Lentamente hacia el horizonte

4 de marzo 2008

Sabía que había llegado el final. No sabía por qué pero algo que había estado con él desde siempre le decía que debía prepararse para recorrer el último camino. Estaba tranquilo. No sabía qué ocurriría después, tampoco le preocupaba. Le reconfortaba saber qué tenía que hacer. En el fondo, lo había visto hacer decenas de veces; el mismo ritual repetido por abuelos, padres, hermanos e hijos. Nacemos y morimos, así de sencillo -pensó. Y sintió alivio por no sentir miedo.

Aspiró profundamente y cerró los ojos. Se vio asimismo correteando con sus hermanos y recordó aquellos tiempos en los que no había otra cosa que el juego y caer rendido en cualquier parte al bajar el sol. Se vio crecer, atravesar los años de juventud, la primera pelea y el primer amor. Luego vendrían los pequeños, los años duros de la sequía y el día que llegaron al valle. Su primer hogar y la primera noche que vio la luna grande en el cielo.

Tuvo la sensación de que la vida había pasado muy rápida; abrió los ojos y vio su piel arrugada y seca como un papel de lija. Reunió sus últimas fuerzas, se puso en pie y se fue andando lentamente hacia el horizonte, dejando atrás a la manada.

Desde el boj

18 de febrero 2009

Si, lo reconzco, tal vez no sea lo que se espera de un hermano, pero me pilló así de sorpresa y no estaba preparado. Joder, si llevas casi diez años sin ver a tu hermano y aparece así de repente pues te pilla descolocado. Y si, se que lo que pasó, y de lo que no quiero hablar otra vez, y no lo voy a hacer ahora, pasó hace casi quince años. Pero esas cosas no se olvidan. Por más que hayan pasado diez años sin vernos, por más que vivamos cada uno en una ciudad y él hiciera familia, y tenido tres hijos y se comprase una casa y, por cierto, fue de las pocas cosas que me fijé cuando lo ví allí plantado en la puerta de casa, hubiera perdido casi todo el pelo. No. Si hibiera avisado pues, no se, me hubiera ido preparando; él sabe cómo soy y que necesito asimilar las cosas y tomarme mi tiempo. Creo que le quedó bien claro cuando lo de mamá; joder uno no puede recibir una llamada, que mamá a muerto, así de repente, sin saber nada de familia por años. Por eso no fuí al entierro, pero no quiero hablar más de eso, dije que no iba a hablar más de eso.

Lo cierto es que me escondí; si, un poco ridículo un tío de casi 50 años, de mi pinta, con casi 120 kilos -que no hay seto que me tape- escondido detrás de aquel boj del jardín. Patético. Estuve casi dos horas, las mismas que estuvo él sentado en las escaleras de casa. Esperando que se marchase, que cayese la noche y desistiera, pero el tío aguantó. Casi a medianoche, me dejó aquella nota y cogió el coche de vuelta, no se dónde; ni se dónde vive, ni su teléfono, ni si se ha mudado de ciudad. Búscame, tengo que hablar contigo. Joder, también podía haber sido un poquito más claro; no sólo, tengo que hablar contigo, como quien quiere contarle a un amigo el partido del domingo. No le llamé, claro; no le busqué; ni hice el más mínimo intento. Joder, si hubiera escrito algo más, no se, lo de que se estaba muriendo, que le quedaban un par de semanas, que esa puta enfermedad avanzaba y no le quedaba mucho. No se, tomé la nota como una de sus gilipolleces, como siempre el chico bueno que decía mamá, queriendo hacer las paces, viniendo a hablar con su hermano. Pero no, la cagué otra vez, otra vez fui el hermano cabrón. No le llamé, no le busqué, no hice el más mínimo esfuerzo por hablar con él. Y aquí sigo hoy, con esta nota con apenas cuatro palabras intentando recordar su cara la última vez que lo ví, desdel el boj, esperándome en las escaleras de entrada a casa. Me hhubiera gustado saludarle.

Ausencias

29 de enero 2008

Nadie la echó en falta. A los seis meses alguien preguntó por casualidad en el patio por doña Herminia. ¿Cómo andará? Es verdad que no se le ve desde hace tiempo. La pobre, si es que ya no sale de casa. Y ¿los hijos? Tampoco viene ya ninguno. ¿Le habrá pasado algo?

Tardaron otros tres meses en descubrir que doña Herminia había muerto hacá casi un año, un noche sin hacer ruido como era ella. Los de la inmobiliaria habían colgado e el balcón de su habitación un cartel de «En venta».

Published in: on febrero 3, 2009 at 12:18 am  Deja un comentario  
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Cementerio2

23 de enero 2008

El cementerio está cerca.

Uy, no me suena nada bien esa tos! -dijo ella, antes de meterse en la cama.

Habría de acordarse de aquellas palabras la viuda un par de días después.

