Lugares comunes 2

27 de diciembre 2008

Un extraño escalofrío le recorrió la espalda al cruzarse con aquel gato negro.

Se sintió como un personaje de un relato de primaria, pero no pudo evitar que  un extraño escalofrío le reorriese la espalda.

Se tapó la boca, para no dejar constancia de su vulgaridad, pero las palabras se iban arremolinando sobre su cabeza: escalofrío, espalda, gato negro.

Sintió como un escalofrío le atravesaba la espalda.

Peter Pan

26 de diciembre 2008

Compró al diablo la eterna juventud.

Nunca fue lo suficiente maduro para darse cuenta de su equivocación.

Published in: on diciembre 26, 2008 at 1:20 am  Comments (3)  
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Natividad

25 de diciembre 2008

Se llamaba Isa; nacía un 25 de diciembre en un pesebre de adobe en una calle sin nombre de Zouirat. Su Sinaí fue el Sahara y su tierra prometida aquella en la que el maná era de plástico magnético. Su Herodes fue la pobreza extrema, que le siguió sin tregua de por vida.

Murió a los 33 años. Su Judas se llamaba Said y le había vendido, junto a otros treinta, un pasaje de sueños a la libertad. Su calvario tenía catorce estrechos kilómetros de agua, su monte de olivos descansaba en la otra orilla. Su cruz una patera de madera que se hizo añicos en el tercer golpe de ola, una noche sin luna del mes de abril.

…y vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin.

Published in: on diciembre 25, 2008 at 1:11 am  Deja un comentario  
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Navidad 3. Gula

24 de diciembre 2008

La lengua, adormecida a causa de los últimos excesos retrocedía como dejándose llevar al fondo del abismo. El geniogloso, estiogloso, hiogloso, palatoglosoy demás músculos del órgano móvil se dejaban vencer como un animal moribundo, sin poder evitar que fuese cayendo en una especie de bolo homogéneo y húmedo por la faringe. Viajaba lentamente a través del esófago, rítmicamente masajeada.  En el estómago, los jugos gástricos, ricos en ácido clorhídrico y enzimas, empezaban a preparar el recibimiento de un nuevo bocado.

Published in: on diciembre 24, 2008 at 2:17 pm  Deja un comentario  
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Navidad 2. Gambas.

23 de diciembre de 2008

Era el último trabajo de aquella noche antes de la cena. Como otras tantas veces tapaba la cabeza con el paño verde y describía una gigante i griega  lo largo, desde las clavículas hasta más abajo del ombligo. El cuerpo estaba blanquecino y la piel acartonada, aunque para él aquello no era especialmente llamativo. No era la primera vez que tenía que realizar la autopsia a un ahogado, una mujer de unos cuarenta y cinco años aproximadamente en este caso. Todo parecía indicar que llevaba más de tres días muerta pero había que esperar al análisis forense para disipar las dudas de lo que parecía más evidente: un suicidio.

Continuó, como otras veces, levantando la piel sobre los dos brazos de la i limpiando tráquea y esófago, dejando también al descubierto cmo dos hilos viscosos yugular y carótida. Con el descarnador fue separando la piel a lo largo con una habilidad de miles de trabajos previos. Al abrir el abdomen las vísceras duplicaron su volumen derramándose sobre la mesa de bordes sanitarios.

No quería perder mucho tiempo, la luz lechosa de aquella mesa de trabajo le intensificaba el dolor de cabeza y necesitaba salir a la calle a tomar algo de aire. Además le faltaban todavía algunos regalos por comprar, entre ellos el de su cuñada, y la excusa del trabajo no serviría un año más. Recogió las muestras obligadas, y sin esperar a la sierra mecánica, que ya por defecto tenían casi todas las unidades de la sala, utilizó las tijeras grandes para abrir un paso entre las costillas hasta el esternón y continuuar así con la extracción de los pulmones. La operación duró apenas media hora y parecía indicar, aunque la conclusión debía firmarla el forense, una muerte sin violencia, ahogamiento como causa y casi una semana de la fecha de la muerte. En un bote de plástico transparente una muestra de una pequeña gamba, junto al resto de las extracciones. Decenas de pequeños crustáceos se alojaban ya en su estómago, como suele suceder con los ahogados en mar, alimentándose de los restos orgánicos de sus intestinos.

Cuando llegó a casa, cargado de bolsas de regalos -el chal para su cuñada en el fondo de una de ellas aun sin envolver- todas las caras se giraron para darle una impostada bienvenida navideña. Feliiiiznavidaaaaad. De fondo un villancico sonaba como la banda sonora de una telecomedia. Su mujer, tres hijos, en orden cronológico, los de su cuñada y su hermano, también tres, en orden inverso, sus suegros y la tía Florence se le antojaron un cuadro de Rembrant alrededor de aquella gran bandeja de langostinos.

Estragón

21 de diciembre 2008

Esa noche sus sueños se perfumaron de un sabor dulzón de anís y vainilla. Corría feliz por campos dorados y verdes, como los de un cuadro de Cezanne, bajo unas nubes que parecían corderitos. Las fuentes gorgoteaban agua cristalina a la sombra de Sainte-Victoire y un rumor lejano componía una ópera de Offenbach. No sabía qué le había llevado hasta allí, pero se sentía singular y feliz. Singular y tremendamente feliz, como en una comedia romántica. Ella era la protagonista absoluta del universo. De un inmenso universo plantado de dragoncillo. Su corazón bailó toda la noche.

