Diamante

7 de enero de 2009

Era el más bello entre todas las joyas del escaparate. 565 euros en una pequeña notita apenas visible desde el cristal, pero que le enorgullecía como lo más caro de aquel paño rojo. Sus compañeros, una gargantilla, unos pequeños zafiros en pendiente, un sello de oro y unos gemelos no llegaban ni a los trescientos. Él era el diamante, y lo decía como si dijese yo soy el rey de la selva. Soy lo que véis, limpio y transparente. Pero la verdad es que las luces de la calle disparaban cientos de brillos alrededor. Le gustaba pavonearse, cegar con sus destellos a sus compañeros de escaparate, ocupar el centro de todas las miradas. Fueron dejándole sólo en sus aires de grandeza, la plata salió primero, las perlas, el oro de tres colores, incluso algún que otro titanio. La bisutería era la reina. Todo. Menos aquel facetado iridiscente, magnificente, prepotente y engreído brillante. Hoy entraron rebajas y lo bajaron de nuevo a la cámara hasta las siguientes navidades, en una oscura cajita de terciopelo negro.

Lugares comunes

5 de diciembre 2008

Su vida estaba llena de lugares comunes -pensaba sentada en el porche, la mirada perdida en un rojo atardecer.

Published in: on diciembre 6, 2008 at 1:26 am  Comments (2)  
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Elige tu aventura

4 de diciembre 2008

F.H.G. sale de su casa esta mañana temprano, coge abrigo y bufanda-la mañana se ha levantado fría en la capital-y sale por la puerta con cara de haber dormido poco.

Indique correctamente la respuesta adecuada:

A.-F.H.G. había dormido poco.

B.- La cara que llevaba era la cara con la que todos nos despertamos por las mañanas independientemente de lo que hayamos dormido.

Andaba cabizbajo dando vueltas en torno al mercado de San Miguel. La primera vez pudo haber sido una equivocación pero ya llevaba ocho vueltas, una tras otra, una tras otra, a la misma plaza. Además aparentemente no buscaba nada a juzgar por los indicios: no miraba un mapa, no alzaba la vista intentando leer los letreros que marcan los nombres en las calles, no preguntaba a cualquier vecino, no se paraba en las intersecciones con actitud dubitativa. No, no estaba perdido, podríamos afirmar apoyándonos, para más argumentos, en que vivía en esa plaza, en el número ocho, en una casa de la que acababa de salir hacía unos minutos enfundado en su abrigo, con una bufanda al cuello y supuesta cara de no haber dormido. La gente no le miraba -en Madrid la gente es una masa compuesta por todos los demás menos tú-, pero si alguien le hubiese mirado a los ojos hubiese descubierto una lágrima -o quien sabe si sólo un reflejo- que corría por su mejilla.

A.- No era una lágrima sino una gota de lluvia que había caído con afortunada precisión en su cara.

B.- Era una lágrima, sin más.

C.- Era una desertora de un llanto contenido.

Cambió el rumbo. Cierto que en los últimos diez minutos no había tenido rumbo, en el estricto sentido de ir a algún sitio ya que no había parado de dar vueltas al mercado. Cambió el rumbo. Y cogió calle abajo por Mayor con paso decidido, enfundado en su abrigo, enlazado en su bufanda y humedecido por una pequeña lágrima que recorría lentamente su mejilla.

Torció inesperadamente y entró en un café con un rótulo de imitación medieval y pidió un café con leche. Humeaba detrás de la barra.

A.- Necesitaba entrar en calor y eligió el primer sitio abierto para tomar algo reconfortante.

B.- Necesitaba tiempo; tiempo para pensar, tiempo para decidir, tiempo para hacer lo que tenía que hacer.

C.- Esta escena es supérflua y es puro recurso narrativo para retardar el clímax.

Bebió un sorbo y la espuma del café tocó su nariz. Sólo un poco; lo suficiente para dibujar un pequeño copo entre ambos orificios nasales. Salió del bar aparentemente -aunque fácilmente reconocible el cartón piedra-medieval. Y siguió avanzando por la calle abrochándose los últimos botones de su abrigo gris, retorciendo su bufanda como una serpiente a punto de asfixiar a su presa, con una lágrima ya absorvida por su piel a la altura de la mejilla y un copo de nieve -que era de café- en la punta de la nariz. Avanzó durante diez minutos -sin más interés narrativo salvo que hacía pequeñas paradas irregulares, como para pensar, o repensar, o dejar de pensar- hasta llegar al Viaducto. El Viaducto de Segovia era un clásico para los suicidas en Madrid. Cosntruído a principios de siglo, de estilo racionalista, en hormigón armado pulido, salva un desnivel de más de veinte metros sobre la calle Segovia. Bajo la gran bóveda el tráfico inundaba de un ronco murmullo la estructura. Un aire frío le cortaba la piel. Se acercó a la barandilla central, levantó la vista hacia la Casa de campo y pensó -sólo pensó, pero sintió como el eco de sus palabras atravesaban el horizonte-. C’est fini. De repente, como un globo que acaba de perder un nudo, rompió a llorar. Las lágrimas comenzaron a brotar de ambos ojos, corriendo por ambas mejillas y acumulándose en las comisuras de los labios.

A.- Lloraba porque su gato Mike -para él era algo más que ese puto bicho peludo- acababa de morir esa misma mañana.

B.- Lloraba porque su novia la noche de antes le había contado toda la verdad. Y toda la verdad era algo muy doloroso.