Published in: on enero 23, 2009 at 1:19 am  Deja un comentario  
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Aire

4 de enero de 2008

No se si alguien se ha dado cuenta pero existe aire entre las cosas. Si, ya se que parece una tontería, que desde pequeños aprendemos en el cole lo que es el aire es esa mezcla de gases que forman la atmósfera y que quedan sujetos a la Tierra por la fuerza de la gravedad. Pero no es eso. Ella veía más que una mezcla de nitrógeno, oxígeno, vapor de agua, ozono, dióxido de carbono y demás sustancias. Ella descubrió su presencia como algo que ocupaba un espacio, un ente que rellenaba los huecos de cualquier rincón de la vida. No veía personas, sino el espacio formado de aire que mediaba entre ellas; y no veía objetos sino la forma invertida que dejaban en aquel conjunto de gases. Su impresión de la vida se parecía cada vez a un vaciado en yeso de todo lo existente, a un negativo de la materia compuesto de aire. Y llegó a apreciar cómo, auquello que era su realidad se deformaba al tiempo que ella lo respiraba; era como beberse la existencia, las formas corrían, se deslizaban o fluáin formando extrañas figuras. Si entraba en una habitación corriendo su realidad se arremolinaba alrededor de su cuerpo y la arropaban decenas de corrientes. Notó también que las formas que dejaban las cosas en el aire permanecían unas décimas de segundo con la forma del objeto que se encontraba en el lugar. Llegó incluso a ver cómo el aire entraba en sus pulmones, tomaba forma, circulaba en forma de pequeñas moléculas de oxígeno por su torrente sanguíneo y volvía a ser expulsado más cargado de anhídrido carbónico con su respiración.

Con el tiempo aquellos juegos se convirtieron en una pesadilla. Ya no era capaz de conseguir invertir su visión y el mundo desapareció ante sus ojos que sólo observaban masas de aire. Corrientes que tomaban extrañas figuras que le perseguían, la acosaban, le despertaban por la noche con una tos y le erizaban la piel con una caricia helada.

El otro día se la encontraron ahogada en la piscina de su casa, rodeaba de decenas de globos de colores inflados.

Viaje

1 de enero 2009

El cementerio estaba cerca. Decidió que siendo el sepulturero se merecía un último viaje. Así, en el suelo y con el último álito de vida, tiró del teléfono y llamó a una ambulancia.

Published in: on enero 1, 2009 at 2:08 am  Deja un comentario  
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Natividad

25 de diciembre 2008

Se llamaba Isa; nacía un 25 de diciembre en un pesebre de adobe en una calle sin nombre de Zouirat. Su Sinaí fue el Sahara y su tierra prometida aquella en la que el maná era de plástico magnético. Su Herodes fue la pobreza extrema, que le siguió sin tregua de por vida.

Murió a los 33 años. Su Judas se llamaba Said y le había vendido, junto a otros treinta, un pasaje de sueños a la libertad. Su calvario tenía catorce estrechos kilómetros de agua, su monte de olivos descansaba en la otra orilla. Su cruz una patera de madera que se hizo añicos en el tercer golpe de ola, una noche sin luna del mes de abril.

…y vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin.

Published in: on diciembre 25, 2008 at 1:11 am  Deja un comentario  
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Fotografiando el cielo

20 de diciembre 2008

Fotografiaba el cielo. Cielos de azul intenso y nubes gordotas que parecían colgadas de algún lugar remoto. Cielos rojizos estratificados con un sol blandito que se escondía tras las montañas. Cielos macizos y oscuros que avecinaban lluvia y cielos limpios y brillantes que cegaban. Recorrió medio mundo buscando duelos estelares, tormentas eléctricas y lluvias de estrellas. Sacaba la cámara con los primeros rayos y la volvía a guardar en el ocaso. Había nubes blancas, transparentes y sin sobras interiores, con formas de filamentos largos y delgados y otras que parecían bancos de neblina gris, sin forma. Habían algunas que parecían farallones montañosos y que tomaban forma de hongo gigante. Y otras que adptaban todo tipo de figuras comunes como barcos, caras o vacas pastando. No había nadie en el mundo que supiera más que él de aquellas formaciones de gotitas condensadas. Se convirtió en su obsesión. Un buen día una suave corriente le empujó hacia arriba y sintió cómo se separaba de su cuerpo. Atravesó cúmulos, estratos y nimbos. Cuando ya se encontraba muy arriba, recostado en las finas arrugas de un pequeño cirro, orientó en un agudo contrapicado su cámara y por primera vez disparó hacia el suelo.

Published in: on diciembre 20, 2008 at 1:56 am  Deja un comentario  
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Elige tu aventura

4 de diciembre 2008

F.H.G. sale de su casa esta mañana temprano, coge abrigo y bufanda-la mañana se ha levantado fría en la capital-y sale por la puerta con cara de haber dormido poco.

