Indeciso

30 de abril 2008

Había reunido todos sus ahorros para comprar aquel trozo de terreno. Quería construir allí la casa de sus sueños: una casita de campo con un amplio huerto donde cultivar fresas, lechuga trocadero y rúcula salvaje. A las semanas decidió montar allí el hotel rural de sus sueños: un hotelito pequeño, donde poder descansar, contemplar el paisaje y disfrutar del aire fresco de la sierra. Luego pensó que debido a su gran afición lo apropiado era un viñedo experimental, con vinos de autor, donde experimentar con nuevas variedades y jugar a la alquimia de la uva hasta conseguir los mejores vinos del país. Pasaron pocos meses y le maravilló la idea de crear una comuna de gente como él: un lugar de retiro y soledad para un puñado de escogidos unidos por los mismos ideales. Los proyectos de huerto ecológico, huerto solar, picadero, reserva ecológica, plantación de abedules, camping y un largo etcétera se fueron encadenando uno tras tras otro en menos de un año.

Hoy he pasado cerca de allí  y un cartel con grandes letras rojas anunciaba: En Venta.

El Oráculo

29 de abril 2008

Y el Oráculo me preguntó con una voz grave: ¿Quién eres?

No pude resistirme, me entró la risa floja.

Published in: on abril 28, 2008 at 10:20 pm  Deja un comentario  
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El faro

28 de abril 2008

Estaba en la ventana. Sábado noche y la calle como siempre atestada de gente de marcha por el barrio de Malasaña. Levantó la vista hacia el oeste y lo vió: una pequeña luz a la altura del Hotel Princesa brillaba por encima de los tejados de la ciudad. No podía dar crédito a lo que veía: un faro. Una luz intermitente dirigía un halo sobre el cielo de la capital. Y no podía ser otra cosa.

Se frotó los ojos; como los niños pequeños. Un par de veces. Pero allí continuaba; un largo y afilado faro de granito en el centro de la ciudad. Increible pero la imagen no podía ser más nítida. Su ciclo de luz era bastante regular. Dos segundos de luz, dos de oscuridad. Dos segundos de luz, dos de oscuridad. Dos segundos de luz, dos de oscuridad. Los periodos se repetían como un hipnotizante mantra lumínico.

Las voces de la calle dejaron paso a un lejano rumor de olas que chocaban frente a una costa escarpada y brava. Podía apreciar cada una de las batidas abrazando la base del faro; el estallido sordo del mar contra la roca. Si se concentraba, podía incluso percibir el salpicar de blancos espumarajos de sal contra la piedra. La noche olía a mar; un olor salino con regusto a electricidad. Parecía como si fuese a romper una gran tormenta en la isla de Ouessant.

La sirena de un pesquero anunciaba su entrada por la punta de Pern. Volvía a Fisterra tras casi una semana en alta mar cargado de marineros húmedos buscando sus hogares. En menos de un minutos otro pesquero volvía a irrumpir con una largo de sirena. Otros tres siguieron con saludas graves avisando al puerto de Lampaul que estaban a punto de entrar. Junto a la Jument, los otros cuatro faros de La Fromveur plateaban el mar de la isla del cangrejo en una fiesta de sirenas y luces.  El escabozo rayaba la noche a intervalos regulares mientras un albatros se posaba sobre la roja torre del faro.

A la mañana siguiente la prensa local titulaba: Un colosal incendio en el centro de Madrid mantuvo hasta entrada la madrugada a decenas de dotaciones de bomberos y policía trabajando en su extinción.

Gintonic con Dios

27 de abril 2008

Esta noche soñé que tomaba unas copas con dios. Estábamos en un antro pequeño, lleno de humo y con un tipo bajito, como Woody Allen, que tocaba el clarinete. Me llamaron la atención sus zapatillas de deporte. Divinas.  Estaba, dios no yo, un poco abatido. Me contaba, con un gintonic en la mano, lo mal que estaba la empresa: la globalización, la competencia, el equipo bajo de ánimos… Se culpaba de no poder transmitir bien el mensaje a su gente. No sé -me decía- tal vez esté ya viejo y no entienda a esta juventud. Lo mismo un relevo sería lo mejor. Yo lo veía sincero. Cansado, derrotado, un poco viejo, pero sincero; con un brillo de divinidad decadente en los ojos.

No tengo fuerzas para seguir -me lanzó en un momento en el que yo estaba más atento de una pelirroja al fondo de la barra que de sus letanías.- Se me hace difícil empezar de nuevo, bajar a revelar, a reconstruir de nuevo al equipo. Además, no creas que es tan fácil. Hay distintas líneas allí arriba: los que consideran que no pasa nada, que son ciclos, o los que animan a un diluvio, para hacer una gran limpia y comenzar de cero. Yo, no se, son tantos años que me encuentro perdido.

Al cuarto gintonic me espetó: tal vez tire la toalla y monte un resort celestial para buenos católicos. Justo ahí me dió pena; sabía que había bebido demasiado pero notaba en sus palabras que estaba realmente desesperado. A punto estuve de hacerme creyente para animarle.

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Desayuno

26 de abril 2008

Me di cuenta de que algo iba mal cuando le pregunté qué quería para desayunar y me respondió que teniamos que hablar.

Zapatillas

25 de abril 2008

Le iquietaban aquellas zapatillas atadas sobre el cable de la calle. Era una especie de moda: todo Madrid estaba lleno de zapatillas colgadas en los cables que cruzaban las calles. Le llamaban shoefiti, el arte de colgar zapatillas. Y había todo tipo de teorías: había quien decía que no era más que una nueva forma de expresión juvenil, quien afirmaba que eran símbolos para señalizar matrimonios próximos o incluso pérdidas de virginidad, pero había teorías más oscuras que defendían que el par de zapatillas colgadas eran señales para delimitar zonas de venta de droga, puntos en los que se había cometido un asesinato o incluso señales de un próximo homicidio.

Había algo que no le dejaba dormir; y se despertaba a medianoche con la imagen de aquel par de zapatillas rojas colgadas justo frente a su casa, en la esquina de Corredera con Espíritu Santo. Llevaban allí desde hacían casi dos semanas y su presencia se había convertido en una obsesión. No era de los que se creían a la primera aquellas leyendas urbanas. Pensaba que eran un invento sensacionalista de los medios de comunicación, especialmente las más macabras o las que hablaban de mafias. Pero había algo que empezaba a volverle loco: había puesto patas arriba media casa pero no conseguía encontrar sus zapatillas de deporte rojas.