Por la mañana, mientras se preparaba el café, limpió los restos de estragón que aún quedaban sobre la mesa de la cocina.

Navidad 1. Relleno

22 de diciembre 2008

No era el momento en el que la señora entrara y soplara entre sus plumas para comprobar tras su piel a punto de estallar el resultado del cebo. No era quello lo que más le dolía. Ni tampoco el preciso instante en el que el afilado cuchillo rebanaría su cuello. No eran las llamas del horno que ya no sentiría y que lo convertirían su piel en un crujiente cartón, ni cuando lo sirvieran rodeado de patata en el centro de una mesa cargada de alcohol. Ni siquiera aquellas tontas botas de papel que adornarían los muñones de sus patas. No. Lo que más le inquietaba era la vejación del relleno. Las ciruelas, orejones, piñones, trufa, trocitos de salchicha y lonchas de panceta, aceitunas y huevos duros que iban a ocupar el vacío de sus entrañas más íntimas. Sólo pensarlo y se le erizaban  todas las plumas del cuerpo.

Published in: on diciembre 22, 2008 at 1:02 am  Deja un comentario  
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Fotografiando el cielo

20 de diciembre 2008

Fotografiaba el cielo. Cielos de azul intenso y nubes gordotas que parecían colgadas de algún lugar remoto. Cielos rojizos estratificados con un sol blandito que se escondía tras las montañas. Cielos macizos y oscuros que avecinaban lluvia y cielos limpios y brillantes que cegaban. Recorrió medio mundo buscando duelos estelares, tormentas eléctricas y lluvias de estrellas. Sacaba la cámara con los primeros rayos y la volvía a guardar en el ocaso. Había nubes blancas, transparentes y sin sobras interiores, con formas de filamentos largos y delgados y otras que parecían bancos de neblina gris, sin forma. Habían algunas que parecían farallones montañosos y que tomaban forma de hongo gigante. Y otras que adptaban todo tipo de figuras comunes como barcos, caras o vacas pastando. No había nadie en el mundo que supiera más que él de aquellas formaciones de gotitas condensadas. Se convirtió en su obsesión. Un buen día una suave corriente le empujó hacia arriba y sintió cómo se separaba de su cuerpo. Atravesó cúmulos, estratos y nimbos. Cuando ya se encontraba muy arriba, recostado en las finas arrugas de un pequeño cirro, orientó en un agudo contrapicado su cámara y por primera vez disparó hacia el suelo.

Published in: on diciembre 20, 2008 at 1:56 am  Deja un comentario  
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Revelación

19 de diciembre 2008

Era 5 de enero y no podía por más tiempo seguir ocultándoselo a su hijo. Estaba a punto de cumplir ocho años y consideraba que aquel año tendría que contarle toda la verdad.

Después de la cabalgata, lo llamó, apartado de sus hermanos pequeños y le contó el gran secreto: llevaba pidiendo el mismo camión teledirigido a Baltasar en los últimos treinta y siete años.

Published in: on diciembre 19, 2008 at 1:21 am  Deja un comentario  
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Detrás de mí, encima de mí, al lado mío

18 de diciembre 2008

En la lengua culta debe evitarse el uso de adverbios como cerca, detrás, delante, debajo, dentro, encima, enfrente con adjetivos posesivos; así pues, no debe decirse detrás mío, encima suya, etc., sino detrás de mí, encima de él,  etc.

Estuvo media vida buscándola, convenciéndola para que le ofreciera una oportunidad de demostrale que él era el hombre que debería amar el resto de su vida. Ocurrió en una noche que no era primavera, que no había luna llena, ni flores en la mesilla. Al llegar la mañana desayunaron futuro.

Published in: on diciembre 18, 2008 at 1:01 am  Deja un comentario  
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Ida y vuelta

17 de diciembre 2008

Se llamaba Nora. Un día sintió que le faltaba el sol y se fué a vivir a un país cálido, a la orilla de un mar inmenso y rico. Su piel se bronceó. Y echó en falta el bosque y el suave olor del helecho. Se marchó, sin pensarlo dos veces, a un lugar lleno de nieve, de casas con tejados a dos aguas y chimeneas eternas. Descansó. Y pensó que necesitaba estar rodeada de gente, de voces y de historias. Hizo las maletas y empezó a vivir en una ciudad de grandes avenidas y estrenos de teatro. Creció. Y echó en falta el aire. Fue sólo pensarlo y se vió, de repente, en una casita cerca de un río, con un perro rubio al que acariciaba el lomo. Maduró. Pasaron los años y vivió en el norte y el el sur, en el este y en el oeste. Subió a montañas escarpadas y se dejó atrapar por la tormenta en el desierto. Navegó, miles de millas, hasta que los huesos se le entumecieron y paseó por un mercado lleno de naranjas.

De repente, con las maletas gastadas, se echó de menos a sí misma. Y volvió a casa.