Indique correctamente la respuesta adecuada:

A.-F.H.G. había dormido poco.

B.- La cara que llevaba era la cara con la que todos nos despertamos por las mañanas independientemente de lo que hayamos dormido.

Andaba cabizbajo dando vueltas en torno al mercado de San Miguel. La primera vez pudo haber sido una equivocación pero ya llevaba ocho vueltas, una tras otra, una tras otra, a la misma plaza. Además aparentemente no buscaba nada a juzgar por los indicios: no miraba un mapa, no alzaba la vista intentando leer los letreros que marcan los nombres en las calles, no preguntaba a cualquier vecino, no se paraba en las intersecciones con actitud dubitativa. No, no estaba perdido, podríamos afirmar apoyándonos, para más argumentos, en que vivía en esa plaza, en el número ocho, en una casa de la que acababa de salir hacía unos minutos enfundado en su abrigo, con una bufanda al cuello y supuesta cara de no haber dormido. La gente no le miraba -en Madrid la gente es una masa compuesta por todos los demás menos tú-, pero si alguien le hubiese mirado a los ojos hubiese descubierto una lágrima -o quien sabe si sólo un reflejo- que corría por su mejilla.

A.- No era una lágrima sino una gota de lluvia que había caído con afortunada precisión en su cara.

B.- Era una lágrima, sin más.

C.- Era una desertora de un llanto contenido.

Cambió el rumbo. Cierto que en los últimos diez minutos no había tenido rumbo, en el estricto sentido de ir a algún sitio ya que no había parado de dar vueltas al mercado. Cambió el rumbo. Y cogió calle abajo por Mayor con paso decidido, enfundado en su abrigo, enlazado en su bufanda y humedecido por una pequeña lágrima que recorría lentamente su mejilla.

Torció inesperadamente y entró en un café con un rótulo de imitación medieval y pidió un café con leche. Humeaba detrás de la barra.

A.- Necesitaba entrar en calor y eligió el primer sitio abierto para tomar algo reconfortante.

B.- Necesitaba tiempo; tiempo para pensar, tiempo para decidir, tiempo para hacer lo que tenía que hacer.

C.- Esta escena es supérflua y es puro recurso narrativo para retardar el clímax.

Bebió un sorbo y la espuma del café tocó su nariz. Sólo un poco; lo suficiente para dibujar un pequeño copo entre ambos orificios nasales. Salió del bar aparentemente -aunque fácilmente reconocible el cartón piedra-medieval. Y siguió avanzando por la calle abrochándose los últimos botones de su abrigo gris, retorciendo su bufanda como una serpiente a punto de asfixiar a su presa, con una lágrima ya absorvida por su piel a la altura de la mejilla y un copo de nieve -que era de café- en la punta de la nariz. Avanzó durante diez minutos -sin más interés narrativo salvo que hacía pequeñas paradas irregulares, como para pensar, o repensar, o dejar de pensar- hasta llegar al Viaducto. El Viaducto de Segovia era un clásico para los suicidas en Madrid. Cosntruído a principios de siglo, de estilo racionalista, en hormigón armado pulido, salva un desnivel de más de veinte metros sobre la calle Segovia. Bajo la gran bóveda el tráfico inundaba de un ronco murmullo la estructura. Un aire frío le cortaba la piel. Se acercó a la barandilla central, levantó la vista hacia la Casa de campo y pensó -sólo pensó, pero sintió como el eco de sus palabras atravesaban el horizonte-. C’est fini. De repente, como un globo que acaba de perder un nudo, rompió a llorar. Las lágrimas comenzaron a brotar de ambos ojos, corriendo por ambas mejillas y acumulándose en las comisuras de los labios.

A.- Lloraba porque su gato Mike -para él era algo más que ese puto bicho peludo- acababa de morir esa misma mañana.

B.- Lloraba porque su novia la noche de antes le había contado toda la verdad. Y toda la verdad era algo muy doloroso.

C.- Lloraba porque llevaba más de sos meses dando vueltas por la vida sin saber qué hacer o por dónde reconducirla  después de acabar con los dieciocho meses de paro que le habían mantenido en un estado casi de letargo existencial sólo roto por las visitas al psicólogo de la Seguridad Social que su médico de cabecera le había recomendado.

D.- Lloraba porque era un flojo -siempre había sido un flojo y su padre nunca se cansó de repetírselo hasta su muerte- y no sabía enfrentarse a los problemas.

E.- Todas las respuestas son correctas.

Se secó los mocos con una esquina de la bufanda y comenzó a escalar la baranda de granito resistiendo el azote de un viento que soplaba fuerte de Oeste. Un corro de personas giraron la cabeza al mismo tiempo, nadie se movió, todos hicieron gestos distintos que reflejaban la misma sorpresa. Una señora desde un balcón en la calle contraria no hizo ningún gesto de sorpresa: estaba acostumbrada a una escena similar cada mes. Una madre tapó los ojos a una niña de su mano que miraba hacia otro sitio.