C.- Lloraba porque llevaba más de sos meses dando vueltas por la vida sin saber qué hacer o por dónde reconducirla  después de acabar con los dieciocho meses de paro que le habían mantenido en un estado casi de letargo existencial sólo roto por las visitas al psicólogo de la Seguridad Social que su médico de cabecera le había recomendado.

D.- Lloraba porque era un flojo -siempre había sido un flojo y su padre nunca se cansó de repetírselo hasta su muerte- y no sabía enfrentarse a los problemas.

E.- Todas las respuestas son correctas.

Se secó los mocos con una esquina de la bufanda y comenzó a escalar la baranda de granito resistiendo el azote de un viento que soplaba fuerte de Oeste. Un corro de personas giraron la cabeza al mismo tiempo, nadie se movió, todos hicieron gestos distintos que reflejaban la misma sorpresa. Una señora desde un balcón en la calle contraria no hizo ningún gesto de sorpresa: estaba acostumbrada a una escena similar cada mes. Una madre tapó los ojos a una niña de su mano que miraba hacia otro sitio.

Parecía una escultura en uno de los pilares de granito. El abrigo desabrochado le confería un aspecto de superhéroe de película dejándose mecer por el viento. La bufanda, con una esquina empapada en moco, se aflojó y cayó realizando piruetas sobre los coches que cruzaban 23 metros más abajo. Un copo de nieve -que era de café- en la punta de su nariz.

A.- F.H.G. se dejará caer.

B.- F.H.G. recapacitará, verá las cosas más claras y volverá a bajar, habiendo perdido tan sólo una bufanda.

C.- Alguien le convencerá, o le salvará, o le rescatará, impidiendo que se tire hasta un mes después en que volverá a intentarlo con más éxito.

D.- ¿Quién soy yo para decidir sobre la vida de F.H.G.?

Published in: on diciembre 5, 2008 at 3:10 pm  Comments (4)  
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Vueltas

3 de diciembre 2008

Pensó que ya no podía seguir dándole vueltas y vueltas a aquello. Decidió ponerle punto final.

Y empezó a darle vueltas a otra cosa.

Published in: on diciembre 4, 2008 at 10:43 am  Comments (2)  
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Brillante oscuro

2 de diciembre 2008

Switch on. Rojo, naranja, verde. Bombillas de navidad sobre los árboles de la plaza. Miles de zapatos rompen el cristal de lluvia sobre el paso de cebra.Verde. Libre, en mayúsculas a la entrada del parking del Vip. Una Heineken trasluce un brillo desde detrás de una barra iluminada que refleja los focos del escaparate que absorbe los rayos de la calle. Sobre la calle los rayos de los focos de un escaparate que iluina una barra que refleja el cristal de una Heineken. Más abajo Cruz verde, como una serpiente sisifiana, una vuelta, otra vuelta, otra vuelta; farmacia abierta. Starbucks Café y Mocca Frapuchino. Fuera dos grados, dentro lo mismo. Naranja, plazas libres a 90 euros la matrícula -se me enciende una luz-. Blanco, marcha atrás mientras el muñequito tirita en verde. Ahora fijo en rojo. Rojo. Oferta dos por uno en zapatos de moda, junto a un nuevo local de apuestas deportivas. Tic, tac, tic, tac, tic, tac, cruza la esquina un coche de policía en servicio. Azul. Óptica San Roma. Brillos de espumillón multicolor sobre la montura de unas gafas antireflejos. Blanco. Una cortina de agua se derrama en el centro de la plaza de Bilbao. Frenazo. Luces. Claxon. Luces. Y vuelta a empezar. Un destello perdido en una ventana que refleja la luna. La luna. La luna clava su faca en un cielo azul eléctrico. Tras la nube de luz el cielo es negro. Switch off.

Published in: on diciembre 3, 2008 at 12:08 am  Comments (1)  
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Autostop

1 de didiembre 2008

Sin duda se bajaría en el próximo transbordador que le puediese llevar a algún lugar conocido. Llevaba poco menos de cinco años luz de viaje y ya no aguantaba a aquel camionero  que le miraba las tetas mientras masticaba con la boca abierta un sandwich de sardina deshidratada. Conducía un Orión de ocho toberas de fisión, con algún extra tunning de dudoso gusto, y se dirigía a NF-11. Después de la Rebelión cada vez era más difícil que alguien te recogiese y te subiera a bordo; cada día se oían casos de gummies que utilizaban formas humanoides para desvalijar a los correos de transporte. Odiaba a los camioneros espaciales en camiseta de tirantes pero no tenía mucho más donde elegir; había estado más de tres horas haciendo autostop en aquella estación orbital. Tras los monitores de la central de carga un almanaque anticuado de 2184 dibujaba un holograma barato de una androide casi desnuda. Sabía que el viaje no iba a ser fácil.

-Parece que las cosas no están muy bien por Orión, he oido decir -masculló con la vista perdida en el infinito estelar.

30 años

30 de noviembre 2008

Habían pasado casi treinta años cuando me crucé con él por la calle. No iba últimamente mucho por el pueblo y me apetecía dar un paseo tranquilo para alimentar nostalgias. Y allí estaba él. Habían pasado casi treinta años y a pesar de ello no se diferenciaba mucho de aquel que conservaba en la memoria cuando yo tenía apenas ocho años: un señor entonces ya mayor, calvo, con gafas de pasta oscura y un bigotillo fino, estilo franquista años cincuenta.

– Hola don Ignacio, ¿se acuerda usted de mí? -le paré sin pensármelo dos veces víctima de un reencuentro con el pasado.

– Claro, claro ¡Cómo no! -asintió con una respuesta manida de uso.

