17 de junio 2008
Entre cocodrilos e hipopótamos siempre había habido cierta rivalidad por el espacio. La rana, cansada de mediar entre los unos y los otros por cada centímetro de terreno decidió hacer un sencillo experimento: haría una lista con las necesidades de espacio de cada uno de los animales de la charca.
Los primeros fueron los avariciosos cocodrilos. Se notaba en ellos una clara influencia de aquellos vecinos de la ciudad y su objetivo era crecer, consumir más y más, poseer, invadir y esquilmar el territorio y sus recursos hasta la última gota. Cada uno quería poseer una extensión propia de no menos 100 metros cuadrados en la que ningún otro animal entrase sin previa autorización. Esta zona debía tener acceso directo a la charca, una posición soleada para calentar su sangre y cercana a su fuente favorita de alimentación, los antílopes. Para el verano, los cocodrilos pedían un espacio en la otra orilla. Dentro de la charca necesitaban mil metros cúbicos por animal y una zona de circulación vetada a hipopótamos, que cruzase la charca de un extremo a otro. Sus detritus serían arrojados en una zona alejada. Y así la lista se fue llenando de pequeñas charcas de uso privado, residencias para cada estación, campos de golf, restaurantes y clubs privados. Hubo quien, incluso, propuso la construcción de un cocodryiliandia.
Llegó el turno de los hipopótamos, unos 40, que hicieron su petición de forma colectiva. Les gustaba estar juntos, unos contra otros, compartiendo el mismo espacio. Para alimentarse, tampoco necesitaban complicarse: hierba fresca abundante. Nada más, eran felices con agua y fango.
La rana estaba descocertada. Intentaba calcular la cantidad necesaria de charca para cada especie, sumaba, restaba y multiplicaba; trazaba lineas que separaban la charca en diferentes territorios que se cruzaban unos con los otros. Intentó crear unas zonas de pasto, ganaderas y de ocio para las necesidades comunes y otras para uso privado. Tuberías de deshechos, riego de campos, espigones, una cantera de áridos y una planta de reprocesamiento de resíduos. Había que talar la parte norte del territorio para el campo de golf y en el sur aumentar otro tanto para agricultura. Los vertidos que planeaban por un extremo de la charca, terminarían en el otro, por lo que necesitaría cavar pozos más profundos en busca de agua dulce. Sudaba, como nadie vio jamás sudar a una rana. Intentó una y otra vez, midió la charca de extremo a extremo experando encontrar algún metro extra, pero no, parecía que aquella charca no era lo suficiente como para contener todos los metros necesarios en sus cálculos.
Cuando su cabeza parecía estar a punto de estallar, cayó fulminada sobre la roca.
-Insoportable -fue lo único que se le escuchó decir, panza arriba. Una sóla palabra que encerraba la solución a todos sus cálculos.