Parecía una escultura en uno de los pilares de granito. El abrigo desabrochado le confería un aspecto de superhéroe de película dejándose mecer por el viento. La bufanda, con una esquina empapada en moco, se aflojó y cayó realizando piruetas sobre los coches que cruzaban 23 metros más abajo. Un copo de nieve -que era de café- en la punta de su nariz.

A.- F.H.G. se dejará caer.

B.- F.H.G. recapacitará, verá las cosas más claras y volverá a bajar, habiendo perdido tan sólo una bufanda.

C.- Alguien le convencerá, o le salvará, o le rescatará, impidiendo que se tire hasta un mes después en que volverá a intentarlo con más éxito.

D.- ¿Quién soy yo para decidir sobre la vida de F.H.G.?

Published in: on diciembre 5, 2008 at 3:10 pm  Comments (4)  
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… narrativos

23 de noviembre 2008

Bajaba por San Andrés, la vista baja, como buscando algo en las losetas grises que formaban la acera hasta llegar a la plaza. Susurraba algo entre dientes.

-.-

– No se lo que quiere; por mucho que me pregunto no se lo que puede querer. Quiero que me cuente lo que hay detrás de todo. Cuando llegue a la plaza se lo digo, directamente, no puede seguir jugando conmigo así.

-.-

Intentaba aclarar sus ideas. Saber por qué ella le citaba una vez más. Ella le esperaba tomndo un te con limón sentada frente a la ventana y le diría que aquello, aquello que habáin llamado sin serlo, su relación, había terminado. Él andaba cabizbajo, mirándose los zapatos, intentando encontrar un motivo que no fuera aquel para la cita de urgencia. Antes de doblar la esquina con la Palma un coche, excesivamente rápido, excesivamente despistado, acabaría con su vida. Quince metros escasos de la plaza.

Costumbres

20 de noviembre 2008

Fue perdiendo la costumbre de vivir. Iba cada día dejándose llevar un poquito, abandonándose, olvidando lo que le hacía despertar cada mañana. El día que se paró y pensó si estaba vivo o muerto descubrió que ya era un cadáver desde hacía tiempo.

Published in: on noviembre 22, 2008 at 12:10 am  Comments (5)  
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K2

18 de noviembre 2008

El frío le cortaba la cara. Había sentido esa sensación otras veces. Pero aquella era distinta. A más de ochomil metros sabía que tenía segundos de vida antes de perecer completamente congelado bajo aquella tormenta de nieve.

Estertores

16 de noviembre 2008

Recuerdo aquel mantelito rojo y verde que siempre llevaba cuando nos sacaba los domingos a comer al campo. Extendía sobre él las tortillas, la ensalada de pimientos y los patés. Cada cosa primorosamente colocada en su sitio. Servilletas de encaje preciosamete planchadas en triángulo y vasitos pequeños para la limonada. Le gustaba cuidar cada detalle.

Por eso nadie comprendió aquello. Quiero decir cuando comenzó a blasfemar. El tercer domingo tras el miércoles de ceniza. Volvía a casa, como cada tarde después de impartir la clase de catequesis, cuando entró con aquellos pelos de loca y los ojos idos

– Tengo ganas de hombre. -Yo no entendí nada, así a primera; pensé que hablaba de cocina o no se qué. Pero tardé muy poco en darme cuenta que a la tía algo le había ocurrido. Un volumen inusualmente alto y el tono, gritón, confirmaban que algo malo pasaba. Y qué cosas decía: soy una puta, me he estado guardando casta toda mi vida y ahora quiero que baje el mismísimo Satanás y me tome. Y peores, que no soy capaz de transcribir.

Mamá se echaba las manos a la cabeza, el cura rezaba y rezaba por su alma y el médico indicó trastorno mental pasajero.

La abuela, con la seguridad de las canas, dijo que eran los estertores de la muerte. Los estertores de la muerte. Nadie nunca supo por qué la abuela dijo aquello. La tía murió tan sólo tres noches después, en su cama, sóla y gritando, entre juramentos, blasfemias y maldiciones.

Arrugas

31 de octubre 2008

Tuvo constancia de la muerte. No sabía cuándo iba a morir pero sabía, ahora sí, con seguridad, que moriría. Era una sensación podríamos decir absurda, ya que era evidente que moriría, todo moriremos alguna vez, no era un gran descubrimiento. Pero no era sólo saber, física o biológicamente, que su cuerpo moriría, sino era más bien una especie de sensación, como cuando puedes adivinar el sabor de un plato sólo al verlo; la saliva empieza a reunir jugos y comienzas a sentir los ácidos, los salados, dulces o amargos. Lo mismo, podía sentir el sabor de la muerte en sus huesos, aunque no supiera el día del banquete.