– Soy Fernando, Fernandito. -dije para facilitar el recuerdo- Usted fue mi profesor en tercero y cuarto de EGB. Qué casualidad. Venía paseando, recordando aquellos tiempos de niño en el cole y me lo encuentro a usted.

Estuve a punto de decirle que, claro, cómo iba a imaginar yo que siguiera vivo, después de tanto tiempo. De repente una imagen me invadió y lo ví sentado tras su mesa de madera con una larga regla en la mano explicando la lección. Quise ponerle al día de lo que había hecho en todo este tiempo.

– ¿Sabe que me fuí a Madrid? Allí estudié periodismo, trabajé en radio, en televisión y ahora en un gabinete de prensa. Me casé, ¿sabe?; tuve tres niños preciosos, que ya van al cole, a uno cerca de casa. Un colegio público, porque somos de los pocos que quedamos ya defendiendo la enseñanza pública. Llevo ya media vida en Madrid, desde los 18, ¿sabe?, y acabo de cumplir 36.

Cogía carrera e intentaba resumir qué había sido de mi vida en los últimos treinta años. Lo cierto es que habían pasado tantas cosas que me costaba trabajo hacer un recorrido cronológico por las mismas. Él me miraba, perdido en un dejavú.

La verdad es que el encuentro tenía algo de especial, y no sólo porque me encontrara dando un paseo por el pasado. Llevaba varios meses dándole vueltas a una idea: junto a algún antiguo compañero, encontrado también casi por casualidad, andábamos organizando un reencuentro de compañeros de primaria a través de facebook.

– ¿Sabe? -continué-, he pensado mucho en los compañeros de aquellos años y estamos pensando volvernos a encontrar, en una comida o una fiesta. Algo para hablar del colegio, de aquellos años y para ver cómo nos ha ido a todos. No se, me apetecería saber qué es de Blas, de Víctor, de Miguelángel, Domingo, Felipe,…

– Búscalos, claro, Fernandito, -Don Ignacio rompió el silencio en un tono que me recordó aquella antigua clase de básica-termina de hacer las cuentas, que luego las corregimos, y bájate al patio que ya seguro han empezado el partido. Pero abrígate, coge la bufanda.

Con la mirada perdida en algún lugar remoto don Ignacio sonreía mientras señalaba con un dedo huesudo a cualquier parte. Treinta años cayeron de golpe sobre aquel viejito de afilado bigote.

No pude hacer otra cosa que abrazarme a él sin poder contener un amargo llanto, mientras el viejo profesor me daba unas rítmicas palmaditas sobre la espalda para consolarme.

Fortuna

29 de noviembre de 2008

Recibió 347.540 euros por error. No podía ser otra cosa. El saldo de su libreta de ahorro nunca había tenido tantos digitos. Pensó que en cualquier momento el banco se daría cuenta y sustraería el dinero de su cuenta. Pero no ocurrió. Cada jueves acualizaba su libreta en una de las máquinas automáticas que había en la sucursal frente al mercado. Pero ahí seguían. Su imaginación empezó a dar vueltas sobre lo que podría complementar ese dinero su mísera pensión de viuda; nada grande, tal vez un buen regalo para los nietos, acabar con la hipoteca de su hijo el menor, o, incluso, un viaje a Murcia a visitar a su hermana; a la playa. No contaba nada a nadie. Pasaron los meses y cada jueves esperaba ansiosa que esa cifra, que había empezado a obsesionarle, hubiera desaparecido, dejando su libreta con su habitual saldo de tres cifras. Pero no ocurría y el dinero seguía estando allí. Y empezó a generar intereses; el banco le enviaba el estracto a casas con los intereses que generaba su espontánea fortuna.

No podía más. Una mañana se despertó temprano. Esperó en la puerta de la sucursal a que llegase el director y devolvió el dinero. Recuperó la tranquilidad, sus ruinas y una cubertería de 113 piezas.

Published in: on noviembre 29, 2008 at 10:17 am  Comments (1)  
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Giro

27 de noviembre 2008

Decidió dar un giro a su vida.

Y se dió media vuelta.

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Casi de verdad

26 de noviembre 2008

Él fingía que la amaba.

Ella le hacía creer que se sentía amada.

Por lo demás, todo era real.

Published in: on noviembre 26, 2008 at 1:04 am  Comments (3)  
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El hombre nuclear

25 de noviembre 2008

– ¿No te hice daño verdad? Pues ese es todo el dolor que te tengo que hacer. Él asintió con un pequeño quiebro de sonrisa, sin exagerar, como prueba de su masculinidad ante el sufrimiento. La enfermera, algo mayor y de uñas arrugadas, retiraba la fina aguja de la que, aunque ambos no tuvieran una agudeza visual tan precisa para poder apreciarla, aún desprendía una pequeña gota de tecnecio. Una gasa y dos trozos asimétricos de esparadrapo blanco cerraban el pequeño orificio por el que acababan de inyectarle el compuesto que de inmediato comenzó a correr por sus vasos.

-¿Ve aquel pequeño letrero azul? Espere ahí hasta que le llame el doctor. Hay periódicos. Después de la prueba, váyase a la calle y regrese en un par de horas.

El pequeño letrero azul decía Sala de Inyectados y en su interior, sobre una mesa de cristal rodeada de sillones de orígenes dispares, había un montón de periódicos atrasados.

Tres minutos después el tecnecio-99 metaestable (99mTc) circulaba libre por su cuerpo. El radiotrazador había sido unido a un compuesto difosfonado (metilendifosfonato, hidroximetilendifosfonato) que, tras su administración intravenosa en una dosis de 25 mCi,  se fijaría en los huesos mediante quimioabsorción en los cristales de hidroxiapatita.