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Decrecer

24 de abril 2008

Fue al llegar a los ochenta. Un buen día se levantó de la cama y se dió cuenta que tenía mejor aspecto, como si hubiera rejuvenecido veinte años. La piel estaba más tersa, las manchas que tanto le afeaban las manos habían desparecido y el pelo, estropajo gris, lo sentía como más sedoso. Y no era sólo físicamente, se sentía mejor por dentro. Con ganas de pasear. Se calzó, se vistió en un periquete y salió a dar una vuelta. Se sentía con fuerzas y parecía que no le cansaba la caminata. Comió un buen cocido, de menú, y por primera vez en años no se sintió pesado. Que bien le veo esta mañana, le decía Antonio el camarero; Está usted más joven don Julián le espetó la panadera.

A la mañana seguiente se sintió más grande, como si hubiera estirado, y el pelo abundaba en su cabeza con un brillo negro increible como a los cuarenta. Sentía ganas de vivir; se dió una ducha rascándose bien una nueva piel fresca y tersa: las arrugas estaban desapareciendo y los pellejos que hacía dos días colgaban de sus brazos parecían haberse rellenado. Salió de nuevo a la calle y quiso correr, sentir el aire frío cortando su cara. Tenía fuerza dentro y quería probarse. Estuvo corriendo durante casi dos horas, pero sus piernas parecían no notar tan colosal esfuerzo. Se dió cuenta que la gente del barrio no le saludaba y pensó que era imposible haber cambiado tanto como para no ser reconocido. Se quedó de piedra al mirarse al espejo en casa y descubrirse asímismo cuarenta años antes. No podía encontrar una explicación a lo que ocurría, pero tampoco le importaba. Se sentía bien y quería vivir. Le daba igual que fuese una rara enfermedad o un milagro, lo cierto es que estaba rejuveneciendo de una forma prodigiosa.

A la tercera máñana sintió bajo sus calzoncillos que algo luchaba por salir. Sintió rubor al mirarse al espejo y descubrirse con veinte años. Guapo, alto, esbelto, como nisiquiera él se acordaba haber sido. Le daba vergüenza salir a la calle y ser reconocido, además, cómo iba a vestirse, nada parecía cuadrar con aquel nuevo cuerpo. Como pudo sacó algo decente del tendedero del vecino en el patio, y salió a la calle. No podía contener una fueria tremenda en su entrepierna; sus ojos escrutaban el horizonte en la calle buscando las más bellas chicas, parándose en los escotes y faldas. Y notaba que ellas le devolvían la mirada con cierta provocación. Esa tarde terminó compartiendo cama con una belleza mulata de treinta años llamada Isabel.

No podía ser más feliz. Era ese el mejor regalo que le habían podido ofrecer los dioses. Era como un regalo de espedida a la vida. Dos mañanas antes pensaba que sus días estaban ya contados, y que vivía una especie de tiempo extra. Como fuera que fuese le parecía que aquel rejuvenecimiento repentino era una especie de despedida de la vida, un regalo a los que iban a morir, en sus últimos días. No le importaba, quería disfrutar plenamente de esa nueva juventud.

A la cuarta mañana, sintió algo frío alrededor. Un gran mancha amarilla envolvía el colchón dándole un húmedo y frío despertar.

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La realidad

23 de abril 2008

Se había acostumbrado a vivir en sueños. Literalmente. Llevaba más de veinte años en los que cerraba los ojos y vivía su vida. Al principio se sentía confusa entre el mundo en el que vivía de carne y hueso y el otro que existía en su mente, pero con el tiempo las cosas habían cambiado. Cada día el mundo real era más difuso y lo percibía detrás de una nebulosa, y el otro, el que habitaba en su cabeza había cobrado todo el brillo y realeza que iba perdiendo el primero. Ya no sentía vértigo de vivir en dos realidades, ya no necesitaba cerrar los ojos para vivir esa vida, ya lo tenía claro. Su vida le correspondía y la vivía allí. Se había casado, hacía años, en ese mundo, con un chaval que conoció un día paseando por el paruqe, enfrente de la casa que se había construído en su mente. La que cumplía todas sus expectativas, la que le hacía feliz. Y su marido era el hombre que toda mujer siempre anheló tener. Al menos ella sí. Había momentos malos, como no, los creaba para evitar la sensación de irrealidad y para apreciar con mayor intensidad los buenos momentos. Pero siempre se resolvían, felizmente. Y tenía dos hijos, una niña preciosa que se parecía a ella y un chaval nacido dos años después para contentar también los deseos del padre. Dos era también su ideal.

¡Qué más podía pedir del mundo! Para ella ese mundo en su mente -en el que vivía no sólo de noche, sino a cualquier hora, en casa, en el trabajo, mientras paseaba- no era un espejismo, era su realidad. El otro, el vulgar mundo de carne y hueso no era de ella, era un mal físico que había que aceptar. Intentaba relacionarse lo menos posible en el mundo de fuera, lo básico para cumplir con sus necesidades más básicas de alimentación y trabajo, pero nada de amigos, ni sentimientos, ni expectativas, ni deseos. ¿Para qué? si ya yo tenía todo. Vivía feliz.

El problema llegó cuando Juan, su compañero de trabajo, en la oficina de patentes, le pidió la mano. Se había enamorado de ella y le proponía matrimonio.

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Compra-venta

22 de abril 2008

Vendió su alma al diablo a cambio de la inmortalidad. Se pasó toda una eternidad intentando recomprarla.

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Final Shakespeariano

21 de abril 2008

Huía de la Alemania nazi. Se dirigía a Lisboa para desde allí tomar viaje hasta el refugio americano. Unos kilómetros antes de la frontera franco-española los gendarmes le pararon por un defecto formal con la documentación. No lo pudo soportar más; estaba cansado, tremendamente cansado de huir. Toda la vida. No tuvo más fuerzas. Esa noche abrió el cianuro y abandonó la lucha.

A la mañana siguiente, en la frontera llegaba el pasaporte. Todo en regla.