A partir de ese día todo su yo se fue preparando para la ocasión. La piel empezó a resecarse y dibujar arrugas, que se cruzaban, amontonaban, separaban y volvían a unirse, como los caminos en el campo. Las uñas perdieron brillo y empezaron a crecer con un cierto color grisáceo. También nubló el pelo, hasta entonces oscuro y sedoso. Los cabellos ralaron y se ensortijaron. La carne iba desapareciendo de las mejillas, de los dedos de las manos y de las nalgas, dejando asomar el duro músculo, y las manchas, como un ejército de pecas escondido para el asalto durante una eternidad, comenzaron a aflorar como liquen en los árboles. Parecía que alguien o algo quería devorar aquel ya decrépito cuerpo. Y cuanto más pensaba en la muerte, más se aceleraba el proceso.

Y un día, al borde mismo del abismo, con un pie más en aquella que esta vida pensó en lo que pasaría después de la muerte. Y supo que volvería a vivir; no había nada realmente que le mostarse evidencias de aquello que acababa de pensar, pero lo sabía, su cuerpo volvería a florecer en otro ser. Tuvo constancia de la reencarnación.

Y una pequeña arruga, debajo del párpado, estiró y estiró hasta desaparecer.

Nº 6 en La Menor

29 de octubre 2008

Los cencerros de vacas simbolizarían la soledad del hombre en la naturaleza, el xilófono, que jamás antes había utilizado, era la risa del diablo, las campanas el credo y el martillo el destino. El destino. Tres fuertes golpes de martillo se oirían en el Finale. Componía la más trágica de todas sus sinfonías y quería representar la lucha del hombre y la muerte, la confrontación de un hombre y de todos los hombres del mundo.  Necesitaba inspiración y acabarla en ese mes de julio, pero esos tres martillos le golpeaban la cabeza impidiéndle continuar. Tres golpes de martillo para el Finale. Tres golpes de destino.

La muerte de María, con apenas cuatro años, su forzada dimisón y la enfermedad le esperaban tan sólo un año después.

Breve

9 de octubre 2008

Daba vueltas alrededor de la luz. No sabía bien por qué. Era una atracción intensa, algo que no podía resistir y que le impedía ni siquiera plantearse por qué lo hacía. Era tan bonita, tan brillante. Se estaba tan bien allí, tan calentito. Tenía clara su misión en la vida y cómo quería pasar el resto de sus días. Tal vez no se hiciera más preguntas, tal vez no se planteara una alternativa, tal vez no pensara que había otra vida más allá. Seguro no se cuestionaba por qué daba vueltas sin cesar a aquella bombilla de 40 watios. Ya no era huevo, ya no era cresa, ya no era ninfa. Ya era un adulto. Una mosca adulto. Lo que no sabía era que le quedaban tan sólo dos días de vida.

Newman 1961

28 de septiembre 2008

– La partida no acabará hasta que el gordo de Minesota lo diga. ¿Ha terminado gordo?

Los dos cruzaban una mirada que escondía una duda. Contraplano del jugador delante de las lámparas bajas de un salón de billar.

– Puedo más que él, amigo. Le he ganado toda la noche y le ganaré todo el día. -cinco segundos infinitos cortaban el aire con una negativa.

-Soy tu mejor adversario, gordo; el mejor de todos. Y aunque perdiera seguiría siendo el mejor.

-Sigue jugando, es carne de cañón -fue la respuesta que todos esperaban.

Aquella noche las palabras sonaban distintas. Todos intentaban contener las lágrimas porque sabían que ya nunca seguiría jugando, que aquella noche todo había acabado para siempre, que ya nunca el buscavidas volvería a representar aquella escena.

Todos sabían que definitivamente, y ya para siempre, la partida parea él había terminado.

Plumas

24 de septiembre 2008

No podía soportarlo más. Llevaban más de treinta años juntos y todos los aplausos se los llevaba él. El cuervo, algo ya maltrecho de tanto bolo de verano, actuación en viejos antros de carretera y más de una copa furtiva derramada en el fieltro, seguía siendo el centro del espectáculo. Cuando un periódico local ´realizaba un pequeño breve en la sección de actuaciones, no daba para más aquel triste espectáculo, nunca hablaba de él siempre del cuervo. Sus chistes los más atrevidos, los más agudos, los más ingeniosos. Los suyos nunca despertaban un aplauso, y cuando lo hacían siempre era por aquella miradita de desprecio que siempre, inexorablemente en algún momento del espectáculo le brindaba el peludo negro.