La prueba duró apenas veine minutos. Un monitor componía un mosaico puntillista de su cadera. Los pequeños topos blancos, como minúsculos granos de arroz, formaban una imagen con volumen en la que se distinguía el esqueleto. Pensó que tal vez fuera ya estaría nevando como había pronosticado el hombre del tiempo para aquella fría mañana en Madrid.

Compró un botellín de agua y comenzó a dar pequeños sorbos que le supieron acres. No tenía sed pero tenía que beber todo lo que pudiera para eliminar, a través de la orina, aquel compuesto de forma rápida. Descubrió que la calle estaba llena de niños y embarazadas. Tenía tres hijos que habían nacido en aquel mismo hospital hacía ocho, cinco y cuatro años, pero nunca había pensado que en la calle pudieran haber tantos niños y embarazadas. Y menos a las diez de la mañana cuando ya los colegios habían comenzado sus clases y los alumnos posiblemente se encontraran ya esperando la hora del primer cambio. Pero así era; la calle estaba llena de niños y embarazadas. Tambien había hombres de mediana edad, ancianos y mujeres no embarazadas. Pero a estos no les prestaba atención.

Intentaba mantener los tres metros de seguridad. Le resultó cómica la imagen que podía estar dando zigzagueando por la acera como el protagonista de un videojuego cumpliendo con una arriesgada prueba en la que salvaba a niños y embarazadas que podían saltar por los aires al menos descuido. Evitaba el Game Over y la pantalla de ScoreBoard.

Llamó desde el teléfono móvil a una compañera a la oficina para que mandase un mail a su departamento escusándole por no ir a trabajar; en todo el día. Ella le propinó un chiste fácil y le recomendó irse a un museo. Siempre que no hubiese visitas de ningún colegio.

Tenía las manos heladas. No había nevado y el cielo estaba completamente azul, de ese azul brillante con el que se despiertan algunas mañanas de invierno. Llamó a su mujer. No podía ir a recoger a los niños a la salida del cole como habían acordado. Y no sabía qué hacer esa noche. Ella resolvería lo de los niños y él, mejor, no iba a casa hasta tarde; podría dormir en el salón, en la zona de despacho, que estaba bien alejada. Ella intentó restarle importancia, tan sólo serían dos días, pero él se sintió como un bicho raro y pensó en lo difícil que sería para él vivir lejos de sus hijos. ¡Cómo te gusta hacer un cuento de todo? le hubiera dicho su mujer si hubiera escuchado ese último pensamiento. Son sólo dos días. Sí, sabía que eran sólo unas horas y que lo recomendaban por precaución, puro protocolo médico de prevención de riesgos en menores. Pero seguía sindiéndose como un apestado. Y además, tenía las manos heladas y le costaba mover las articulaciones.

Entró en una pequeña cafetería que olía a bacon; con el tercer café y casi un litro de agua necesitaba ir al bño con urgencia. «Ay, campanera. Aunque la gente no quiera…», sonaba la copla en un monitor de catorce pulgadas colgado como un apéndice de la pared. Un camarero colombiano, o tal vez venezolano, limpiaba con un paño la grasa de la pared alrededor de unos jamones envueltos en film plástico.

En la barra, sentada, una chica joven. A menos de dos metros observaba su cintura analizando la pronunciada curva de su abdomen. Intentaba escrutar una barriga de embarazada aunque aquellos excesos cárnicos más parecían michelines que una incipiente gestación. Tomaba café y fumaba un cigarillo light dando grandes bocanadas.

Podía haberle preguntado, sin más, si realmente estaba embarazada, apesar de fumar y tomar café, o aquello que asomaban eran unos simples michelines. Podía haberle explicado que acababan de inyectarle tecnecio; que, aunque no se viese ni su cuerpo emitiera fosforescencias como en las películas ni los elementos a su alrededor se comportasen de forma extraña variando sus estructuras moleculares, todo su ser durante las próximas horas desprendería radiación como si fuera un aparato de hacer radiografías. Podría explicarle a la chica que tomaba sus churros entre calada y calada en la barra, al camarero colombiano, o tal vez venezolano, e incluso a la cocinera que en ese preciso momento se encontraba al fondo de la barra bajo una enorme campana metálica cortando patatas en lascas para hacer una tortilla, que si fuera peligroso dejar libre a una persona inyectada con tecnecio o si hubiese un riesgo grave, al margen de las medidas precautorias con niños menores de ocho años y mujeres embarazadas, no le hubieran dejado salir del hospital y le hubieran aislado, por ejemplo, en una sala hermética con gruesas paredes de plomo y una puerta acorazada bajo un letrero de Peligro, Alta radiación nuclear. Podría explicarles que todo aquello lo hacían para intentar determinar el origen de un molesto dolor que sentía desde hacía varias semanas en la pierna y que el doctor de trauma no había conseguido descifrar a través de un aexploración radiológica. Podría, si cabe, intentar excusarse y transmitir que él intentaba seguir las recomendaciones que a primera hora de la mañana le habían dado en la unidad de medicina nuclear; aclarar que no era un loco mutante que intentaba contagiar con una rara enfermedad a la ciudad, como podía ser sin duda el argumento de una película madeinhollywood, sino todo lo contrario, que tenía exceso de celo y no quería transmitir ni compartir ni una sólo de las radiaciones que en ese momento emitía su cuerpo, y que con mayor virulencia iba a seguir irradiando tras un segundo pinchazo, ahora de galio, que esperaba recibir en poco menos de una hora.