Published in: on diciembre 18, 2008 at 12:28 am  Deja un comentario  
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Equivocación

16 de diciembre 2008

Estaba a punto de besarla y ella le dijo: No lo hagas, será la mayor estupidez que hagas.

Cerró los ojos y media vida más tarde se dió cuenta de que tenía razón.

Published in: on diciembre 18, 2008 at 12:13 am  Deja un comentario  
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Segundo

15 de diciembre 2008

Sólo pudo decir: bonito… bonito… Una magnífica desolación.

Su huella no fue la huella, su frase no fue la frase y él no fue el primero. El comandante Neil llevaba todo el viaje ensayando sus palabras, pero él no pudo más que soltar lo primero que se le vino a la cabeza sin pensar que allá abajo le escuchaban en directo unos cuantos millones de terrícolas.

Allí arriba, en el Mar de la Tranquilidad, su corazón palpitaba ingrávido como el primero.

Correspondencia

14 de diciembre 2008

Estimada señora, luz de mis días,

Espero que al recibo de la presente me haya concedido el don de recibirme . Si no es así, me conformo tan sólo el placer de sentirme palabra en sus labios. Disculpe el atrevimiento de escribirle cada día pero no puedo luchar contra su recuerdo.

Quiero tan sólo recordarle una vez más que aquí yace un caballero que moriría sin pensarlo a sus pies.

Atento,

Miguel Amor.

 

Querida amada,

Suelo cada noche que me recibe en sus brazos mientras una fragancia eterna nos envuelve, nos arropa y eleva hacia las nubes. Muero cada mañana al descubrir que sólo fue un sueño. La añoro, la extraño y este agujero que crece en mi pecho la espera eternamente. Es pleno mi gozo solo sabiendo que me recibe cada día en su alcoba y que sus finas manos acarician estas palabras que ahora mismo escribo.

Suyo por siempre,

Miguel Amor

 

Mi amada amor,

Son muchos los días que pasan sin recibir de usted un ligero gesto que confirme que recibe mi correspondencia. No ya busco que me reciba, que tamaña osadía no es mi anhelo, sino tan sólo que deje una señal para sólo saber que me sigue, me lee y mantiene mi sueño de ser algún día plenamente suyo. Espero no haberla incomodado con ninguno de mis envíos, pues no era mi intención.

Espero ansioso saber algo del sueño de mi vida.
Afectuosamente

Miguel Amor.

 

Estimado don Miguel,

Ya que mis apercibimientos orales no surten efecto utilizo este medio epistolar del que usted es tan dado. Le pido encarecidamente que deje de acosar a la nueva compañera doña Rosita con sus cartas.  Como deberia saber, y si no yo le recuerdo, la señora necesita de cuidados en estos momentos y no está para juegos amatorios.  De paso le refresco que esta es una residencia geriátrica que, si bien, favorecemos el compañerismo y la buena relación entre todos los huéspedes no vemos con buenos ojos este tipo de juegos. Le ruego ceje en su empeño o nos veremos obligados a hablar con su hijo como la última vez.

Atentamente,

La dirección del centro.

Published in: on diciembre 16, 2008 at 12:59 am  Comments (2)  
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A ciencia cierta

13 de diciembre 2008

Sabía perfectamente que hasta el último mo mento no sabría lo que sabía.

Sin lugar a dudas.

Published in: on diciembre 14, 2008 at 12:28 am  Deja un comentario  
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Angelitos

12 de diciembre 2008

Todo empezo aquella tarde en que sin venir a cuento le retorcí el hocico al osito de peluche. Un tierno pellizco en esa naricita rosa de botón. Me lo había regalado el capullo de Larry. Thomas ya no está para ositos, acaba de cumplir 11 años, dijo mi madre. Pero él decía que esos bichos no tenían edad, que a cualquier niño le gusta dormir abrazado a un suave osito de peluche. Capullo; siempre tiene que soltar ese tipo de frases corrigiendo a mi madre. ¿Qué se creerá? Él no es mi padre, por mucho que quiera, y yo no voy a llamarle jamás papá, por mucho que intente agradarme y hacer como si todo fuese normal y nos lleve los domingos a comer hamburguesas al centro comercial.

Pues fue un suave retorcido de nariz, un poco como hace la tía cuando me ve y dice ¡Cómo ha crecido este chaval, si ya está hecho un hombrecito! Así, o, bueno, sin decirle al oso que se estaba haciendo mayor. Y lo oí, juro que lo oí. Lanzó un gemidito, ayyyy. Joder, pensé, este puto bicho tiene pilas y no me había dado cuenta. Cuando Larry me lo regaló y mi madre le dijo aquello y él respondió lo otro, yo cogí el oso, dije gracias, y lo dejé encima de la estantería sin hacerle más caso hasta aquella tarde. Pero no, no tenía pilas, le di vueltas y más vueltas, intentando encontrar la cremallera o un velcro que escondiese las pilas pero nada, el oso era un vulgar oso de peluche sin más nada dentro que plumas, o algodón o yoquesé. Lo miré de frente, pensando que tal vez habían sido alucinaciones mías y le volví a retorcer el morro. Ayyyyy. Me asusté. El puñetero oso estaba gritando de dolor. No se cuántas veces se lo pude hacer, jeje; cada vez que le doblaba el hocico el muy cabrón chillaba. Y sin pilas.

