Begin the beguine

3 de noviembre 2008

Metía lo imprescindible en aquella vieja maleta de cuero. Un cepillo de dientes, un jersey grueso de lana y una libreta a rayas. Siempre andando a la estación, sintiendo cómo la ciudad se despedía de ella. Bajaba por las escaleras mecánicas dejándose atrapar por la marea de viajeros que iban y venían a toda prisa. Se paraba un largo rato frente a la pantalla de salidas y llegadas con aquellos dígitos verdes que cambiaban a un ritmo constante marcando horarios y retrasos. Bajaba a los andenes. Sentada en un frío banco soñaba que acababa de llegar de un largo viaje. Un viaje de muy muy lejos. Después de muchos días o meses.

Cansada, deseaba volver.

Una vez más, soñaba que comenzaba una nueva vida. Que volvía a empezar. Y regresaba a casa, siempre andando. Saludando de nuevo a una ciudad que le daba la bienvenida.

Published in: on noviembre 3, 2008 at 1:19 am  Comments (2)  
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Un año sin BsAs

7 de septiembre 2008

Había pasado un año justo desde aquel viaje a Buenos Aires. Se juró volver a la ciudad en el menor tiempo posible pero ya habían pasado doce meses y estaba en Madrid. No pudo contenerse buscó el exto que escribió como despedida de aquella ciudad hacía apenas un año; quería refresacarse el juramento:

«Aún no salí y ya la extraño. Se me pegó el empalagoso, empalagoso -como dulce de leche- acento  argentino. Un café chiquito, agua con gas y una facturita. Me voy como llegué, sin querer molestar, bebiendo a traguitos cortos el aroma de esta ciudad que huele a mar, en un sábado celeste y blanco: niebla de leche en San Telmo, bajo un cielo azul radiante.

Como las firmas rayadas a punzón en la barra del café Dorrego se me amontonan imágenes de la ciudad. Palermo viejo, Florida y la torre del Yach Club; un kiosko que vende nada y de todo, Recoleta y un carro a caballo cruzando Uribe. El majestuoso Cavanagh, con su historia de miserias y esplendores, y el fluss,
fluss, fluss del colectivo Corrientes arriba. Ciudad frenética, de carreras de coches y marabuntas en Mayo. “No se puede hacer más lento”. Una jauría de perros arrastran a un paseador por los bosques de Palermo mientras un piquetero grita: Asamblea, asamblea, en Cortázar. “Yo tengo un cuñado en Coruña…»  -habla
sin parar un taxista, mientras me relata de carrera y en tres minutos la filmografía completa de sus grandes del cine. Hipódromo, MALBA y Club de Polo. Y un toro con cuernos en el parque de la República de Irán. Lemar mira como un faro gigante la ciudad. Taxi-boys en Alvear, putas baratas anunciadas en las
cabinas de Telefónica y señoras de visón y mechas en Belgrano. Patios de ladrillo y cal y cristales hacia el cielo de Puerto Madero. La banda del Regimiento de Patricios. Argentina Design, el Soho, Catalano y una vaca de colores escondida en una esquina. Ciudad de esplendores art-decó y un millón de mierdas de perro. (Tenía que decirlo, pisé tres en dos días). Resuenan mil voces con ese dulce arrastre en la palabra de la flaca argentina incombustible que habla sin respirar. Novecento, mozarella con morrón y Cumbre las Hormigas. Menudo líquido. Turistas a reventar en las galerías de arte de San Telmo, mientras Gardel sonríe en un sobrecillo de azúcar. Costanera -hecha de tripas de ciudad-, Lavalle, Boca y Caballito. El Bajo, 7 de julio y un caminito de cartón piedra.

Me enamoré de este cachito del mundo. ¿Por qué?, ¿qué te gustó de esta ciudad? No se, joder, me enamoré como te enamoras del primera amor. Como te enamoraste una vez de aquella chica que bizqueaba un ojo al hablar, pero tú, tan feliz. ¡Qué ojos tan bonitos! -pensabas como un tonto sin darte cuenta de que tus amigos se partían de la risa. Me enamoré como un tonto de Buenos Aires: de su grandeza exhuberante y su detalle diminuto. Sólo 5 días y es como si la hubiera conocido de toda la vida. No se puede hacer más lento.

Volveré.

Volveré, me repito, mientras devoro entre mocos un alfajor de chocolate para que no se me rompa el corazón.

BsAs, primero de septiembre de 2007

PD.- La niebla se va comiendo la ciudad, como en un sueño, mientras yo parto hacia Ezeiza.»

Sísifo 2

17 de abril 2008

Se llamaba Salomon. Era el joven más prometedor del pueblo y en él estaban puestas todas las esperanzas de la gran familia. Cada uno, como pudo, ayudó a reunir lo que habían pedido para cruzar los tres países que le separaban del gran paso final, el Estrecho. No podía tener miedo. No había otra opción. No era sólo él, de aquello dependía toda su pequeña comunidad. Hacer dinero y mandar lo que se pudiera. Sobrevivir como fuera para que viviera el resto. Nadie quiso hablar de lo que no se podía hablar. Era cierto que muchos de los que iban, no volvían jamás, pero no se podía hablar de eso. Había que dar fuerzas, ayudar con lo que se pudiera y pedir a los dioses que lo acompañaran y cuidaran de él.

Lo había conseguido. Nunca pensó que pudiera llegar pero allí estaba. Desde que tenía uso de razón la idea de cruzar a Europa era la única línea que seguía su vida. Él Salomon Lucumi, 16 años recién cumplidos, congoleño de una pequeña comunidad del centro del país, había sido bautizado como La gran esperanza. Una sola idea había sido la obsesión de su corta vida: ir. No sabía que a partir de ese justo momento, como si fuera la bisagra de una puerta, la obsesión se invertiría: volver.

Published in: on abril 16, 2008 at 9:17 pm  Deja un comentario  
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