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Memoria selectiva

20 de abril 2008

Se llamaba Florita y tenía 100 años y medio. Ni medio más ni medio menos. Le llamaba la radio aquella tarde.

«Era hace 75 años. Aunque se tiende a subrayar que fue en las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933 cuando votaron por primera vez las mujeres españolas, unos meses antes, en abril de ese mismo año en un pequeño pueblo del Maresme se celebró un pequeño sufragio en el que por primera vez en nuestro país hicieron realidad su derecho al voto las mujeres. Fue en Canet de Mar, el 16 de abril de hace ahora 75 años. Se decidía la construcción del nuevo mercado municipal y en aquel plebiscito, las naturales de Canet de Mar fueron las primeras mujeres del Estado español que ejercieron el derecho a voto femenino…» –la voz metálica del locutor introducía brevemente el tema a través de las ondas y anunciaba a la invitada esa mañana al programa.

«… Hoy está con nosotros en el programa Frorita, natural de Canet, de 100 años y posiblemente la única mujer viva de aquellas primeras mujeres que votaron en el país»

Florita no podía recordar aquel momento. Posiblemente fue una de aquellas mujeres, pero por mucho que lo intentaba su memoria centenaria sólo recordaba el fango que se montaba en la calle durante las obras del mercado, los festejos por la apertura de aquel nuevo edicifio, la escasez de carne en los años posteriores y el vestido de boda que su madre había arreglado para su boda aquel mismo año del 33. El locutor insistía buscando la ratificación de su participación en aquellas votaciones populares, pero por mucho que lo intentaba una mancha blanca se había dispersado por aquellos recuerdos que su cabeza canosa había decidido menos importantes en su personal visión de la historia.

Published in: on abril 21, 2008 at 11:46 pm  Deja un comentario  
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El preciso momento

19 de abril 2008

Rodeaba la esquina de la casa grande y lo ví: la valla para la contención de la obra había cedido posiblemente por el torrente de agua caído el día anterior. Se había hundido varios metros cayendo a la gran hondonada que alojaría los aparcamientos. De lujo, como toda la casa. Y me asaltó una vieja cuestión. No se si a Eco o Calvino le oí hablar de esta historia hace tiempo: la reflexión en torno al momento justo en que un cuadro cae. El preciso momento y las causas que lo provocan. Todos los cuadros, sostiene la teoría, aferrados a una puntilla en una pared, tienen un momento exacto de su vida en el que se desploman. Un preciso instante en el que la puntilla, vete a saber por qué extraña razón, se deja vencer, tal vez agotada por el cansancio, aquejada de una enfermedad, o por un descuido, y se descuelgan. Y mueren. Y desencadenan una catástrofe. Plass. En un sólo segundo. Nadie sabe cuándo se produce y muchas veces, y he ahí lo fantástico, sin obedecer a razón aparente. Simplemente caen; unos segundos antes firmes, resistiendo las fuerzas ancestrales de la gravedad, y al segundo rendida al suelo. No son esos cuadros con los que alguien tropieza y los tira, ni los que se ven sometidos a los efectos de un terremoto o los de un rápido desalojo. Son aquellos otros de vida anodina, en un pasillo cualquiera, de una casa cualquiera no especialmente bulliciosa, ni animada. El típico cuadro sobre el que, antes que le ocurra este peculiar fenómeno, nadie antes había reparado.
En casa seguía dándole vueltas a la teoría de la puntilla y el cuadro e intentaba imaginar el momento justo en el que la valla de la casa en reforma se desprendía, zasss, dejando tras de si, un reguero de barro, agua y chapas por el suelo. Parecía que no había tenido más consecuencias. Tan sólo había arrastrado los metales. Pero intentaba imaginar, si en ese momento hubieran coincidido el último hálito de la valla, con el de la estructura de la fachada: en alguna grieta oculta para los ojos de los operarios y arquitectos que la habían apuntalado, se fraguaba una catástrofe. Como en una peli de las de Hitchcock un reloj contando marcha atrás con grandes números rojos. Y en la punta de los bornes dos cables atados a una carga de dinamita. Lo difícil era adivinar qué marcaba aquel contador. Seguro que lo tenía. No sólo las puntillas, los cuadros, las vallas, las fachadas. Todos tenemos un contados de números rojos que van marcha atrás.
Inmenso en tan surrealista diatriba, la bombilla sobre mi cabeza se dejó llevar. No sé cuánto tiempo llevaba resistiendo a la tentación. Y se fundió. A oscuras respiré y le di las gracias: no hubiera sabido terminar.

Published in: on abril 21, 2008 at 4:04 pm  Deja un comentario  
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Sísifo 3 y final

18 de abril 2008

Él, que había sido el más astuto de entre los hombres. Allí en aquel infierno. Sufriendo el irónico castigo de Minos. Como el Sol saliendo cada mañana y hundiéndose en el horizonte cargando aquella pesada piedra que volvía a caer por la otra ladera. Él, hijo de Eolo y Enarate. Marido de Mérope. Padre de Odiseo y de Glauco. Allí, humillado, por aquella ladera empinada cargando la dichosa piedra que una y mil veces rodaba por la colina antes de alcanzar la cima.

Él, que había sido el más astuto de entre los hombres. Dejó el Averno y volvió entre los mortales. Cuentan que se hizo de oro franquiciando una montaña rusa.

Published in: on abril 17, 2008 at 11:31 pm  Deja un comentario  
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Sísifo 2

17 de abril 2008

Se llamaba Salomon. Era el joven más prometedor del pueblo y en él estaban puestas todas las esperanzas de la gran familia. Cada uno, como pudo, ayudó a reunir lo que habían pedido para cruzar los tres países que le separaban del gran paso final, el Estrecho. No podía tener miedo. No había otra opción. No era sólo él, de aquello dependía toda su pequeña comunidad. Hacer dinero y mandar lo que se pudiera. Sobrevivir como fuera para que viviera el resto. Nadie quiso hablar de lo que no se podía hablar. Era cierto que muchos de los que iban, no volvían jamás, pero no se podía hablar de eso. Había que dar fuerzas, ayudar con lo que se pudiera y pedir a los dioses que lo acompañaran y cuidaran de él.