Me fui al cole pensando en el oso, no podía quitármelo de la cabeza y pasé todo el día deseando volver a casa para asegurarme que no lo había soñado. A veces, cuando era más pequeño, soñaba con jirafas y con osos que se metían en casa, y luego nunca sabía si eran de verdad o no. Pero ya no estoy en edad de imaginarme esas cosas.

Me bajé del autobús corriendo y salí directo a casa, sin parame ni siquiera en el jardín como hacía siempre para tirarme un rato en la hierba. Mamá los jueves está en yoga y no llega hasta las ocho así que tenía casi tres horas para mi sólo en casa. El oso estaba de nuevo en la estantería, con una sonrisita de bobo. Lo cogí y con las fuerzas contenidas de todo el día le retorcí la puta nariz hasta darle casi una vuelta. Aaaayyyyyyyyy. Jajaja, no me lo podía creer, no había sido un sueño el oso gritaba. Los ojos se me ilminaron y por mi cabeza comenzaron a alborotarse un sinfín de posibles torturas. Me escupí en los nudillos y le golpee con todas las fuerzas que pude en la barriguita asalmonada; casi me dejo el puño en la pared. Ahhhh, gritó, y el lamento me excitó hasta que se me puso la piel de gallina. Ahora te vas a enterar puto osito, pensé. Comenze a mordisquearlo suavecito al principio, empezando por las dos tiernas orejitas hasta meterme las patas completamete en la boca masticando con todas mis fuerzas. El oso se lamentaba, pero cada grito a mi me producía un placer increíble. Veía al gilipollas de Larry retorciéndose de dolor en cada uno de mis intentos.
Pasé así casi media hora, hasta que la boca se me quedó medio acartonada y las encías me dolían, entonces empecé a tirar de los ojos; eran una especie de chapitas de plástico blanco con unos círculos pintados en el centro que producían esa rara mirada de los peluches como perdidos en el infinito, sin enfocar a ninguna parte. Comencé a tirar y los ojos salieron, dejando dos trozos de hilo, como nervios rotos en las cavidades. No veo, no veo, gritaba con una voz chillona. Estaba gozando como nuna lo había hecho, mucho más que cuando les metíamos aquellos sapos a las chicas en la bolsa del bocadillo y salían corriendo como locas en la mitad de la clase. Joder aquello era total, tanto que me noté un bulto potente en la entrepierna; me había empalmado con el puto oso. Aproveché que estaba ciego y me froté con él hasta que me cansé y lo tiré debajo de la cama.

Al día siguiente ya tenía clara mi tortura; afilé mis mejores lápices de dibujo y comencé a pichar al osito por todo el cuerpo mientras él seguía lanzando pequeños alaridos de dolor, sin poder resistirse. De repente le dí media vuelta, lo puse de espaldas y le clavé un número 4 por el culo -bueno los peluches son una mierda, ni siquiera tienen imitación de culo- hasta que le introduje un tercio de lapiz rayado. No podía dejar de imaginar al novio de mamá. Ahora te jodes cabrón, ahora grita igual que hace mamá en las noches que se que te quedas en casa y me mandáis a la cama temprano porque , según decís, tenéis que terminar de hacer algún trabajo. El oso no gemía, sólo lanzó un  alarido y enmudeció. Pensé que tal vez me lo había cargado e intenté reanimarlo, dándole unas palmadas en sus abultados mofletes, pero nada. Me fui a la cocina para coger unos hielos, pero al abrir la nevera no pude resistir la tentación: el bote de jarabe de arce se parecía mucho a aquellas lavativas que tuvo que ponerse la abuela una vez después de la operación, y, sin pensármelo dos veces, enchufé el pitorro del bote por el recién estrenado agujero y empujé con fuerza. Noté, como, justo en ese momento, el oso se retorció. Jaja, eso es lo que quieres verdad Larry- y seguí rellenando el interior de jarabe Vermont. Me cagaba de la risa; cuando le retiré la lavativa el oso chorreaba un fino hilillo marrón, como si no pudiera contener la diarrea. Justo entonces mamá llegó a casa, guardé como pude las cosas en la nevera y corrí al dormitorio. ¿Qué tal todo? Bien ¿En el cole hoy? Bien ¿Con los amigos? Bien. Mamá venía destrozada y se sentó en el salón y yo salí al jardín.