No pudo soportarlo más. Las cosas no iban bien, y cada vez eran menos las contrataciones que surgían. Algún viejo amigo que seguía reponiendo espectáculos trasnochados. Las cosas no iban bien; él lo aceptaba,  pero el cuervo no. Creía ser una estrella. Reclamaba su espacio frente a los nuevos cómicos que cada vez más surgían en la televisión y en los grandes teatros de la Principal.

Aquella noche no pudo más. Mentras el pajarraco dormía coió l negra bolsa, donde había dormido noche tras noche en los últimos treinta y cinco años, y la dejó junto al cubo de basura. El pobre cuervo gritaba sin voz mientras el ventrílocuo entraba, sin volver la cabeza, en el hall del hotel donde aquella noche actauaba una vez más.

Encontrarse

31 de agosto 2008

No supe realmente qué me hubiera gustado hacer en la vida hasta el día de mi muerte. De repente aquel día me levanté sabiendo a qué quería dedicarme el resto de mis días, aunque todavía no sabía que no llegaría a la noche.

Published in: on septiembre 11, 2008 at 7:32 am  Comments (2)  
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Tarde

13 de agosto 2008

Cuando me di cuenta de que estaba muerto ya era demasiado tarde para hacer otra cosa.

Published in: on agosto 23, 2008 at 10:38 pm  Deja un comentario  
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Me gusta bucear

12 de agosto 2008

Me gusta bucear. Porque no puedo respirar. Y es como si me muriera un poquito. Como si abandonara mi cuerpo, mi vida, mis funciones básicas. Soy un muertito aleteando en una especie de líquido amniótico interminable. Voy soltando burbuja a burbuja todo el aire que queda en mis pulmones hasta que empiezo a marearme, a ver que todo empieza a difuminarse y se funde. En ese momento una fuerza superior tira de mi hacia la superficie y la vida me abofetea para que hinche de nuevo mis pulmones de oxígeno revitalizador.

Pero en esos segundos en los que toco la muerte son en los que me siento más vivo que nunca. Soy feliz y pleno.

Estoy seguro que un día venceré a la fuerza y ganaré y ya nadie me podrá sacar de allí. Y viviré para siempre buceando, tranquilo, sereno, y seré parte de la corriente azul que me llevará de nuevo a casa.

Published in: on agosto 20, 2008 at 2:44 am  Comments (2)  
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Te amo

10 de julio 2008

Dime que fue mentira, que lo hiciste sólo para darme celos, que soy al único al que amas, que todo esto no ha sido más que una pesadilla. Te amo. Te amo. Te amo.

María descansaba a sus pies, todavía caliente, desangrándose a borbotones a la altura del cuello.

Published in: on julio 13, 2008 at 8:58 am  Comments (1)  
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Paralelas II

28 de mayo 2008

Acababa de salir del Hong. Conducía sólo por la Radial 5 a punto de cruzar la M50 destino a Fuenlabrada. Había bebido tal vez demasiado para la hora que era, apenas las once. Se despedían del Richard, después de toda la tarde en el tanatorio. Y era una despedida definitiva. Al Richard acababan de enterrarlo, con 19 años, aquella misma tarde. Nadie se lo podía creer. Todos habían estado en aquella fiesta en la que el Richard había tomado nosequé que se lo levó al otro barrio; posiblemente les vendieron algo adulterado, o algo muy puro, o se metió en exceso. De cualquier forma de nada valía ya buscar la causa, el Richard descansaba donde fuera que estuviera en ese momento. Por eso esa tarde la despedida había estado bien cargada de alcohol, para olvidar, para no pensar.

No escuchaba la radio encendida a todo volumen en el coche. Estaba a punto de tomar el desvío a la M50 y casi le era imposible distinguir las líneas de la carretera. Las luces de los demás coche le dejaban cegado y perdía la visión durante unos segundos. Fue tan solo un instante, y el coche empezó a girar dando vueltas y vueltas por el arcén hasta terminar empotrándose en la valla que recomendaba reducción de velocidad.

«Ayúdame y te habré ayudado, que hoy he soñado en otra vida, en otro mundo, pero a tu lado.» cantaban en la radio segundo antes de encontrarse con el Richard.

Globos de colores

2 de mayo 2008

El cielo estaba cada vez más cargado de nubes, y eso no era buena señal. Tal vez otro día hubiera sido una bendición pero un cielo así no era muy bueno si uno quería dejarse llevar hasta las alturas atado a un millar de globos. Y ese era el plan. Adelir de Carli, cura, de 42 años, sabía que no había vuelta atrás. Tenía que hacerlo si quería ganar el record. Y no por pura vanidad ni por ser el cura más estrafalario del planeta, que en cierta forma lo era, sino porque quería sacar algo de dinero para montar un proyecto de ayuda a los camioneros que llegaban al estado de Paranagua. Toda su ilusión puesta en esa prueba para así hacer llegar, además, la voz de los más necesitados más allá de su aldea, de su estado, tal vez de su gran país.

