Explosión

17 de septiembre 2008

No podía quitárselo de la cabeza. Daba vueltas a todo lo que había ocurrido en las últimas horas y no conseguía tomar una decisión. Las imágenes, cada palabra, cada uno de los minutos de los últimos dos días le martilleaban en la cabeza. Seguía conduciendo, los ojos rojos, la tarde roja. La cabeza a punto de estallar.

Fueron apenas cinco segundos. Un reventón. Un tornillo hacía añicos la goma y la cámara de una de las ruedas traseras del coche. 130 kilómetros por hora. Un volantazo, otro, otro, otro. El coche se desplazaba violéntamente a derecha e izquierda mientras ella seguía intentando mantener la dirección. Sin pisar el freno, los pies le temblaban.

Cinco segundos, tal vez alguno más. Eternos. Y el coche se paró finalmente en uno de los arcenes de la carretera. Sabía perfectamente lo que ocurría en estos momentos en el cuerpo: la glándulas adreales segregarían de repente una buena craga de adrenalina, aumentando la glucosa en sangre, la tensión arterial, el ritmo cardíaco, las pupilas, la respiración, estimulando la dopamina en su cerebro.

De repente lo veía todo más claro.

Things happen

12 de julio 2008

Nadie pudo explicarse por qué lo hizo. Justo en ese momento después de todo lo que tuvo que haber pasado. Acababa de poner su vida en orden, aparentemente. Reconocía que mantenía un hijo desde hacía más de quince años, desde aquel viaje a Perú, que se había casado tres veces, divorciado dos. Había superado lo del alcohol, no sin esfuerzo. Aacababa de dejar su trabajo en la agencia, de sol a sol, para abrir una floristería en una calle cercana a la plaza. No pedía mucho a la vida. Quería ser feliz y compartirlo con todos. Comenzar una vida nueva. Acababa de cumplir los cincuenta y se encontraba mejor que nunca y con la madurez como para afrentarse a sus antiguos miedos y fantasmas. Parecía libre y feliz.

Por eso nadie entendió aquello: la encontraron con la cabeza partida en dos a los pies de aquel acantilado. Después de una semana desaparecida. Nadie supo, sin embargo, que sólo buscaba unos lys salvajes antes de resbalar.

Published in: on julio 13, 2008 at 9:33 am  Comments (4)  
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Paralelas II

28 de mayo 2008

Acababa de salir del Hong. Conducía sólo por la Radial 5 a punto de cruzar la M50 destino a Fuenlabrada. Había bebido tal vez demasiado para la hora que era, apenas las once. Se despedían del Richard, después de toda la tarde en el tanatorio. Y era una despedida definitiva. Al Richard acababan de enterrarlo, con 19 años, aquella misma tarde. Nadie se lo podía creer. Todos habían estado en aquella fiesta en la que el Richard había tomado nosequé que se lo levó al otro barrio; posiblemente les vendieron algo adulterado, o algo muy puro, o se metió en exceso. De cualquier forma de nada valía ya buscar la causa, el Richard descansaba donde fuera que estuviera en ese momento. Por eso esa tarde la despedida había estado bien cargada de alcohol, para olvidar, para no pensar.

No escuchaba la radio encendida a todo volumen en el coche. Estaba a punto de tomar el desvío a la M50 y casi le era imposible distinguir las líneas de la carretera. Las luces de los demás coche le dejaban cegado y perdía la visión durante unos segundos. Fue tan solo un instante, y el coche empezó a girar dando vueltas y vueltas por el arcén hasta terminar empotrándose en la valla que recomendaba reducción de velocidad.

«Ayúdame y te habré ayudado, que hoy he soñado en otra vida, en otro mundo, pero a tu lado.» cantaban en la radio segundo antes de encontrarse con el Richard.

Fragilidad

7 de abril 2008

La vida es frágil y está compuesta por infinitas casualidades. Se dio cuenta de que el móvil estaba descargado cinco minutos antes de bajar a comer; lo enchufó. La batería justa para recibir la llamada de Camila, la aupair. A su novio, el irlandés, le habían cambiado la hora de operación, sus padres ya habían salido de regreso a Irlanda esa misma tarde y sólo quedaba ella para hacerle compañía y esperar a que le sacasen los hierros que recomponían su antebrazo. No podía ir a recoger a los niños. Una llamada a su mujer -él tenía una reunión importante a las cuatro y no podía- pero el teléfono no estaba operativo. Salió del restaurante para el colegio. Los recogería y se los pasaría a su mujer por el camino. Con los tres bajando la calle decidió volver al trabajo y desde allí hacer la llamada, pero al instante se vió subido al 37, que no era su autobús, pero ante la huelga de transporte se convertía en una opción buena para aproximarse a su casa. Ese día Ángel, el vecino del tercero, se había quedado sin tabaco al subir por las escaleras con lo que no pudo apagar su cigarrillo como cada tarde antes de entrar en casa. Podían ir al parque pero decidieron subir a casa para resguardarse de una lluvia segura, a juzgar por las nubes grises que se veían sobre sus cabezas.

Al abrir la puerta olió enseguida el gas. ¡Todos atrás! gritó a los niños, ¡bajad la escalera de inmediato y salid a la calle!. Recorrió el pasillo a toda prisa en dirección a la cocina que estaba cerrada. El olor se hacía más insoportable. Cerró las dos llaves del gas, que Mireia, la asistenta, había dejado abiertas sin darse cuenta al retirar la bandeja de la ropa planchada sobre la cocina. Cinco horas atrás. Abrió todas las ventanas sin pensar que el gas podía haberle dejado por el camino. Salió corriendo, cerró la puerta principal y fue a recoger a los niños.

Cuando llegó a la calle se dió cuenta que las piernas le temblaban y que no podía dejar de andar con los tres del a mano. En el trayecto empezó a darse cuenta de lo que había ocurrido. Al llegar a la plaza paró en seco y abrazó a sus hijos. Tres calles por delante. Eligió la del centro para ir a tomar unas tortitas con nata para merendar.

Published in: on abril 7, 2008 at 10:12 pm  Deja un comentario  
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