Podía haberlo hecho, sin duda. Pero no lo hizo. Pagó su café con porras, dos euros, y salió lentamente por la puerta, intentando no dejar por el camino ni un sólo isótopo radiactivo tras de sí, pensando en lo dura que podía llegar a ser la vida del hombre nuclear.

Gourmet

24 de noviembre 2008

No podía dar crédito a lo que leía. Intentaba recordar, sin éxito, la cara del comensal que había dejado aquella nota sobre la servilleta.

«Exceso de color en el rissoto. Menos caramelo y más coción. El aceite de pesto se pone antes de emplatar y el acceto al terminar. Y no al contrario. Pecorino mejor que parmigiano; mejora la textura. Del salmón, mejor no hablar. Exceso de grasa, carne cruda en el centro y falta de cierre exterior. Treinta segundos más al interior y fuego fuerte para cerrar la carne. Cuidar relación cantidad de fuego y tiempo. Un plato más grande realzaría la presentación del segundo. La mezcla de verdes mejoraría sin canónigo. Rúcula sóla con limón acentuaría el aroma del salmón. Y un espresso es un centimetro denso, intenso y fragante no un cubilete de agua oscura. Tres sobre diez.

PD.- Los ojos de la camarera hacen olvidar los errores de la cocina. Volveré mañana»

… narrativos

23 de noviembre 2008

Bajaba por San Andrés, la vista baja, como buscando algo en las losetas grises que formaban la acera hasta llegar a la plaza. Susurraba algo entre dientes.

-.-

– No se lo que quiere; por mucho que me pregunto no se lo que puede querer. Quiero que me cuente lo que hay detrás de todo. Cuando llegue a la plaza se lo digo, directamente, no puede seguir jugando conmigo así.

-.-

Intentaba aclarar sus ideas. Saber por qué ella le citaba una vez más. Ella le esperaba tomndo un te con limón sentada frente a la ventana y le diría que aquello, aquello que habáin llamado sin serlo, su relación, había terminado. Él andaba cabizbajo, mirándose los zapatos, intentando encontrar un motivo que no fuera aquel para la cita de urgencia. Antes de doblar la esquina con la Palma un coche, excesivamente rápido, excesivamente despistado, acabaría con su vida. Quince metros escasos de la plaza.

Teléfono

22 de noviembre 2008

-No me lo vuelvas a contar. Si empiezas así cuelgo.

– …

-Sabes que eso no puedo hacerlo; habíamos llegado a ese acuerdo ¿recuerdas?

– …

– No, claro… ya sabes que no, que haría cualquier cosa por tí. Pero no me pidas justo eso.

– …

_No me lo pidas; sabes que no. Sabes que es mejor así. Sólo por un tiempo

– …

-Sí, si puedes vivir sin mí. Y yo sin tí.

– …

– No digas eso. Sabes que no estoy con nadie. Sabes que esto no lo hago porque esté con otro. Tú sabes perfectamente por qué es todo esto.

– …

– Si me levantas la voz cuelgo.

– …

– Sí, estoy sóla.

– …

– No, no puedes subir, ya te dije.

– …

– Sabes que así no vas a conseguir nada. Ya lo hemos dsicutido muchas veces. Sabes que no me vas a liar otra vez.

– …

– Eres tonto. Te van a pillar; sabes que no puedes estar abajo, que no puedes acercarte. No te la juegues, te estabas portando muy bien.

– …

– No te puedes acercar. Recuerda la orden. Lo dijo el Juez.

– …

-No no voy a abrirte. Sí, si lo oigo. Deja de llamar al telefonillo.

– …

– Si sigues insistiendo voy a llamar a a la policia.

-…

– De dónde sacaste las llaves. Quién te las dió. No puedes tenerlas, me mientes; la portera lo sabe todo y no te las habría dado.

– …

-Dejame, me estás poniendo nerviosa. Voy a llamar a la policía.

– …

– Déjame! ¡Olvídame!

– …

– …

– ¿Miguel?. ¿Miguel?; estás por ahí. ¿Miguel?

Caída

21 de noviembre 2008

Andaba como perdida por las calles de Madrid desnuda bajo un largo camisón blanco. Sus ojos, de un raro azul intenso buscaban algo. Nunca hablaba. Algunos pensaron que era una loca, otros una diosa, los más una vagabunda. Sólo yo sabía que era una estrella caída una noche de noviembre.

Published in: on noviembre 22, 2008 at 1:44 am  Comments (2)  
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Costumbres

20 de noviembre 2008

Fue perdiendo la costumbre de vivir. Iba cada día dejándose llevar un poquito, abandonándose, olvidando lo que le hacía despertar cada mañana. El día que se paró y pensó si estaba vivo o muerto descubrió que ya era un cadáver desde hacía tiempo.

Published in: on noviembre 22, 2008 at 12:10 am  Comments (5)  
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Iridiscencias

19 de noviembre 2008

– Te amé. Durante ocho años te amé. Y pensé que podría haberte amado mucho más, por lo menos ocho más. Pero todo acabó. Ya no te amo. Ya no te amaré nunca más. No puedo seguir amándote como te amé estos ocho años en que te amé.

Se miraba en el reflejo del vaso mientras hablaba; la figura se estilizaba creando iridiscencias a causa de los cambios de fase e interferencia de las reflexiones de luz incidente. Pensó que parecía un espagueti. ¡Parezco un espagueti! Aunque no lo dijo.

