Me compré un sueño

8 de febrero 2009

Hace un tiempo me compré un sueño. Y lo digo en el más estricto sentido de la palabra, porque pagué por él. Tengo cierta querencia a las gangas y éste, la verdad, estaba a un precio que no pude resistirme. Lo compré, digo, llegué a casa y lo dejé en la estantería el salón. Sí, ya se que comprarse un sueño y dejarlo por ahí en cualquier parte sin hacerle caso no es algo muy común, pero como era de saldo pensé que mejor le daba un poco de tiempo para que no se sintiera muy agobiado. No quería ir y decirle: venga, te compré, ahora  a darme lo que es mío, satisfaz mi sueño. No hice eso; como digo lo dejé allí en la estantería, junto a unos libros a medio leer a ver si reaccionaba.

Pasaron unos día, y cada vez que pasaba cerca lo miraba para ver si había despertado, si estaba en condicioes para cumplir su labor, pero lo cierto es que parecía no quer trabajar. Yo me fui acostumbrando a verlo allí, como parte del mobiliario. Los amigos, cuando venían a casa me preguntaba por él, y yo les decía, nada un sueño que compré y estoy esperando a ver si algún día se realiza. Raro eres tío, em dijo Alicia aquel día que vino a cenar.

Han pasado más de siete meses y hoy, no sé por qué, le he dado la vuelta y me he encontrado el número del Servicio Técnico inscrito en letras pequeñitas debajo. He estado tentado en llamar, mandarlo arreglar, pedir que me lo cambiaran por otro, no se, decirles que me devolvieran el dinero si no habia otra solución. He pasado u rato largo co el sueño en una mano y el teléfono en la otra. El final no he llamado. Creo que me acostumbré a tener un sueño irrealizado ahí, esperando, sabiendo que en cualquier momento puede ocurrir algo que lo ponga a funcionar.

Published in: on febrero 8, 2009 at 11:01 pm  Comments (2)  
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Tres

27 de julio 2008

Había tres animales en aquella ventana a cualquier hora. De derecha a izquierda, siempre siguiendo este orden: un pequeño gatito vikingo a rayas naranjas, un gato grande y negro y un perro de pelos largos. Siempre observaban el frente, como a la calle, sin apenas moverse. Muchas veces tuve la tentación de acercarme y tocar el cristal para cerciorarme de que aquellas criaturas no eran de porcelana. A cualquier hora que pasaras frente a aquella ventana siempre se encontraban allí, quietos, en ese mismo orden con su vista perdida en el infinito.

Tres. Gato naranja, bola negra y perro peludo. Siempre en fila.

Un día no pude más y llamé a la casa. Toc, toc, toc. Me daba vergüenza lo que estaba haciendo, como un chaval llamando a una puerta desconocida para preguntar por tres animalitos en una ventana. Qué le importa a usted, podría decirme la dueña, ¿le molestan?, pues ande a investigar a otro sitio.

Me sorprendió la juventud de la chica que me abrió la puerta. Una mujer de menos de treinta, con una trenza rubia recogida en la espalda.

-No sé qué es lo que miran o buscan. Son unos bichitos extraordinarios, no dan nada de guerra. -explicaba la joven como desviando mi pregunta.- Nos los encontramos dentro cuando compramos la casa hace apenas seis meses y los adoptamos.

Me asaltaron tres dudas, pero no quise seguir preguntando.

Ilusión

22 de julio 2008

El náufrago tiró la botella al mar y vivió el resto de su existencia esperando una respuesta. Cada día soñaba que llegaría a algún puerto, leerían su nota de auxilio y le rescatarían de inmediato. Vivió 28 años en aquella isla. Concretamente 28 años, 4 meses y dos días. Con la ilusión de que en algún momento llegara su mensaje. La botella aún vivió más, allí en el fondo, entre los corales. A escasos veinte metros de donde la tiró al llegar a la isla.