Durante el tercer día tampoco pude parar de pensar en lo que había sucedido el día anterior; sabía que era difícil de superar, pero quería volver a escuchar aquel gemidito de dolor que tanto me gustaba. Fue llegar a casa a la hora de merendar cuando se me ocurrió: corrí hasta la hucha de mis ahorros, cogí cuantas monedas pude encontrar, abrí con un cuchillo una ligera hendidura en la cabeza y fui metiendo una a una las veintisiete monedas que eran todos mis ahorros. Cerré como pude la herida -parecía un maldito cirujano en la sala de operaciones- y abrí la puerta del microondas. Comence en Low pero aquello parecía no funcionar, el oso daba vueltas sobre el plato con su eterna sonrisa bobalicona que empezaba a odiar; como no tenía ojos seguro pensaba que estaba en el tío vivo. Ahora te vas a enterar, pensé, mientras programaba potencia máxima en la rueda del horno. Fue total. En serio, aquello era la bomba: de toda la cabeza, como en una peli de Frankenstein, empezaron a salir pequeños rayitos azules que producían crujidos como de palomitas. No podía oir los gritos del oso, pero me lo imagine retorciéndose internamente, con el puto cerebro frito, sin saber realmente qué estaba ocurriendo. Los rayos daban vueltas a la cabeza y una pequeña llamita empezó a brotar en la parte alta.  En ese momento saltó el automático de la luz y nos quedamos a oscuras. A mamá tuve que contarle que estaba a punto de merendar y sin saber cómo me quedé a oscuras. A mami es mejor contarle las cosas así, sin inventar toda la historia, sin que parezca muy obvio y dejando partes inconexas para que ella crea que investiga y llega a la solución. Hay que decirle: no se qué pasó estaba a punto de merendar y se quedó todo a oscuras. Entonces ella preguntará: pero dime, qué estabas haciendo exáctamente. Y yo, entonces, empezaré a darle pistas falsas, información sin sentido, y, entre todas las cosas, algo que a ella le lleve a picar el anzuelo. No se -diré- estaba sacando la avena del armario, luego me picó un pié porque tenía arena y me agaché y fuí al baño, y preparé unos bollos y puse la leche en el microondas. La leche, el microondas -dirá ella- maldito cacharro ya sabía que ese horno iba a saltar cualquier día por los aires. Pero ¿te has hecho daño mi angelito? Mamá siempre pica, siempre cree que yo soy tonto y que no me doy cuenta de las cosas; y, la verdad, yo no voy a desvelárselo, porque me puede salvar la vida muchas veces.

Bueno, el oso quedó frito, jeje; bueno olía a chamusquina, como a corteza frita. Esa noche me lo metí en la cama y me dormí con la nariz pegada a su olor eléctrico. Pasé una noche de miedo: soñé que Larry aparecía en casa con los pelos achicharrados y me perseguía delante de miles de ositos con ojos encendidos que decían: que lo frían, que lo frían. Me meé en la cama. No pude aguantarlo, cuando lo miré por la mañana pensé que en cualquier momento iba a empezar a correr detrás de mí, así que cogí unas tijeras y lo hice añicos. Puto oso. Los trocitos eran enanos, los corté tan pequeños que ya me dolían los dedos de apretar las tijeras. Lo tiré todo por el water. Dice Leo que si alguien no se entierra en condiciones su alma vaga eternamente, pero a mi me da igual; no me imagino al fantasma del oso ciego persiguiéndome, cagando jarabe de arce y con los pelos chamuscados. Eso son tonterías de Leo que cree en esas cosas.

Me quedé más tranquilo.

Hoy Larry ha venid0 a casa. Creo que mamá ha hablado con él, de mi actitud, del cole, de las notas, de que cree que estoy cambiando y esas cosas de las que siempre hablan. Y me ha traído un paquete. La verdad es que no sabía qué hacer ni qué decir; no sabía si mi madre se había dado cuenta de algo o si habia echado en falta el oso. Joder, en cinco segundos he pensado un millón de cosas, en los muertos mal enterrados, en el sueño, en el microondas, en los cachitos de oso y algodón dando vueltas por el water. Qué, ¿no vas a abrirlo?, me ha dicho Larry. He abierto el papel con miedo, empezando por una esquinita, por si era el puto oso, pero no. Casi me caigo de patas al verlo; no me podía creer que el gilipollas de Larry me estuviera regalando aquel cerdo rosita. Le he mirado fijamente a los ojos y he podido oler su miedo.

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9 de diciembre 2008

Buscaba alguien con quien compartir la soledad. Cuando lo encontró ya no tuvo nada que compartir.

Published in: on diciembre 10, 2008 at 12:23 am  Comments (1)  
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Preludio en Tristeza mayor

8 de diciembre 2008

Aquello era el principio, aunque ella no se diera cuenta en ese preciso momento; lo que ocurría  era tan sólo la introducción a movimientos más complejos que habrían de llegar. Un ritmo obstinado le repetía lo que ella ya sabía una y mil veces.

Pudo haberse dado cuenta de lo que se le venía encima, pero intentó mirar para otro lado, pensar que aquello que su corazón le alertaba no tenía fundamento, que seguro él cambiaría y serían felices . Pudo darse cuenta en el preludio, pero no lo hizo y la fuga repetía una y mil veces la misma escena , la misma melodía con diferentes tonalidades. Ahora ya solo espera. Espera, sumida en una profunda trsiteza, a que la coda ponga el fin a quella pieza.

Published in: on diciembre 10, 2008 at 12:06 am  Deja un comentario  
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Pérdidas

7 de diciembre 2008

No pudo recordar cuándo comenzó, pero en algn momnto de su vida fue perdndo su capcdad para exprsars hsta el pto que nadie pdo sber q deca ni qu hab´qrdo exprsar con aqlla frse. ss pnsmtos s f cvntndo cd v má crpticos hst brrs compltmt l fct d cmcar.