– Ahora no te amo, creo que no podré volver a amarte nunca más. Al menos no creo que pueda volver a amarte como te amé. Durante los ocho años que te amé. -Le gustaba el trabalenguas pero intentaba dosificar cada palabra, despacio, para no causar daño. El mínimo posible.

– Recuerdo aquellos momentos en los que fuimos felices, no lo niego. Recuerdo cuando me llevabas al parque, cogidos los dos de la mano, a ver los gansos salvajes frente al estanque mientras el chorro de agua, justo en el centro, lanzaba un escupitajo infinito apuntando a las estrellas, arriba en un preciosos cielo azul. Recuerdo un beso. Y algo más. Pero ya no te quiero. Y creo que ya no te volveré a querer nunca más.

Se rascaba la nariz. Suavemente. En un gesto delicado, pero sin resultar cursi ni por el contrario demasiado grosera que pareciera que se estaba oliendo la uña, como de pequeña tanto le gustaba y ahora sólo hacía a escondidas cuando estaba segura, completamente segura, de que no había nadie lo suficientemente cerca como para apreciar la leve aspiración de su nariz.

– Lo tenemos que dejar. Ya no poemos seguir juntos. Tenemos que romper de alguna forma, para no volver. Tenemos que cortar esto que construimos durante los últimos años. Y no volver a intentarlo, ni siquiera para probar, ni siquiera para decirnos la última y no más. Ni siquiera para hacer como que no nos enteramos y lo hacemos sólamente porque nos dejamos llevar y porque no podemos resistirlo y porque después de tantos años juntos cómo no, ni una vez, podemos volver a estar juntos, un ratito pequeño.

– ¿Hablas en serio? -dijo él.

– No, claro; ensayaba -dijo ella mientras seguía observando su reflejo en una fina película de agua iluminada con luz blanca no polarizada en un vaso sobre la mesa.

K2

18 de noviembre 2008

El frío le cortaba la cara. Había sentido esa sensación otras veces. Pero aquella era distinta. A más de ochomil metros sabía que tenía segundos de vida antes de perecer completamente congelado bajo aquella tormenta de nieve.

Nota de cata

17 de noviembre 2008

El retronasal le recordaba a lencería de monja. Sí. Podía haberle recordado como otras veces a bayas: fresas, frambuesas, zarzamora o grosella, o, tal vez a fruta de árbol: cereza roja, cereza negra, a frutas frescas o a ciruela. Podía haber dicho: floral, sin duda, y haber recorrido el mundo de los pétalos de rosa, de violeta o de lila.

Había veces que algunos caldos le recordaban a hierbas, a pimiento, a olivo, salvia, anís o tabaco, y otras a plena tierra, hongo, tierra, alquitrán o trufa. Pero esta vez no. Hizo mentalmente un recorrido por todos los olores conocidos: carne ahumada, tocino, cuero, por el extenso mundo de las especias: canela, clavo y pimientas y por las maderas: vainilla, roble, humo y tostado. Pero no consiguió encontrar similitud.

Cumplió con toda la ceremonia. Inclinó la copa sobre fondo blanco para percibir el color y la intensidad. Dió varias vueltas al líquido para examinar las lágrimas que se formaban y caían a lo largo de las paredes interiores del cristal. Conocía ya el cuerpo, la textura y casi la graduación. Sujetó por el pie la copa y metió la nariz a fondo. Inhaló; profundamente intentando percibir todos los aromas. Giró la copa varias veces para liberar los compuestos y repitió.

No pudo evitarlo, y aún después de decirlo no sabía muy bien que había querido decir ni por qué. Pero no pudo evitarlo y lo dijo: El retronasal me recuerda a lencería de monja.

Estertores

16 de noviembre 2008

Recuerdo aquel mantelito rojo y verde que siempre llevaba cuando nos sacaba los domingos a comer al campo. Extendía sobre él las tortillas, la ensalada de pimientos y los patés. Cada cosa primorosamente colocada en su sitio. Servilletas de encaje preciosamete planchadas en triángulo y vasitos pequeños para la limonada. Le gustaba cuidar cada detalle.

Por eso nadie comprendió aquello. Quiero decir cuando comenzó a blasfemar. El tercer domingo tras el miércoles de ceniza. Volvía a casa, como cada tarde después de impartir la clase de catequesis, cuando entró con aquellos pelos de loca y los ojos idos

– Tengo ganas de hombre. -Yo no entendí nada, así a primera; pensé que hablaba de cocina o no se qué. Pero tardé muy poco en darme cuenta que a la tía algo le había ocurrido. Un volumen inusualmente alto y el tono, gritón, confirmaban que algo malo pasaba. Y qué cosas decía: soy una puta, me he estado guardando casta toda mi vida y ahora quiero que baje el mismísimo Satanás y me tome. Y peores, que no soy capaz de transcribir.

Mamá se echaba las manos a la cabeza, el cura rezaba y rezaba por su alma y el médico indicó trastorno mental pasajero.

La abuela, con la seguridad de las canas, dijo que eran los estertores de la muerte. Los estertores de la muerte. Nadie nunca supo por qué la abuela dijo aquello. La tía murió tan sólo tres noches después, en su cama, sóla y gritando, entre juramentos, blasfemias y maldiciones.

Mierda

14 de noviembre 2008

Todo empezó cuando la abuela dijo: ya no podemos seguir viviendo en esta mierda. Tenemos que buscar otra vida y salir de este pozo de mierda.

