Conejo Blanco

9 de enero 2008

Se llamaba Alicia y llevaba persiguiendo a un conejo blanco durante todo el día. De repente, detrás de unos arbustos sobre los que descansaba la sonrisa de gato a rayas vio moverse algo. Sacó su escopeta semiatumática Stoeger 2000 y descargó dos cartuchos sobre el animal.

Happy end

25 de agosto 2008

Érase que se era, en un país muy muy lejano, una pareja de perdices tremendamente desdichadas. Una malvada bruja peruja les había convertido en periquitos de colores. Y claro, que digan lo que quieran los amantes del australiano periquito, pero donde se ponga una faisánida que se quite el colorín menudo del periquito. La verdad es que, fuere como fuere, aquellos pequeños periquitos-perdices querían volver a su estado primigenio por lo que surcaron medio mundo en busca de una receta que acabase con aquel embrujo brujo. Y lo consiguieron. Llegaron a una región interior del pais de cuento en cuestión y encontraron el antídoto a sus males. Se llamaban «Felices» unas pastillitas pequeñas, de color rosa pastilla, que tenían un curioso regusto a chicle de fresa. Y nada más. Comieron Felices y fueron perdices.

Blanca

25 de julio 2008

– Nos explotaba laboralmente. Desde que llegó, cambió nuestras cuentas del banco y gestionaba todos los rollalties de nuestras apariciones. El merchandising era decisión suya, … y todas las entrevistas.

– Acabó con nuestras vidas; para ella no éramos más que marionetas. ¿Qué váis a saber vosotros pequeñajos?, nos decía constantemente.

– Y nos acosaba. Se aprovechaba de nosotros, cada noche uno en su cama.- argumentaban uno tras otro, para sumar más y más razones que descargasen lo que acababan de hacer.

El mudo parecía el más nervioso. Gesticulaba y asentía a cada una de las palabras der sus compañeros.

El juez no daba crédito. La sala estaba a rebosar de prensa, el calor era axfixiante, gritos de niños, cuchicheos de mayores, lloriqueos escondidos por las esquinas. Los acusados tenían unas boces chillonas, se atropellaban al hablar, quitándose entre ellos la palabra y no era fácil hilar la muerte de aquella chica de cabello negro azabache y la tela de araña de odios, rencillas y envidias de aquellos siete pequeños señores. No aguantaba más.

– Quince minutos de receso -paró en seco el juez.