que hubieran matado a sus órdenes. Como una reina antigua se movía por la facultad con un aire de dueña del mundo sabiendo que todos moríamos a su paso. Sabía, por alguna extraña razón que era ella, aunque su aspecto actual nada se correspondía con la reina que fue. Había engordado en exceso y el pelo había perdido el adjetivo joven y conservado el enredo. El brillo que antes despedía se había apagado por completo. Si me la hubiera encontrado por la calle con seguridad no la hubiera reconocido. Pero en aquella fiesta, entre antiguos compañeros de facultad, no había duda, tenía que ser ella. Antolín avanzaba hacia mí, con ademán de prensetármela. ¿Te acuerdas de ella? me dijo como para facilitarme una negativa. No sabía que decir. En dos segundos vi el paso de los años en cada comisura de su cara, en las patas de gallo que remataban los ojos que fueron los más bellos de la facultad. Tenía facha de alcohólica de peli americana, con calcetines blancos. Miré de nuevo a sus ojos y me ví a mi mismo ¿me habrá ocurrido lo mismo?. Yo sabía que tampoco era aquel chaval de veinte; había perdido pelo y el que me quedaba lo hacía a base de química. Había ganado cana, grasa, arruga, pero ¿había llegado a ese extremo?. Antolín esperaba respuesta al ¿te acuerdas de ella?. Si decía sí, asumía la normalidad del desastre y me asumía a mi mismo. Podía decir que no. Asombrado mantendría una postura de ¿quien es este esperpento?¿pero cómo, que es ella? -añadiría luego- ¿Tan cambiada cuando nosotros nos conservamos casi igual que en la facultad? Antolín seguía esperando mi repuesta y yo me debatía entre el si y el no, entre la enterna juventud y la evolución, entre el tiempo y la eternidad, entre aceptarme o no.

Hola Graciela, dije de repente, mirándola a los ojos, sabiendo que en ellos no iba a descubrir nada de aquello que fue. Un plato se hizo añicos detrás de mí; un golpe con una copa y terminó hecho miles de lascas de porcelana por el suelo. Venga chicos recomendó Antolín en un segundo, mientras se dirigía a por una escoba, a ponerse todos los zapatos, que hay cristales en el suelo.

Published in: on marzo 30, 2008 at 8:15 am  Deja un comentario  
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