Parecía una verbena aquella mañana la gran esplanada desde donde el cura iba a despegar. Miles de globos de colores iba engordando uno a uno formando un inmenso racimo que luchaba por partir. Las televisiones habían llegado desde distintas partes del país para ver su hazaña. Incluso había visto algún cámara extranjero.

Su principal enemigo esa mañana era el tiempo; no era el mejor pero había que lanzarse. Disponía de un pequeño sillón bajo los globos donde se encontraría atado en unos minutos. Unas barritas de cereales, algo de agua, y un Gps que nadie le había enseñado a utilizar. A las doce en punto del domingo, tras oficiar una pequeña misa en la que habló de los derechos de los camioneros de la zona y del proyecto ascendió arrastrado por los globos de colores. Mil. Llenos de helio. Conforme ascendía los globos se iban convirtiendo en pequeños puntitos rojos, azules o verdes sobre un cielo cada vez más gris, arrastrando a Adelir a las alturas.

Dos días después la noticia daba la vuelta al mundo: un cura brasileño perdido cuando intentaba alcanzar un record de vuelo atado a mil globos. Ni las fuerzas de seguridad de los estados vecinos ni los helicópteros del ejército pudieron encontrar rastro. Miles de plegarias por su aparición. Un grupo de globos desinflados flotaba en el océano a la deriva.

Cuatro dias prolongaron la búsqueda sin éxito. A esas horas él, Adelir de Carli, adalid de causas difíciles, defensor de camioneros, hombre valeinte, cura y piloto de globos, se encontraba discutiendo con su jefe. Mucho más arriba.

Fragilidad

7 de abril 2008

La vida es frágil y está compuesta por infinitas casualidades. Se dio cuenta de que el móvil estaba descargado cinco minutos antes de bajar a comer; lo enchufó. La batería justa para recibir la llamada de Camila, la aupair. A su novio, el irlandés, le habían cambiado la hora de operación, sus padres ya habían salido de regreso a Irlanda esa misma tarde y sólo quedaba ella para hacerle compañía y esperar a que le sacasen los hierros que recomponían su antebrazo. No podía ir a recoger a los niños. Una llamada a su mujer -él tenía una reunión importante a las cuatro y no podía- pero el teléfono no estaba operativo. Salió del restaurante para el colegio. Los recogería y se los pasaría a su mujer por el camino. Con los tres bajando la calle decidió volver al trabajo y desde allí hacer la llamada, pero al instante se vió subido al 37, que no era su autobús, pero ante la huelga de transporte se convertía en una opción buena para aproximarse a su casa. Ese día Ángel, el vecino del tercero, se había quedado sin tabaco al subir por las escaleras con lo que no pudo apagar su cigarrillo como cada tarde antes de entrar en casa. Podían ir al parque pero decidieron subir a casa para resguardarse de una lluvia segura, a juzgar por las nubes grises que se veían sobre sus cabezas.

Al abrir la puerta olió enseguida el gas. ¡Todos atrás! gritó a los niños, ¡bajad la escalera de inmediato y salid a la calle!. Recorrió el pasillo a toda prisa en dirección a la cocina que estaba cerrada. El olor se hacía más insoportable. Cerró las dos llaves del gas, que Mireia, la asistenta, había dejado abiertas sin darse cuenta al retirar la bandeja de la ropa planchada sobre la cocina. Cinco horas atrás. Abrió todas las ventanas sin pensar que el gas podía haberle dejado por el camino. Salió corriendo, cerró la puerta principal y fue a recoger a los niños.

Cuando llegó a la calle se dió cuenta que las piernas le temblaban y que no podía dejar de andar con los tres del a mano. En el trayecto empezó a darse cuenta de lo que había ocurrido. Al llegar a la plaza paró en seco y abrazó a sus hijos. Tres calles por delante. Eligió la del centro para ir a tomar unas tortitas con nata para merendar.

Published in: on abril 7, 2008 at 10:12 pm  Deja un comentario  
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Ramona

5 de abril 2008

Hola, ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona. Todos pensaban que moriría antes que su marido, pero ahí seguía. Ella. Ramona. A pesar de todos sus achaques, fue la que se levantó y llamó a la ambulancia cuando a él le dió aquel paro cardiaco. Nunca salió de aquello. Tampoco ella. Ramona. Justo después de su muerte fue cuando había decidido dejarse morir. Poquito a poco, para no hacerse daño. Decidió olvidar cada día una cosa. Era, pensó, una forma indolora de eutanasia.

Al principio comenzó olvidando todo lo relacionado con él. Su recuerdo era, ese momento de su vida sóla sin sus hijos en casa y viuda, lo que más le hacía sufrir. Por eso lo fue borrando de su mente y de su vida. Una noche se vistió, por llamarlo de alguna forma, con el traje de novia, que aún reposaba, entre naftalina en el armario. Sacó las fotos del album y acto seguido lo metió todo en una bolsa de basura azul y la sacó al pasillo. Y olvidó su boda. El único vínculo en la memoria que la unía a su marido.

