Longitudinal/transversal

15 de febrero 2009

Conducía su Volvo S-40 como quien empuja el carrito de la compra por unos grandes almacenes mirando las estanterías a ambos lados. A ambos lados no habían galletas ni paquetes de arroz; una hilera de chopos corría longitudinalmente al canal paralelo a la carretera. No eran más de las ocho aunque la noche se había cerrado hacía ya un buen rato. No tenía prisa por llegar a casa. En aquel momento de su vida no tenía prisa por llegar a ningún sitio, se dejaba arrastrar por la vida sin sentirla, acomodado en un asiento de cuero a juego con el salpicadero, 2000 euros extras. Pasaron varios kilómetros atravsando el mismo paisaje repeetido cuando llegó a la rotonda: una carretera atravesaba a la carreterapor la que eĺ veníal. Por la derecha un coche gris oscuro con algo aprecido a unos antiniebla, aunque no había niebla; por la izquierda un deportivo rojo. Los tres se pararon antes de entrar en la rotonda, ninguno parecía tener prisa; otros dos hombres de aproximadamente su edad, rondando el medio siglo, en sus asientos de cuero, cruzaron lentamente la rotonda y continuaron en el mismo sentido, direcciones contrarias. Metió primera y avanzó, perpendicularmente al coche rojo y al coche gris con faros antiniebla, que rápidamente se ocultaron engullidos por la noche bajo la línea de chopos.

Published in: on febrero 15, 2009 at 12:59 am  Deja un comentario  
Tags: , ,

Explosión

17 de septiembre 2008

No podía quitárselo de la cabeza. Daba vueltas a todo lo que había ocurrido en las últimas horas y no conseguía tomar una decisión. Las imágenes, cada palabra, cada uno de los minutos de los últimos dos días le martilleaban en la cabeza. Seguía conduciendo, los ojos rojos, la tarde roja. La cabeza a punto de estallar.

Fueron apenas cinco segundos. Un reventón. Un tornillo hacía añicos la goma y la cámara de una de las ruedas traseras del coche. 130 kilómetros por hora. Un volantazo, otro, otro, otro. El coche se desplazaba violéntamente a derecha e izquierda mientras ella seguía intentando mantener la dirección. Sin pisar el freno, los pies le temblaban.

Cinco segundos, tal vez alguno más. Eternos. Y el coche se paró finalmente en uno de los arcenes de la carretera. Sabía perfectamente lo que ocurría en estos momentos en el cuerpo: la glándulas adreales segregarían de repente una buena craga de adrenalina, aumentando la glucosa en sangre, la tensión arterial, el ritmo cardíaco, las pupilas, la respiración, estimulando la dopamina en su cerebro.

De repente lo veía todo más claro.

Paralelas II

28 de mayo 2008

Acababa de salir del Hong. Conducía sólo por la Radial 5 a punto de cruzar la M50 destino a Fuenlabrada. Había bebido tal vez demasiado para la hora que era, apenas las once. Se despedían del Richard, después de toda la tarde en el tanatorio. Y era una despedida definitiva. Al Richard acababan de enterrarlo, con 19 años, aquella misma tarde. Nadie se lo podía creer. Todos habían estado en aquella fiesta en la que el Richard había tomado nosequé que se lo levó al otro barrio; posiblemente les vendieron algo adulterado, o algo muy puro, o se metió en exceso. De cualquier forma de nada valía ya buscar la causa, el Richard descansaba donde fuera que estuviera en ese momento. Por eso esa tarde la despedida había estado bien cargada de alcohol, para olvidar, para no pensar.

No escuchaba la radio encendida a todo volumen en el coche. Estaba a punto de tomar el desvío a la M50 y casi le era imposible distinguir las líneas de la carretera. Las luces de los demás coche le dejaban cegado y perdía la visión durante unos segundos. Fue tan solo un instante, y el coche empezó a girar dando vueltas y vueltas por el arcén hasta terminar empotrándose en la valla que recomendaba reducción de velocidad.

«Ayúdame y te habré ayudado, que hoy he soñado en otra vida, en otro mundo, pero a tu lado.» cantaban en la radio segundo antes de encontrarse con el Richard.