Lo había conseguido. Nunca pensó que pudiera llegar pero allí estaba. Desde que tenía uso de razón la idea de cruzar a Europa era la única línea que seguía su vida. Él Salomon Lucumi, 16 años recién cumplidos, congoleño de una pequeña comunidad del centro del país, había sido bautizado como La gran esperanza. Una sola idea había sido la obsesión de su corta vida: ir. No sabía que a partir de ese justo momento, como si fuera la bisagra de una puerta, la obsesión se invertiría: volver.

Published in: on abril 16, 2008 at 9:17 pm  Deja un comentario  
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Sísifo 1

16 de abril 2008

Se había calzado la mochila con el primer rayo de sol. Había tardado cerca de siete horas en escalar la cara norte, la más escarpada. Con los crampones todavía calzados observaba el vacío, las nubes sobre su cabeza y una inmensidad de montaña. Estaba seguro que lo iba a conseguir, lo había estado preparando desde más de dos años. Y ahí estaba. la verdad es que no era consciente de lo que significaba estar allí, a 4.478 metros sobre el mar. El silencio. La nada. O el todo. Tal vez el frío, la altura y la falta de oxígeno le impedían poder pensar algo más. Tomaba un pequeño bocado de nieve, un sorbo de agua que no quitaba la sed y perdía la vista en el infinito. Todo un laberinto de caminos, rapel y trozos de escalada eran ya el pasado, aunque hubieran sido presente hacía pocas horas. Ahora estaba allí, en lo más alto. Se sentía grande y muy pequeño a la vez. Los segundos transcurrían lentos en su mente como si también, como sus manos, se hubieran congelado. Rápido se olvidó que tan sólo una hora antes, estuvo a punto de perderlo todo, por un mal pie, unas piedras desprendidas, y una caída evitada en una reacción rápida.

Las nubes se desparramaban a su alrededor y no podía quedarse mucho rato allí sentado. Se hubiese quedado toda la vida. Comenzaba la bajada y quería probar una nueva ruta. Estaría de nuevo en el refugio al desaparecer el último rayo de sol.

Published in: on abril 16, 2008 at 8:54 pm  Deja un comentario  
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Nada más verla

15 de abril 2008

Nada más verla se enamoró de ella. Como cada noche salía al balcón a fumar un cigarrillo. Veía la calle a todo lo largo, la iglesia al fondo y las tiendas de chinos abiertas en la madrugada. Parejas que buscaban algo abierto donde aparcar la soledad acompañada. Y la vió a través del cristal. El tercero derecha de la casa roja, justo enfrente de su balcón, un piso por debajo. Fue como un flechazo que le dejó durante diez minutos pegado a aquella ventana.

A partir de aquella noche no veía el momento de fumar aquel cigarillo y detenerse en el tercero de la casa grande. Justo a las diez y media. Nunca aparecía antes. Ella encendía la luz y el mundo se iluminaba para él. Al principio se contentaba con ver simplemente que estaba allí otro día y pasar un rato observando sus movimientos. En pocos días, ya era capaz de adivinar qué estaba haciendo en cada momento y qué sería lo que haría justo después. En semanas sabía, cuál sería la cena y cuándo abriría el libro. Había memorizado cada uno de sus movimientos y los minutos que ella pasaba fuera de su campo de visión, porque pasaba a otra habitación o porque se escondía en algún ángulo muerto, se le hacían eternos.

Cuando ya no había nada que no supiera de ella, compró unos prismáticos y se acercó aún más. Leía cada línea del libro que, como cada noche, abría tras la cena y casi podía oler su aroma o acariciar su pelo negro.

Uno de los días se sorprendió hablándole, como si realmente estuviese allí dentro, en aquella habitación, en su vida, y decidió que debía dar el paso. Pensó en preguntar a algún vecino, tal vez a la panadera con la que tenía buena amistad, Era la mujer de su vida y se merecía, sin duda, un pequeño esfuerzo para demostrárselo. Llevaba casi diez meses observando cada uno de sus movimientos con detenimineto. No podía haber persona en el mundo que supiera más que él de aquella chica de pelo negro y pijama a rayas.

A la noche siguiente no volvió a aparecer, ninguna luz se encendió, ni a las diez, ni a las once ni en toda la madrugada. La pasó pegado al balcón. Tampoco la siguiente, ni las restantes. Durante un mes acudía a la cita puntualmente y la luz de aquella ventana no volvió a a encenderse. Como si se la hubiera comido la Tierra. Ni rastro.

Hasta una noche. Habían pasado ya dos meses de la desaparición y volvió a salir al balcón. La ventana iluminada. Pero en vez de la chica de pelo moreno una nueva vecina de pelo cobrizo y corto se sentaba en el mismo salón. Nada más verla, se enamoró de ella.

 

Haiku

14 de abril 2008

Estoy escribiendo,

pasa una mosca.

Vuelo.

Published in: on abril 14, 2008 at 9:12 pm  Deja un comentario  
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El mejor escritor del mundo

13 de abril 2008

Y héteme aqui otra vez con la cuestión. El más grande no existe, ya lo dijo Newton. Borges, Witman, Dostovievsky. El mejor escritor será el que sus obras perduren a través de los siglos. ¿Y los vivos o los contemporáneos? Pues el más muerto, o el más vivo. Cervantes, Shakespeare.

Aquel que me hace sentir, gozar y llorar. Ay por Dios. Hablando del altísimo: la Biblia. Dios. Anónimo en ateos. Juan Rulfo, sin duda. El escritor mejor del mundo, y ¿la mujer más bella del mundo?.

Cortázar, Benedetti, Márquez. Que si hay que tirar para casa. ¿En qué lengua? Bueno, ¿pero hay una lengua para el mejor escritor del mundo? Español, sin duda. Jaja. Chino. O inglés. O suajili. Tagore, Hemingway (jemingüei pa los amigos), Oscar Wilde. Pero, el mejor escritor del mundo ¿para quiénes? Para los escritores. Vila Matas un punto. O para el vulgo lector. Tolkien y Ken Follet, dos a cero. Comprometidos. Aupa Galeano. Ensoñadores. Poetas o novelistas. Marvazi, Neruda o Pasternak. Y el ensayo. Ay Barico, que no me hago con tu ensayo, que me cuestas como un demonio. Yo te metía en la lista, pero cuando me metas en el taller Holden por la cara hablamos. De momento estás en la lista de las peores y mejores adaptaciones literarias al cine. Seda y Novecento. Empate. Y gracias que te pongo con los grandes.

