26 de noviembre 2008
Él fingía que la amaba.
Ella le hacía creer que se sentía amada.
Por lo demás, todo era real.
26 de noviembre 2008
Él fingía que la amaba.
Ella le hacía creer que se sentía amada.
Por lo demás, todo era real.
6 de septiembre 2008
Se había ido enrrollando tanto en la vida que la mentira formaba ya una dura madeja. Las medias verdades y mentiras piadosas habían ido superponiéndose unas sobre otras y apretaban tanto que era imposible sacar una sin romper todo el cordel. Realmente en ese momento no sabía muy bien quién realmente era ya que en el último tiempo habían empezdo a tomar la costumbre de mentir sobre antiguas mentiras; es decir, se inventaba nuevas mentiras para no contar otras que de tanto repetirlas habían empezado a pensar que eran verdades. No sabía cómo salir de allí, seguía tejiendo y tejiendo una bola mayor. Pero se engañaba haciéndose creer que nada pasaba.
16 de julio 2008
La cabeza del pelotón volvía a perder distancia. Como una cinta elástica, la serpiente multicolor, como gustaba llamarla al comentarist, se alargaba y encogía a ratos. Estaba siendo, sin duda, una etapa más bien monótona, sin ningún momento en el que la emoción vibrase, ninguna escapada, ningún puerto de especial dureza.
Miguel Sánchez Bermejo era el único espectador que quedaba despierto a esa hora, las cuatro diecisiete de un veintitantos de julio. Todos habían ido cayendo, uno tras otro, en el salón de sus casas bajo un calor que en aquellas alturas del año invitaban al siesteo. Don Miguel cabeceaba, con los restos del café sólo todavía sobre la mesa. Llevaba veinte minutos, desde que empezara la carrera, en un tira y afloja con el sueño. En el kilómetro cuarenta y tres doscientos, definitivamente, se dejó abrazar por Morfeo.
El comentarista de la carrera comenzó a bajar el tono de la narración. Pausadamente. Parecía como si el mundo se hubiera ralentizado y todo hubiera perdido el fuelle. «El perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Ramíres se lo ha cortado». Siempre utilizaba aquella estúpida frase para cerciorarse de que ya nadie estaba despierto.
– Chicos, ya cayó. Descanso de quince minutos. -se le oyó decir en mitad del relato de la carrera.
En la pantalla los corredores iban apartándose en los arcenes de la carretera. Las moto y coches de apoyo también echaban el freno y sus ocupantes salían a estirar las piernas. De los maleteros iban sacando toallas que desplegaban a la sombra. Unos dormían, otros continuaban la partida de cartas interrumpida la jornada anterior. Los menos echaban un trago o un pis tras los arbustos. La pesadez de la siesta veraniega se derramaba con toda su intensidad, como cada tarde en el tour.
Fueron apenas quince minutos. Hasta que en otro punto de la geografía se despertón un telespectador. Julián Moreno Pérez despertaba de un letargo de media hora en el apartamento de la playa.
– Despiertan por Alicante. Todos a sus puestos; cinco y entramos -narraba con tono de megafonía de grandes almacenes el mismo locutor. La pantalla cambiaba por unos segundos a fotofija con subtítulos: Está usted viendo la decimotercera etapa del tour de Francia 2008. Al volver a la cámara de la moto 1 los corredores seguían avanzando impasibles la marcha.
-Kilómetro cuarenta y tres y medio y el pelotón avanza homogéneo – se escuchaba al locutor, con aire adormecido, continuar su relato.
18 de mayo 2008
Si, ya se que no es una idea muy original y que hay mucha gente que lo ha pensado algua vez: creo que vivo dentro de una peli. Pero es que yo estoy seguro. Paseo por la calle y de vez en cuando veo el cartón de los decorados y cómo la gente interpreta sus papeles sólo delante de mi. El otro día me dí una vuelta rápido para ver lo que ocurría a mis espaldas -lo hago bastante- y les pillé: allí estaban aquellas dos chicas paradas justo después de haberse cruzado conmigo un instante antes en bicicleta. Y las sorprendía paradas a tan solo cinco metros observando cómo yo seguía con mi paso, y esperando, tal vez, nuevas indicaciones para actuar. Otras veces me doy cuenta -cuando sabes el engaño no es difícil- que mucha de la gente con la que me cruzo es repetida, vamos que primero veo a un señor de bigote en la pescadería y luego me lo encuentro en el bar de un poco más arriba tomando un café. Al mismo. Algunas veces le quitan el bigote y le ponen gafas.
Y la verdad es que me gustaría conocer al director de todo esto, porque no se que esperan de mi. Llevo una vida más bien mediocre, no tengo trabajo y mi novia me abandonó hace unos meses. Mi casa es una mierda, pequeña, sin luz, sucia y salvo pasear de arriba a abajo, sin mucha lógica, poco más hago en el día. Vamos, que si yo fuera el espectador de mi vida cambiaría rápido de canal.
Por eso ayer pensé en suicidarme, pero en el último momento tiré las pastillas por el váter; no se, me da palo dejar a tanta gente en el paro.