Published in: on diciembre 9, 2008 at 11:40 pm  Comments (2)  
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Neón

6 de diciembre 2008

Una sirena a lo lejos. Uuuuuuuuuu,niiiinoooo, niiinoooo, uuuuuuuuuu.

Una ventana azulada abierta en la pesada noche. Derama esa atmósfera de color que provoca la luz fluorescente de los neones. Azul, macilento, como una sala de espera de la sala de rayos del hospital. Alguien se ha dejado la ventana abierta. Y el ventilador, que rítmicamente gira en el techo de la habitación. Desde abajo no se ve más: una ventana abierta y un ventilador de techo; y una luz que se derrama como un televisor encendido en la noche.

La sirena ya no se oye, se fue perdiendo en el incierto horizonte de la noche. Tampoco se oye nada en la ventana, salvo un ligero susurro -y creo que es mi imaginación quien lo percibe- de las aspas cortando el aire en la habitación. La ventana es grande; partida por la mitad, la de arriba se rompe en tres cuadrados completamente iguales; la parte de abajo, un poco más alta, son tres ventanas -posiblemente la de en medio no se abra- de las cuales la de la izquierda está completamente abierta. Por ella escapa la luz azulada y una ligera brisa. Los ventiladores -aunque no vea el segundo, intuyo que hay otro ventilador más atrás y en línea con el más próximo a la ventana, cerrando u cuadrado que completan los dos tubos de neón- continuán impasibles su cometido con una pasimonia que parece como si realmente estuvieran cansados, o como si el calor de la noche les hiciera también a ellos ser incapaces de nada más allá que mantener las constantes vitales. Giran tan lentamente que se me hacer ver excesivamente dramáticos. En la ventana que está abierta, la de la izquierda, los brillos del semáforo, que permanece el doble de tiempo cerrado que abierto,  rompen el monocromo azul. Ya no pasan más coches y parece que va a llover. La ventana permanece abierta, y posiblemente siga así hasta por la mañana, a no ser que aún haya alguien trabajando dentro -si es que es, como me parece, una oficina- y cierre las corrientes de aire antes de salir para salvaguardar los docmenetos que posiblemente se hayan quedado sobre las mesas al sonar la salida hace ahora ya más de ocho horas.

Todo el alrededor permanece oscuro: el resto de ventanas del edificio, de un verde azulejo que es imposible distinguir a estas horas de la noche, los jardines que rodean el mismo, la calle desierta y con coches aparcados  en ámbos lados y el comienzo del parque, unos cien metros más allá. Una ventana que derrama luz fluorescente en la noche. A lo lejos, por donde se perdió la sirena del coche de policía, la luz de un trueno avecina tormenta.

Published in: on diciembre 7, 2008 at 5:44 pm  Deja un comentario  
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Lugares comunes

5 de diciembre 2008

Su vida estaba llena de lugares comunes -pensaba sentada en el porche, la mirada perdida en un rojo atardecer.

Published in: on diciembre 6, 2008 at 1:26 am  Comments (2)  
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Elige tu aventura

4 de diciembre 2008

F.H.G. sale de su casa esta mañana temprano, coge abrigo y bufanda-la mañana se ha levantado fría en la capital-y sale por la puerta con cara de haber dormido poco.

Indique correctamente la respuesta adecuada:

A.-F.H.G. había dormido poco.

B.- La cara que llevaba era la cara con la que todos nos despertamos por las mañanas independientemente de lo que hayamos dormido.

Andaba cabizbajo dando vueltas en torno al mercado de San Miguel. La primera vez pudo haber sido una equivocación pero ya llevaba ocho vueltas, una tras otra, una tras otra, a la misma plaza. Además aparentemente no buscaba nada a juzgar por los indicios: no miraba un mapa, no alzaba la vista intentando leer los letreros que marcan los nombres en las calles, no preguntaba a cualquier vecino, no se paraba en las intersecciones con actitud dubitativa. No, no estaba perdido, podríamos afirmar apoyándonos, para más argumentos, en que vivía en esa plaza, en el número ocho, en una casa de la que acababa de salir hacía unos minutos enfundado en su abrigo, con una bufanda al cuello y supuesta cara de no haber dormido. La gente no le miraba -en Madrid la gente es una masa compuesta por todos los demás menos tú-, pero si alguien le hubiese mirado a los ojos hubiese descubierto una lágrima -o quien sabe si sólo un reflejo- que corría por su mejilla.

A.- No era una lágrima sino una gota de lluvia que había caído con afortunada precisión en su cara.

B.- Era una lágrima, sin más.

C.- Era una desertora de un llanto contenido.

Cambió el rumbo. Cierto que en los últimos diez minutos no había tenido rumbo, en el estricto sentido de ir a algún sitio ya que no había parado de dar vueltas al mercado. Cambió el rumbo. Y cogió calle abajo por Mayor con paso decidido, enfundado en su abrigo, enlazado en su bufanda y humedecido por una pequeña lágrima que recorría lentamente su mejilla.

Torció inesperadamente y entró en un café con un rótulo de imitación medieval y pidió un café con leche. Humeaba detrás de la barra.