Bueno, ¿estábamos con clásicos o contemporáneos? A mi me gusta el Granta, pero hay a quien le gusta el Siglo de Oro. Es cierto, un día conocí a uno. ¡Ay Rodríguez, está usted muy equivocado con esas lecturas que me trae, tanto jovencito escritor y sin leerse a los clásicos franceses y el siglo de Oro! Dolor de cabeza, siempre lo mismo, cuando entraba en la radio. hablando de dolor de cabeza, ya lo tengo: Proust.

El que a mi más me guste. Ahora si me has jodido. Yo quiero ser Paul Auster. Si, qué pasa. Podría querer ser Faulkner, pero me da mal rollo. O Salinger, ahhh, qué miedo. Bueno más miedo me da Dan Brown, pero eso es otra cosa. Yo quiero ser, de mayor, Auster. ya lo escribiré algún día.

Por cierto. El mejor escritor del mundo ¿es el que más vende? Porque en el podium se disputan la cumbre el Guiness de los Records, los Harry Potters y Lo que el viento se llevó. Ay madre si la Mitchell es la mejor escritora. Porque esa es otra, ¿es hombre o mujer? ¿Quién? El mejor escritor del mundo puede ser La mejor escritora del mundo.

La Biblia, o el Corán. Los upanishad o las citas de Mao. Por extensión. Galdós y sus episodios o un pareado de Machado. Y me salió un idem. La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido. El Nobel, el Goncourt o el Nadal. Nada es verdad, ni es mentira, depende del color del cristal con que se mira. El amigo Gille de nuevo.

Me debato entre los GRANDES. Si con mayúsculas. Y los escritores de mediopelo como yo (léase también de tres al cuarto). En minúsculas, of course. ¿Quién es el mejor escritor del mundo? me preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.

Published in: on abril 14, 2008 at 9:08 pm  Deja un comentario  
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Pastillas para la tensión

12 de abril de 2008

Llevaba más de treinta años tomando aquella pequeña pastilla azulada. Siempre a la misma hora, después del primer café, descafeinado, de sobre, medio, con dos de azúcar. Se había convertido en una especie de ritual. No podía empezar el día si no había ingerido antes aquella pequeña porción química. Glub, la pastilla. Su amigo azul le daba cierta sensación de control de su vida. Y detrás, un gran vaso de agua. Glub, glub, glub. Ya está. Era el pistoletazo de salida para echarse a andar.

Hacía más de treinta años que luchaba contra la tensión alta. La verdad es que no sabía si aquella pastilla seguía haciendo el mismo efecto o, si su tensión habría vuelto ya a un rango que se pudiera calificar como normal.

Se la disgnosticaron hacía más de tres décadas y nunca desde entonces había vuelto al médico. Nunca. Le producía una terrible sensación de vacío sólo pensar que podía haberse recuperado y que el médico se la retirase.

Published in: on abril 13, 2008 at 9:09 pm  Deja un comentario  
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6-0

11 de abril 2008

El partido comenzaba con dominio de su equipo. Los chicos parecían estar inspirados en esa mañana de domingo. Pero muy pronto, sin saber exáctamente por qué, la situación se torcería: el medio campo no funcionaba y no se llegaba arriba con claridad. El equipo contrario parecía que remontaba. Una internada por la banda derecha del nº 10 lograba centrar hacia la frontal del área pequeña. Pero el delantero no acertaba a rematar a portería y perdía una buena ocasión para adelantarse en el marcador.

Fueron los contrarios los que marcaron primero. Un chute desde fuera del área cogía rosca hacia la escuadra derecha de la portería, colándose sin que el portero pudiera hacer nada por evitarlo. Corría el minuto 23.

Sus chicos seguían perdiendo oportunidades. De nuevo el 11 en un pase largo saltaba por encima de la defensa, y volvía a marcar. Minuto 28 de la primera parte.

Cuando comenzó a hacer cambios, el partido ya estaba perdido. No habían llegado al 10 de la segunda parte cuando tras el saque de un corner, que pasó a Juanito, el balón le hizo un caño al portero y volvieron a marcar. Tras el 3-0 vino el desplome, y las oportunidades se precipitaban para el equipo visitante terminado con un estrepitoso 6-0.

Cuando los chicos se presentaron ante el Mister, en el vestuario, éste no pudo contener las lágrimas. No quería que lo notasen pero sentía que todo había acabado. No era sólo el equipo, ni haber perdido el último partido de la Copa entre colegios de primaria. Había acabado seguramente el proyecto que había creado 16 meses atrás y su última esperanza de ser entrenador de los chavales del colegio. Y era lo último que le quedaba.

Published in: on abril 13, 2008 at 8:57 pm  Deja un comentario  
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Julio

10 de abril 2008

De tanto correr por la vida sin freno me olvidé que la vida se vive un momento. De tanto querer ser en todo el primero me olvidé de vivir los detalles pequeños.

Desde su mansión caribeña, la canción le martilleaba la cabeza. Le rodeaban discos de oro y sus cuentas en el banco no podían estar mejor, pero se sentía viejo. Su exmujer cumplía veinte años de casada con el exministro y su hijo ocupaba desde hacía tiempo más portadas que él. No debería tener motivos, después de haberlo tenido todo. Acababa de cumplir los 65 y se sentía cansado. Triste y sólo.

Published in: on abril 10, 2008 at 10:03 pm  Deja un comentario  
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Ni hao ma

9 de abril 2008

Ni hao ma. Era su forma de decir qué tal, cómo estás. Lo reservaba para los compatriotas que cruzaban frente a su puerta. Casi todos relacionados de alguna forma con la venta mayorista. Llevaba tres meses regentando la tienda, era el encargado, y podría decirse toda la plantilla de la casa. Después de casi cinco años en Madrid. Había trabajado en otras tiendas, ayudando en la descarga de paquetes, en la reforma de varios locales y hasta en la cocina de un restaurante asiático. Pero de todos los trabajos por los que había pasado, era éste, el de encargado, el que más le había gustado. Aunque sólo fuese él, y la tienda no fuese más que cuarenta metros de planta, lo de encargado le daba cierto estatus entre la pequeña comunidad de aquella calle del Rastro.