La abuela nunca hablaba así, menos cuando se enfadaba con mamá, y la verdad es que me sorprendió porque yo nunca pensé que aquello fuera una mierda. Sí, es verdad que visto ahora aquello que yo pensaba que era una casa normal sólo era normal para nosotros. Vivir sin agua, sin luz, en una casa a mitad construir y con los colchones tirados por allí, por cualquier parte no es algo que ahora vea como una casa normal. Pero entonces yo creía que aquello era normal; y era feliz. Era feliz en aquel barrizal que se montaba enfrente de casa mezcla de polvo, excrementos de gallina y el baciado de las bacinillas de cada día. No lo veía como vivir en la mierda. Aunque vivíamos en la mierda. Literalmente. Y luego estaba lo de los vecinos; me acostumbré a las revueltas, a ver a los chicos llorando cada semana porque su hermano lo habían cosido a navajazos la noche anterior, o porque al tío lo habían colgado. De pequeña no te das cuenta de algunas cosas, y piensas que la vida es así, con un padre que no existía, porque nunca existió y una madre borracha desde la mañana, enganchada al brick de vino barato.

Por eso cuando la abuela dijo: hay que salir de esta mierda o nos arrastra a todos, nadie dijo nada. Dejamos los colchones, las gallinas y las brasas aún calientes en la cocina y nos pusimos a andar.

Ha pasado mucho de aquello y la abuela ya murió; también mamá. Yo ahora vivo en Park Avenue; mucho ha cambiado todo. Aquellos recuerdos se fueron borrando, era muy pequeña entonces, pero a veces me viene a la cabeza esa imagen de la abuela, con los ojos encendidos de rabia, o ira, o tal vez lágrimas, dejando atrás la casa sin cerrar ni siquiera las puertas.

no se vende

13 de noviembre 2008

Escribe microrelatos para enamorar a mi vecina. Lo dijo alguien en el eveto blog de sevilla. Durante un momento creyó que todos le miraban.

Published in: on noviembre 16, 2008 at 2:19 am  Deja un comentario  
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Poesía para engañar

12 de noviembre 2008

Se sentía como una pavesa renegrida a punto de apagarse, como el moho escondido bajo las hojas muertas de otoño, como una grieta que avanza y enseña las tripas de la desolación, como carne muerta que no vuelve a respirar, como restos de nubes en un cielo sin luna.

Se veía como los cascotes de una escultura antigua roída por el tiempo, como el canto gastado por el beso del agua, como un aire respirado, como viruta de madera, como hoja de flor marchita, como un campo después de la siega.

Buscaba el sinónimo heróico, la imagen poética, el sueño épico con el que enmascarar la realidad de como se veía y como se sentía, como una vieja chocha, agotada, cansada, arrugada y desolada al descubrir que se le había escapado el tiempo sin vivirlo y que no había forma de dar marcha atrás.

Ea dixit 5

11 de noviembre 2008

Ella dijo te amo

Él dijo ya es tarde (22 días tarde, para ser exactos).

Published in: on noviembre 11, 2008 at 12:37 am  Comments (1)  
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Inmortalidad

10 de noviembre 2008

Buscaba la inmortalidad aunque él no lo quisiera reconocer. Le asustaba la muerte aunque lo negase- Le atemorizaba haber sido un suspiro sin legado en una línea infinita. Buscaba dejar algo, aunque buscase excusas para explicarlo de otra forma.

Por que, si no, escribía aquellos relatos noche tras noche. ¿Qué  extraña razón le empujaba a hacerlo?

Sin duda la eternidad. Un gesto mínimo muchos años después de la muerte. Alguie que dijese, ves, te pareces al tatatatarabuelo, aquel loco que escrbía cuentos y que se hacía llamar elmejorescritordelmuno.

Dolor

9 de noviembre 2008

No buscaba la felicidad, tan solo avanzaba.En la única dirección posible, la del no dolor. Evitaba aquello que pudiera hacerle daño, lo que pudiera herir, las cosas que hacían llorar. Lo cierto es que nunca había conocido la felicidad, pero su vida era un cúmulo de dolores diferentes, desde su nacimiento, su niñez en aquella casa, su primer amor -por decirlo de alguna forma-, el primer marido, el segundo, incluso aquel chantajista que la dejó embarazada al morir Harry. Su vida había sido un catálogo de dolores, desde los más ínfimos, aquel pequeño dolor de clavarte una astilla en el dedo al limpiar la baranda del porche, a aquel que crees jamás vas a poder soportar, y crees morir y crees que no hay nada más allá, porque es imposible ya sentir, como cuando se murió el pequeo Teo, tan pequeño, tan mi amor, tan niño, tan sin poder hacer nada una tarde mientras todos estaban fuera con aquella botellas de gasolina en el garaje.Tan duros los dos días en la únidad de quemados viendo aquel cuepecito chamuscado, luchando con la muerte. Tenía un historial ejemplar de dolores varios, desde los tres años con aquel cabrón de padrastro en el viejo cobertizo del jardín, hasta el encarcelamiento de su último marido.

Muchas veces creyó que ya no iba a ser capaz de vivir después, pero muchas veces descubrió que cuando el door pasa la vida sigiue. Aunque vaya dejando cicatrices.

Y allí estaba, una vez más, intentando recuperarse de la última, intentando secar la cicatriz. Su vida buscaba ya no la felicidad, pero no queríoa encontrarse de nuevo con aquel viejo amigo que le acompañaba desde pequeña. Sabía qe otra vez aparecería por cualquier parte. Colgó el abrigo en la percha detrás de la puerta de entrada y se marchó a la cocina a por un vaso de agua.

