20 de septiembre 2008
Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deséamos Leo, …
Se cruzaba los pies por debajo de la mesa. La gente pediente en las velas. Las velas que Leo, siete años, y sus amigos, iban a soplar tan pronto terminase la canción, que ya había escuchado al menos tres veces en su honor ese año en otras tantas ceremonias que nunca parecían satisfacer a su madre, amante de las celebraciones.
Se habían separado hacia cuatro años, pero aún conservaban amigos en común y se veían en alguna que otra fiesta como aquel cumpleaños. Y, claro, también estaba Jara, siete años, fruto del pasado y nexo irrompible entre la pareja. Esa era sin duda la razón de que sus vidas no hubieran tomado caminos completamente contrapuestos después de la separación; tenían, más bien, la sensación de vivir una especie de vías paralelas que intentaban no cruzarse con excesiva frecuencia. Y cuando lo hacían, sólo sexo, nada más.
Se sentían como adolescentes bajo la mesa, en el jardín. Un corro de niños ayudaban a Leo a soplar las velas de una tarta de galleta y dulce de leche argentino. Minutos antes él le había dicho: qué guapa te veo. Y ella no había sabido qué responder.
Jara era íntima de Leo, compartían amigos, salidas de fin de semana, vacaciones y algún que otro cumpleaños. Él era amigo del padre de Leo y ella mantenía relación casi con todos los que se encontraban en el jardín aquella tarde: amigos, compañeros de trabajo y gente relacionada con el mundo de la comunicación.
No se miraban. Aunque sus piernas se acariciaban, arriba abajo, arriba abajo; hacían como que no perdían la atención de aquellas velas azules sobre galleta. En aquel momento se hubieran girado y se hubieran besado, pero había mucha gente. Mucha gente que hablaría. Su separación había sido muy sonada como para andarse ahora con esas tonterías de adolescentes.
Hola mamá, hola papá -se acercó Jara; las piernas se desentrelazaron- me gusta veros felices.
Una mirada de complicidad se cruzó entre ellos. Las velas se apagaron y el jardín se llenó de aplausos. Cada uno pensó su deseo.