Trabajaba de sol a sol. No sabía otra forma. La mitad de lo que ganaba lo ahorraba y soñaba con regresar algún día,cuando las cosas fueran major en la gran patria.

La verdad es que pese a su edad, y un buen don de gentes, los comienzos en Madrid no le fueron muy fáciles. Ahora los recordaba con una sonrisa. Ahora que empezaba a acomprender los rótulos de las calles. Tal vez fuera eso lo que más trabajo le había costado, adaptarse al idioma. Los números los dominaba a la perfección y el lenguaje lo suficiente para cerra un trato y poder leer las etiquetas de los productos. Añoraba su tierra, la familia y el puerto de Wenzhou. Cualquier cosa mejor que montar mecheros Tiger en la fábrica de su ciudad por apenas 100 euros. Por eso emigró. Y para mandar algo a sus padres, que seguían viviendo en el campo. No se arrepentía de largo viaje, de las dificultades y de los últimos años en Madrid. Ahora el futuro parecía sonreirle.

El día se había dado bien. Un matrimonio de Cáceres había llegado a media tarde y se había llevado casi dos mil euros en mercancia. Camisetas, chaquetas y pantalones de mujer, al por mayor. Modas Maricarmen en la factura.

Hoy se lo merecía. Cerraría más pronto que de costumbre y como cada noche pasaría por el bar de la esquina a tomar algo.

-Hola Juan. Le provocaría Manolo, el tabernero.

– Guo. Cheng Guo. Le corregiría un día más él, como parte del juego.

– Marchando caña y pincho de tortilla para el amigo Juan, repetiría como de costumbre Manolo.

Published in: on abril 10, 2008 at 9:47 pm  Deja un comentario  
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Sin palabras

8 de abril 2008

Nada es demasiado poco. Chencho respondía a mi negativa de comprarle algo más esa tarde. Y no supe qué contestar.

Published in: on abril 7, 2008 at 10:12 pm  Comments (1)  
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Fragilidad

7 de abril 2008

La vida es frágil y está compuesta por infinitas casualidades. Se dio cuenta de que el móvil estaba descargado cinco minutos antes de bajar a comer; lo enchufó. La batería justa para recibir la llamada de Camila, la aupair. A su novio, el irlandés, le habían cambiado la hora de operación, sus padres ya habían salido de regreso a Irlanda esa misma tarde y sólo quedaba ella para hacerle compañía y esperar a que le sacasen los hierros que recomponían su antebrazo. No podía ir a recoger a los niños. Una llamada a su mujer -él tenía una reunión importante a las cuatro y no podía- pero el teléfono no estaba operativo. Salió del restaurante para el colegio. Los recogería y se los pasaría a su mujer por el camino. Con los tres bajando la calle decidió volver al trabajo y desde allí hacer la llamada, pero al instante se vió subido al 37, que no era su autobús, pero ante la huelga de transporte se convertía en una opción buena para aproximarse a su casa. Ese día Ángel, el vecino del tercero, se había quedado sin tabaco al subir por las escaleras con lo que no pudo apagar su cigarrillo como cada tarde antes de entrar en casa. Podían ir al parque pero decidieron subir a casa para resguardarse de una lluvia segura, a juzgar por las nubes grises que se veían sobre sus cabezas.

Al abrir la puerta olió enseguida el gas. ¡Todos atrás! gritó a los niños, ¡bajad la escalera de inmediato y salid a la calle!. Recorrió el pasillo a toda prisa en dirección a la cocina que estaba cerrada. El olor se hacía más insoportable. Cerró las dos llaves del gas, que Mireia, la asistenta, había dejado abiertas sin darse cuenta al retirar la bandeja de la ropa planchada sobre la cocina. Cinco horas atrás. Abrió todas las ventanas sin pensar que el gas podía haberle dejado por el camino. Salió corriendo, cerró la puerta principal y fue a recoger a los niños.

Cuando llegó a la calle se dió cuenta que las piernas le temblaban y que no podía dejar de andar con los tres del a mano. En el trayecto empezó a darse cuenta de lo que había ocurrido. Al llegar a la plaza paró en seco y abrazó a sus hijos. Tres calles por delante. Eligió la del centro para ir a tomar unas tortitas con nata para merendar.

Published in: on abril 7, 2008 at 10:12 pm  Deja un comentario  
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Independencia

6 de abril 2008

Por su cabeza había vuelto a rondar una idea que ya creía había enterrado. La adornaban aquellas praderas junto a su casa entre el lago Escutari y el valle del Drin. Se llamaba Marko, rondaba los cuarenta, era abogado, como su hermano, quien lo había traído a España después de lo del 99. Junto a él, también, acababa de montar una modesta peluquería de hombres, con los ahorros de unos años en la costrucción, en una calle de Carabanchel alto. Rasuraba cogotes, afilaba bigotes y despuntaba flequillos, mientras su cabeza ensoñaba viejos amigos a ritmo de una música de su niñez.

Tres días antes, habían anunciado la independencia de Kosovo, y una idea casi olvidada había vuelto a rondar por su cabeza.

Published in: on abril 6, 2008 at 9:44 pm  Deja un comentario  
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Ramona

5 de abril 2008

Hola, ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona. Todos pensaban que moriría antes que su marido, pero ahí seguía. Ella. Ramona. A pesar de todos sus achaques, fue la que se levantó y llamó a la ambulancia cuando a él le dió aquel paro cardiaco. Nunca salió de aquello. Tampoco ella. Ramona. Justo después de su muerte fue cuando había decidido dejarse morir. Poquito a poco, para no hacerse daño. Decidió olvidar cada día una cosa. Era, pensó, una forma indolora de eutanasia.

Al principio comenzó olvidando todo lo relacionado con él. Su recuerdo era, ese momento de su vida sóla sin sus hijos en casa y viuda, lo que más le hacía sufrir. Por eso lo fue borrando de su mente y de su vida. Una noche se vistió, por llamarlo de alguna forma, con el traje de novia, que aún reposaba, entre naftalina en el armario. Sacó las fotos del album y acto seguido lo metió todo en una bolsa de basura azul y la sacó al pasillo. Y olvidó su boda. El único vínculo en la memoria que la unía a su marido.