A.- Necesitaba entrar en calor y eligió el primer sitio abierto para tomar algo reconfortante.

B.- Necesitaba tiempo; tiempo para pensar, tiempo para decidir, tiempo para hacer lo que tenía que hacer.

C.- Esta escena es supérflua y es puro recurso narrativo para retardar el clímax.

Bebió un sorbo y la espuma del café tocó su nariz. Sólo un poco; lo suficiente para dibujar un pequeño copo entre ambos orificios nasales. Salió del bar aparentemente -aunque fácilmente reconocible el cartón piedra-medieval. Y siguió avanzando por la calle abrochándose los últimos botones de su abrigo gris, retorciendo su bufanda como una serpiente a punto de asfixiar a su presa, con una lágrima ya absorvida por su piel a la altura de la mejilla y un copo de nieve -que era de café- en la punta de la nariz. Avanzó durante diez minutos -sin más interés narrativo salvo que hacía pequeñas paradas irregulares, como para pensar, o repensar, o dejar de pensar- hasta llegar al Viaducto. El Viaducto de Segovia era un clásico para los suicidas en Madrid. Cosntruído a principios de siglo, de estilo racionalista, en hormigón armado pulido, salva un desnivel de más de veinte metros sobre la calle Segovia. Bajo la gran bóveda el tráfico inundaba de un ronco murmullo la estructura. Un aire frío le cortaba la piel. Se acercó a la barandilla central, levantó la vista hacia la Casa de campo y pensó -sólo pensó, pero sintió como el eco de sus palabras atravesaban el horizonte-. C’est fini. De repente, como un globo que acaba de perder un nudo, rompió a llorar. Las lágrimas comenzaron a brotar de ambos ojos, corriendo por ambas mejillas y acumulándose en las comisuras de los labios.

A.- Lloraba porque su gato Mike -para él era algo más que ese puto bicho peludo- acababa de morir esa misma mañana.

B.- Lloraba porque su novia la noche de antes le había contado toda la verdad. Y toda la verdad era algo muy doloroso.

C.- Lloraba porque llevaba más de sos meses dando vueltas por la vida sin saber qué hacer o por dónde reconducirla  después de acabar con los dieciocho meses de paro que le habían mantenido en un estado casi de letargo existencial sólo roto por las visitas al psicólogo de la Seguridad Social que su médico de cabecera le había recomendado.

D.- Lloraba porque era un flojo -siempre había sido un flojo y su padre nunca se cansó de repetírselo hasta su muerte- y no sabía enfrentarse a los problemas.

E.- Todas las respuestas son correctas.

Se secó los mocos con una esquina de la bufanda y comenzó a escalar la baranda de granito resistiendo el azote de un viento que soplaba fuerte de Oeste. Un corro de personas giraron la cabeza al mismo tiempo, nadie se movió, todos hicieron gestos distintos que reflejaban la misma sorpresa. Una señora desde un balcón en la calle contraria no hizo ningún gesto de sorpresa: estaba acostumbrada a una escena similar cada mes. Una madre tapó los ojos a una niña de su mano que miraba hacia otro sitio.

Parecía una escultura en uno de los pilares de granito. El abrigo desabrochado le confería un aspecto de superhéroe de película dejándose mecer por el viento. La bufanda, con una esquina empapada en moco, se aflojó y cayó realizando piruetas sobre los coches que cruzaban 23 metros más abajo. Un copo de nieve -que era de café- en la punta de su nariz.

A.- F.H.G. se dejará caer.

B.- F.H.G. recapacitará, verá las cosas más claras y volverá a bajar, habiendo perdido tan sólo una bufanda.

C.- Alguien le convencerá, o le salvará, o le rescatará, impidiendo que se tire hasta un mes después en que volverá a intentarlo con más éxito.

D.- ¿Quién soy yo para decidir sobre la vida de F.H.G.?

Published in: on diciembre 5, 2008 at 3:10 pm  Comments (4)  
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Vueltas

3 de diciembre 2008

Pensó que ya no podía seguir dándole vueltas y vueltas a aquello. Decidió ponerle punto final.

Y empezó a darle vueltas a otra cosa.

Published in: on diciembre 4, 2008 at 10:43 am  Comments (2)  
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Brillante oscuro

2 de diciembre 2008

Switch on. Rojo, naranja, verde. Bombillas de navidad sobre los árboles de la plaza. Miles de zapatos rompen el cristal de lluvia sobre el paso de cebra.Verde. Libre, en mayúsculas a la entrada del parking del Vip. Una Heineken trasluce un brillo desde detrás de una barra iluminada que refleja los focos del escaparate que absorbe los rayos de la calle. Sobre la calle los rayos de los focos de un escaparate que iluina una barra que refleja el cristal de una Heineken. Más abajo Cruz verde, como una serpiente sisifiana, una vuelta, otra vuelta, otra vuelta; farmacia abierta. Starbucks Café y Mocca Frapuchino. Fuera dos grados, dentro lo mismo. Naranja, plazas libres a 90 euros la matrícula -se me enciende una luz-. Blanco, marcha atrás mientras el muñequito tirita en verde. Ahora fijo en rojo. Rojo. Oferta dos por uno en zapatos de moda, junto a un nuevo local de apuestas deportivas. Tic, tac, tic, tac, tic, tac, cruza la esquina un coche de policía en servicio. Azul. Óptica San Roma. Brillos de espumillón multicolor sobre la montura de unas gafas antireflejos. Blanco. Una cortina de agua se derrama en el centro de la plaza de Bilbao. Frenazo. Luces. Claxon. Luces. Y vuelta a empezar. Un destello perdido en una ventana que refleja la luna. La luna. La luna clava su faca en un cielo azul eléctrico. Tras la nube de luz el cielo es negro. Switch off.