Después llegaron los amigos, el trabajo, los duros años de la postguerra y los momentos de felicidad. El pueblo, sus padres, hermanos y hasta su vecina Julia. Sin dejar rastro. Cuando empezó a olvidar todo lo relacionado con el aseo personal fue cuando sus hijos -chico y chica, ambos casados, bien situados y vecinos en las afueras de la ciudad en una casa con jardín- decidieron ingresarla en la residencia. Hola ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona.

Ramona acogió con ganas el cambio; favorecía, pensaba, su plan de ir olvidando quien era y lo que le rodeaba. Tal vez esa era la mejor forma de olvidar el capítulo casa. Un pisito que había comprado no sin sudores hacía más de cincuenta años, arreglado con su olvidado difundo marido y vivido con sus hijos. Fue cuestión de semanas el que no quedase ni el más leve recuerdo de aquellos ladrillos en la calle del olvido.

Lo de los hijos fue tarea fácil. Quiero decir que ellos ayudaron. Al principio, empujados por la mala conciencia, frecuentaban sus visitas hasta dos veces por semana. Pronto las distancias crecieron y las ausencias se hicieron norma. Pero cómo, ¿no vino mi hermano esta semana? Yo estuve ocupada, yo tuve dos viajes, el negocio me impide más,… Olvidados. Punto.

Hola ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona. El resto fue coser y cantar. Es un decir, porque ambas cosas también las olvidó. Y olvidó como se cogían los cubiertos, como se andaba y cuándo se iba al baño. Ramona dijo adiós al mundo, si es que se acordaba de él, y culminó su plan cuando al decir Hola ¿Cómo te llamas? no pudo seguir porque había olvidado su nombre.

Published in: on abril 6, 2008 at 9:01 pm  Deja un comentario  
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Acelga cocida

27 de marzo

La casa apestaba a acelga cocida. Si, es cierto, tampoco era un olor muy desagradable, pero las paredes tenían ya la pátina de cientos de cocimientos. A ella le gustaban para cenar y en algún libro había leído maravillas de sus cualidades depurativas. Depurada. Esa era la palabra. O consumida. A sus 87 y medio -tenía esa costumbre de contar los medios- había llegado a un punto de consumo personal y físico que impresionaba. Los huesos parecían salirle por las juntas y daba a la ropa un arpecto de percha con pellejos oreando. Ella, sin embargo, se sentía bien. Ninguna enfermedad grave y unas piernas que aún le permitían bajar a la compra. Poco más. Sus salidas, se limitaban a la tienda y la frutería de la esquina. Se acabaron aquellos años de meriendas de churros con amigas en la Gran Vía. Se habían ido muriendo casi todas. Sencillamente. Y las que quedaban o estaban locas o en el asilo. Al menos ella era libre, tenía su casa, una pequeña pensión de viuda y nadie que la molestara. Hijos nunca tuvo y si le quedaba algún familiar era de una rama tan alejada que se habría perdido ya. ¿Qué va a quedar de esta familia cuando yo me vaya?, le repetía a la foto de un caniche blanco sobre la mesa. Muerto hacía más de veinte años. El caniche. Aunque ella le hablaba como si todavía viviera, en un tono infantil y dulce. Hacía años solía ir al cementerio a hablar con su marido. Pero un día se dijo: esto hay que enterrarlo; y no volvió más. Fue entonces cuando comenzó a hablarle al marco de plata del salón.

Lo cierto es que no sólo hablaba con el perro, hablaba con el album de fotos, con la colección de porcelanas de saldo y con las decenas de muñecas de pelo polvoriento que inundaban la casa. Consigo misma, cuando estaba huraña. Y con la tele: tu si que eres una buena amiga, siempre ahí; y lo que me ayudas y me entretienes. 24 horas encendida. Se había acostumbrado a su rumor bajito y le parecía casi que la mataba al apagarla por la noche.  Al hacerlo le recorría un escalofrío: ¿volverá a encenderse al día sigueinte?

Esa noche había cenado, una vez más, acelgas y se había quedado hasta tarde viendo uno de esos programas del corazón de sentiminetos de cartón piedra y lágrima comprada al peso. Hacía frío. La sensación en la casa era aún más desapacible por la humedad que subía por las paredes. Sin darse cuenta se había quedado dormida en algún momento en que una cualquiera despechada relataba las penurias pasadas con su exnovio torero. Ahora la pantalla se había convertido en el reino del tarot y la adivinación y proyectaba sobre las paredes sombras fantasmales. No volvería a apagarla.

Published in: on marzo 28, 2008 at 6:16 am  Deja un comentario  
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