Después llegaron los amigos, el trabajo, los duros años de la postguerra y los momentos de felicidad. El pueblo, sus padres, hermanos y hasta su vecina Julia. Sin dejar rastro. Cuando empezó a olvidar todo lo relacionado con el aseo personal fue cuando sus hijos -chico y chica, ambos casados, bien situados y vecinos en las afueras de la ciudad en una casa con jardín- decidieron ingresarla en la residencia. Hola ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona.

Ramona acogió con ganas el cambio; favorecía, pensaba, su plan de ir olvidando quien era y lo que le rodeaba. Tal vez esa era la mejor forma de olvidar el capítulo casa. Un pisito que había comprado no sin sudores hacía más de cincuenta años, arreglado con su olvidado difundo marido y vivido con sus hijos. Fue cuestión de semanas el que no quedase ni el más leve recuerdo de aquellos ladrillos en la calle del olvido.

Lo de los hijos fue tarea fácil. Quiero decir que ellos ayudaron. Al principio, empujados por la mala conciencia, frecuentaban sus visitas hasta dos veces por semana. Pronto las distancias crecieron y las ausencias se hicieron norma. Pero cómo, ¿no vino mi hermano esta semana? Yo estuve ocupada, yo tuve dos viajes, el negocio me impide más,… Olvidados. Punto.

Hola ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona. El resto fue coser y cantar. Es un decir, porque ambas cosas también las olvidó. Y olvidó como se cogían los cubiertos, como se andaba y cuándo se iba al baño. Ramona dijo adiós al mundo, si es que se acordaba de él, y culminó su plan cuando al decir Hola ¿Cómo te llamas? no pudo seguir porque había olvidado su nombre.

Published in: on abril 6, 2008 at 9:01 pm  Deja un comentario  
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El gordo

4 de abril 2008

Le llamaban el Gordo. Así, como si fuera su nombre. No se acordaba bien desde cuándo, pero posiblemente ya naciera con ese mote. Alguien posiblemente cuando lo vió después de nacer dijo: menudo, ¡cómo está de bien el gordo!. Y ahí se quedó para siempre. No siempre estuvo excesivamente obeso. Pasó sus más y sus menos. Pero los más parecían haberse apoderado de los últimos años. Y los más iban cada vez más a más.

En los últimos años, a raíz precisamente de lo del trabajo -no le gustaba pronunciar la palabra despido y se refería a eso, a lo de mi salida, a cuando lo dejé- había empezado a ser muy procupante su sobrepeso. En los últimos 14 meses había duplicado, si duplicado, su volumen. El médico -no le gustaba llamarle psicólogo, ni psiquiatra, ni loquero, sino más bien el médico, nutricionista, mi amigo alguna rara vez- intentaba aliviar primero la cabeza para pasar luego a la barriga. Pero decidió cambiar el orden por la urgencia de lo segundo. De cualquier forma todo está relacionado, -o muerto el perro se acabó la rabia- como le gustaba mejor decir.

Había pasado ya lo más duro del invierno y el armario era la prueba de fuego cada mañana. Aprovechando que ya nos salía de casa, y la compra la hacía por Internet, vestía un amplio pantalón de chándal y una sábana atada a los lados con imperdibles a modo de camiseta. Los plieges de carne formaban ya unos surcos en carne viva que le jalonaban medio cuerpo, por lo que era mejor llevar cuando más piel al descubierto posible.

La última dieta la había empezado hacía más de cuatro meses pero sólo aguantó día y medio. Desde entonces, había decidido pasar página. Hasta dónde llegue. Y ese lugar no estaba ya muy lejos. La piel se había estirado al límite, las estremidades perdido la poca movilidad que ya tenían y necesitaba cerca de media hora para moverse de un sitio a otro de la casa. Por eso la última compra fue brutal: veintisiete bolsas de las grandes del super punto com que ordenó dejasen alrededor del sillón, adaptado a su anchura, para no tener que moverse ni a la cocina.

Confundía la noche y el día y no era consciente de las horas que pasaban. La vigilia y el sueño se fundían en un torrente sólo unido por el deglutir de alimentos. Al principio, abría las latas de forma escrupulosa y las comía sirviéndose de cubiertos, pero conforme los días pasaban utilizaba ya sólo las manos, las uñas pequeñitas rodeadas de carne, mezclando de aqui y allá sin buscar combinación culinaria posible. Se limitaba a masticar. Y se había convertido en obsesivo, no parar de masticar cualquier cosa. Evitar los espacios vacíos.

La cosa empeoró cuando las bolsas que tenía más próximas se fueron acabando y la comida a medio abrir empezó a estropearse: un olor a podredumbre fue invadiendo la habitación y el moho campaba entre bolsas y restos de alimentos. Llegados a ese punto, había perdido la noción del gusto; por exceso, sus papilas se habían acartonado y la lengua y encías, en carne viva, mezclaban sangre con una especiedecualquiercosa que dejó de tener aspecto de comida. En la locura engullía los alimentos sin nisiquiera abrir, plásticos, precintos, bandejas, todo valía si era masticable.

Pafffff.

Fue un sonido sordo, seguido de un lijero gorgoteo, gluc, gluc. No fue una explosión, ni una detonación, sino más bien como un globo reventado bajo una manta gruesa. Paffff. Y luego un viscoso gluc, gluc. Explotó -o como le hubiera gustado decir a él-, ya no pudo comer más. El sillón quedó cubierto de una masa grasienta de comida a medio deglutir, intestinos, sangre y una pasta, más bien espesa, color vainilla. En las paredes, trozitos de mortadela, pepinillo y pizza sobre una mostaza que caía a gotas. Gluc, gluc.

Dicen, que sepa usted si es verdad, que cuando encontraron sus restos a la mañana siguiente, la dentadura todavía seguía masticando.