Published in: on diciembre 3, 2008 at 12:08 am  Comments (1)  
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Autostop

1 de didiembre 2008

Sin duda se bajaría en el próximo transbordador que le puediese llevar a algún lugar conocido. Llevaba poco menos de cinco años luz de viaje y ya no aguantaba a aquel camionero  que le miraba las tetas mientras masticaba con la boca abierta un sandwich de sardina deshidratada. Conducía un Orión de ocho toberas de fisión, con algún extra tunning de dudoso gusto, y se dirigía a NF-11. Después de la Rebelión cada vez era más difícil que alguien te recogiese y te subiera a bordo; cada día se oían casos de gummies que utilizaban formas humanoides para desvalijar a los correos de transporte. Odiaba a los camioneros espaciales en camiseta de tirantes pero no tenía mucho más donde elegir; había estado más de tres horas haciendo autostop en aquella estación orbital. Tras los monitores de la central de carga un almanaque anticuado de 2184 dibujaba un holograma barato de una androide casi desnuda. Sabía que el viaje no iba a ser fácil.

-Parece que las cosas no están muy bien por Orión, he oido decir -masculló con la vista perdida en el infinito estelar.

30 años

30 de noviembre 2008

Habían pasado casi treinta años cuando me crucé con él por la calle. No iba últimamente mucho por el pueblo y me apetecía dar un paseo tranquilo para alimentar nostalgias. Y allí estaba él. Habían pasado casi treinta años y a pesar de ello no se diferenciaba mucho de aquel que conservaba en la memoria cuando yo tenía apenas ocho años: un señor entonces ya mayor, calvo, con gafas de pasta oscura y un bigotillo fino, estilo franquista años cincuenta.

– Hola don Ignacio, ¿se acuerda usted de mí? -le paré sin pensármelo dos veces víctima de un reencuentro con el pasado.

– Claro, claro ¡Cómo no! -asintió con una respuesta manida de uso.

– Soy Fernando, Fernandito. -dije para facilitar el recuerdo- Usted fue mi profesor en tercero y cuarto de EGB. Qué casualidad. Venía paseando, recordando aquellos tiempos de niño en el cole y me lo encuentro a usted.

Estuve a punto de decirle que, claro, cómo iba a imaginar yo que siguiera vivo, después de tanto tiempo. De repente una imagen me invadió y lo ví sentado tras su mesa de madera con una larga regla en la mano explicando la lección. Quise ponerle al día de lo que había hecho en todo este tiempo.

– ¿Sabe que me fuí a Madrid? Allí estudié periodismo, trabajé en radio, en televisión y ahora en un gabinete de prensa. Me casé, ¿sabe?; tuve tres niños preciosos, que ya van al cole, a uno cerca de casa. Un colegio público, porque somos de los pocos que quedamos ya defendiendo la enseñanza pública. Llevo ya media vida en Madrid, desde los 18, ¿sabe?, y acabo de cumplir 36.

Cogía carrera e intentaba resumir qué había sido de mi vida en los últimos treinta años. Lo cierto es que habían pasado tantas cosas que me costaba trabajo hacer un recorrido cronológico por las mismas. Él me miraba, perdido en un dejavú.

La verdad es que el encuentro tenía algo de especial, y no sólo porque me encontrara dando un paseo por el pasado. Llevaba varios meses dándole vueltas a una idea: junto a algún antiguo compañero, encontrado también casi por casualidad, andábamos organizando un reencuentro de compañeros de primaria a través de facebook.

– ¿Sabe? -continué-, he pensado mucho en los compañeros de aquellos años y estamos pensando volvernos a encontrar, en una comida o una fiesta. Algo para hablar del colegio, de aquellos años y para ver cómo nos ha ido a todos. No se, me apetecería saber qué es de Blas, de Víctor, de Miguelángel, Domingo, Felipe,…

– Búscalos, claro, Fernandito, -Don Ignacio rompió el silencio en un tono que me recordó aquella antigua clase de básica-termina de hacer las cuentas, que luego las corregimos, y bájate al patio que ya seguro han empezado el partido. Pero abrígate, coge la bufanda.

Con la mirada perdida en algún lugar remoto don Ignacio sonreía mientras señalaba con un dedo huesudo a cualquier parte. Treinta años cayeron de golpe sobre aquel viejito de afilado bigote.

No pude hacer otra cosa que abrazarme a él sin poder contener un amargo llanto, mientras el viejo profesor me daba unas rítmicas palmaditas sobre la espalda para consolarme.