Impostora

8 de noviembre 2008
Se que bajo ese montón de revistas del corazón oculta algo. Y estoy seguro que me manda mensajes subliminales, que sabe que sólo yo sabré captar. No es que sean mensajes muy evidentes, más bien pequeños detalles; la forma de combinar esas zapatillas con la bata, por ejemplo -rojo, amarillo, azul, negro-, neoplasticismo puro; imposible la casualidad. O aquel día cuando le dijo en el portal al señor González Mora aquello de «don José si mira tanto al sielo le van a salir alas». Me quedé una semana entera sin quitarme de la cabeza a Flaubert. Y dijo la frase como si nada, como si se le acabara de ocurrir a ella. Pero no. Yo se que todas estas cosas las hace porque sabe que yo estoy delante. Y que nadie más lo va a entender. De cualquier forma nadie podría creerme si voy y le digo: oye que la Paquita, la portera es una eminencia, que sabe hasta latín, o que combina la bata que ni es mismisimo Mondrian. Jajaja. Estoy viendo, en una reunión de propietarios, las caras de los vecinos sin saber si reir o llorar, pensando que podía haber perdido el juicio.

No se, creo de todas formas que los mensajes me los dirige a mi; al resto de vecinos ya tienen suficiente con ajustar el sonotone y apreciar el eco de fondo como para entrar en mayores profundidades. Pero no es esto lo que me preocupa, sino que creo que esos pequeños detalles tienen una intencionalidad. O pide ayuda o es que disfruta sabiendo que juega conmigo. O tal vez tan sólo quiere que sepa que ella no es una simple chacha, una portera inculta, una friegasulos -como dice dña Mauela, del quinto.

La verdad, es que como actriz lo hace bien; incluso tiene esos tics, esas palabras que nadie entiende, y lelea y lalea y dice cosas como: «no se procupe por el cubo que le recojo y se le saco» y cosas de ese estilo que a mi me ponen la piel de gallina. Pero yo se que bajo esa apariencia hosca se esconde algo bien distinto. Y lo que más me reconcome es no saber por qué aparenta ser lo que no es, por qué ha decidido fingir esa vida de portera de una casa noble -noble de postín, que los carcamales que todavían viven en la finca siguen pensando que vivimos  en el otro régimen, y que hay clases y cosas por el estilo. Pienso que tal vez esa sea la razón: seguro ninguno de los vecinos soportase tener en la portería -cuarenta metros en las buhardillas sin calefación, pagados en partes proporcionales al coeficiente, por los 43 vecinos de la comunidad- a una ilustrada jovencita. Que esta gente es muy rara, y tal vez pensarían que lo mismo era un peligro, que les podía salir costestataria, o incluso comunista. Y por ello, tal vez, aparenta esa vida de pobre desgraciada, inculta y casi analfabeta, que escribe las notas de «Lestura de contador» en letras temblorosas en el tablón de la entrada. Pero no puede ser más que una pose, o es que me estoy volviendo loco. El otro día, cual Victor Hugo, me habla de los días de llamas y años de humo de la del tercero, o cuando me comentó aquello de «El tiempo es una imagen móvil de la eternidad», que casi me caigo de culo. Lo juró que lo oí. De sus labios. Aunque ahora ella lo niegue. Estoy seguro que todas esas pistas quieren decirme algo, no se si es una llamada de socorro o símplemente un juego más dentro de su teatro de máscaras.

Hoy no pude resistirme más y me fuí hacia ella con una primera edición de Denkwürdigkeiten zur Geschichte der neueren Zeit. La verdad es que no sabía bien qué llevarle, si mequedaría corto o me pasaría. No quería llevarle algo que ya conociera, pero tampoco algo que le sonase completamente desconocido. No se por qué lo hice pero elegí uno de mis libros favoritos. Y una primera edición en alemán; realmente una joya. Bajé a la portería, y sin cruzar palabra alargué la mano y se lo dejé caer en la mesa, donde andaba quitando el hilo a unas judías verdes. «Me viene mu bien señorito, no tenía na de material pa ensender la cardera». Y me agarró el y empezó a desmenuzarlo.

Comienzo a tener mis dudas.

Sueño azul

7 de noviembre 2008

Hoy soñé con aquello que contaba mi abuelo cuando yo era pequeño, antes del Gran Cambio, cuando el cielo era azul y salían a pasear los domingos por la mañana más allá de la zona de exclusión.

3

6 de noviembre 2008

a

veces

pienso que

esta relación tie

ne algo inquietante.

Y recuerdo aquello que

me contaste de los tres vértices

del triángulo y ya no puedo dormir.

Published in: on noviembre 7, 2008 at 1:17 am  Comments (1)  
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Bajo y sobre

5 de noviembre 2008

Bajo el asfalto duerme una playa. Una playa de arena fina y caliente, salpicada de conchas, piedras rodadas y cristales de bordes torneados. Bajo las líneas discontínuas de aquella avenida, justo en el centro, rompen las olas, una tras otra, una tras otra, con una cadencia que son las comas del paso de cebra. Bajo el bullicio de gran ciudad, bocinas y niños con mocos que gritan -quiero castañas- un remanso cálido y una brisa tranquila. Bajo un coche una tortuga. Hay marea alta bajo Callao y temporal bajo Gran Vía. Una señora de tacón afilado cruza corriendo sobre una colonia de moluscos bivalvos que descansan enterrados en la arena. Bajo el asfalto duerme la playa. Sobre la playa vive una ciudad.

Y un perro callejero chupa la sal que se filtra en la acera.

Published in: on noviembre 4, 2008 at 11:47 pm  Comments (2)  
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