Published in: on abril 6, 2008 at 8:38 pm  Deja un comentario  
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Victorio de Pardú

3 de abril 2008

«Victorio de Pardú era un hombre elegante; vestía siempre como para una noche de gala. Recorría los pueblos de provincia vendiendo enciclopedias. Era ésta una forma de conocer gente de dinero; y siempre se las ingeniaba para lograr una partida por plata: dados, naipes, o lo que fuera; Victorio de Pardú ¡siempre ganaba! A los tres años de conocernos me visitó en casa, allá en Tandil; quería ver de cerca mis trampas. Cenamos y floreé la baraja con él. Gané su respeto y se sinceró conmigo: lo de la venta de enciclopedias era sólo una pantalla; él vivía del juego. Y no jugaba al barbo, osea al azar, ¡jugaba para ganar! Era un delincuente. Era un jugador de ventaja. Quiso agregar a sus conocimeintos mis personales técnicas y se ofreció a comprármelas. Me negué rotúndamente, por supuesto. Recuerdo que me dijo: -Mire René; que pasarán los años y los años y usted recibirá cheques y giros míos. Y pensará: ¡De Pardú todavía se acuerda de mí! Para evitar un poco el ángulo agudo, ante tanto cinismo, le dije: – Son muy largas estas cosas mías… no las va a aprender… Eso es cosa mía -agregó-. Yo estuve siete años para aprender a cargar los dados con mercurio. Volví a negarme, nuevamente, y me confesó su respeto. Dijo que yo era un profesional honesto hasta las últimas consecuencias… -Como yo… -dijo-, como yo…»

Y el manco cortaba y floreaba la baraja despreocupadamente, contando la historia de su amigo el exdelincuente de Pardú, una noche más, como en los últimos treinta años, como si esa fuera la primera vez.

Published in: on abril 3, 2008 at 10:47 pm  Deja un comentario  
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EL plan

2 de abril 2008

Entraría a oscuras. Tendría que ensayar varias noches, sin encender las luces ni levantar sospecha, y recorrería el largo pasillo que separaba la entrada principal de los dormitorios. Esa noche volvería tarde, pasadas las doce para asegurarse que ella estuviera profundamente dormida. Dejaría las zapatillas de tenis en el coche para cambiarse antes de entrar. Tal vez tambié en el Volvo comprado hacía menos de un año dejase la nota que habría de encontrar la policía al día siguiente.Esa era la parte que más le había costado asumir. Cómo reconocer las causas. Aunque fuesen sus últimas palabras y él ya no viviese par anfrentarse a la vergüneza del vecindario y demás amigos, eso de reconocer unos cuernos no era un bocado dulce. Y menos cuando se producía con uno de los mejores amigos de la familia, compañero de universidad y por lo visto mejor amigo de su mujer. No quería reconocer su error, ni culparla a ella. Del amigo mejor obviarlo, bastante tendría que sufrir después. Premeditado como una fría venganza.

No podía fallar en ninguno de los detalles, no había vuelta una vez empezado. Y no podía alarmarla ni dejar ningua pista antes de aquella noche. Una vez en el dormitorio se acercaría con especial cuidado hasta la cama donde ella estaría dormida, como siempre después de haberse tomado sus pastillas. La culpa es lo que no le deja dormir pensaba. En cuanto al arma también fue otro de los temas a los que había dedicado más tiempo. Algo silencioso y lipio había sido su decisión final. Nada sangrinto ni que dejase mucha huela. Algo, sin duda que también sirviera para quitarse él también la vida instantes después. Un arma de fuego sin duda lo más efectivo, pero costaba hacerse con una que no fuese para cacería y el sólo pensmiento con ésta le revolvía el estómago. Envenenamiento, sin duda, la más limpia, pero su falta de experiencia le hacía dudar de si también era la menos efectiva. De ninguna forma quería errar.

Buenas noches mi amor -dijo ella.

Buenas noches mi cielo, no quería despertarte -dijo él.

Published in: on abril 3, 2008 at 10:28 pm  Comments (1)  
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Percepciones

1 de abril 2008

No quería admitir que él era uno de ellos. Aunque todos lo sabían.

Published in: on abril 3, 2008 at 10:10 pm  Deja un comentario  
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Tacones y flores rojas

 31 de marzo 2008

Repiqueteaban sobre la fría acera produciendo un eco en el trozo de calle que unía la Corredera con la boca de metro. Se oían. Y ella lo sabía. Tac, tac, tac, tac. Y le gustaba. Era su forma de decir aqúí estoy yo y la calle me pertenece. O a mis tacones.

Se había acostumbrado tanto a ellos que se le hacía imposible andar en plano, sin esa especie de delicioso altar que la elevaba del suelo hasta el metro setenta. Y no era algo sólo físico, la alzaba interiormente. Se calzaba su aguja de diez centímetros y ya no había hombre que pudiera hecerle frente.

había psado más de tres cuartos de hora eligiendo qué ponerse esa mañana. Pero, ¿qué menos se puede esperar de una secretaria de dirección? se decía, que estar impecable todos los días. Sin excepción. Ni un sólo descuido. Ni un sólo día. Ahí estaba la diferencia con otras. Tres cuartos de hora para elegir, como el resto del año, un vestido de chaqueta negro y unos afilados tacones. El bolso rojo, pequeño, acompañado por una bolsa a juego, que le había costado encontrar del mismo tono, para la comida del día, que hacía en la pequeña cocina del despacho, cuando los demás bajaban. El pelo suelto pero escrupulosamente peinado, con dos florecillas a la altura de las sienes.

Tac, tac, tac, tac. Repasaba mentalmente la agenda para el día de Ruíz. Nunca le había gustado el apellido del jefe, tan vulgar. Hubiera preferido Sainz de la Maza o Echeitia Bengoitia, pero esas cosas no se elegían, pensaba. Al menos de momento.

No descuidar ningún pequeño detalle. Ese se había convertido en su lema. Cumpleaños de los clientes, gustos gastronómicos y fobias, el nombre de las esposas de los consejeros. Estas en todo, era la frase que más le escuchaba escuchar de Ruíz.

Tac, tac, tac, tac. Parecía flotar al torcer la esquina. La boca de metro estaba inusulamente atestada de gente, como el resto de la calle. Llegan todos tarde; se les habrán pegado las sábanas esta mañana y ahora a correr, pensó, sin darse cuenta que habían camiado la hora la noche anterior, para adptarla al horario de verano, y ella no habia cambiado el reloj.

Published in: on abril 3, 2008 at 10:07 pm  Deja un comentario  
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