Erase una vez

14 de marzo 2009

Érase una vez un rey y una reina que tuvieron tres principitos. Vivían felices en su palacio de sueño, justo en la mitad de un bosque de árboles mágicos, en un país de cuento, en un mundo azul, en una gran galaxia que giraba y giraba en la mitad del universo. Y si te has perdido algo vuelve a enfocar.

Published in: on marzo 14, 2009 at 12:52 am  Comments (1)  
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Mayor, mediano y menor

13 de marzo 2009

Erase una vez tres cerditos, el mayor, el mediano y el menor, cualidad púramente ficticia ésta porque habían nacido en la misma camada de una gran cerca rosada. Cada día la escena se repetía con la llegada del malvado y fiero lobo -que hacía horas extras por las noches de los días pares en un tugurio sirviendo copas. Los tres huían, siempre en el mismo orden, de la casa de paja a la de maderas y de ésta a la de ladrillo. Inexorablemente se repetía la escena una y mil veces, cada vez que un cuento era contado para un niño en algún lugar.

Hartos de tan monótona cotidianeidad, y de inacabables traveling por un decorado de cartón-piedra, decidieron dar un rumbo a sus vidas. Hay quien dice que los ha visto, formando escalera de mayor a menor, en la barra del Museo del Jamón.

Blanca

25 de julio 2008

– Nos explotaba laboralmente. Desde que llegó, cambió nuestras cuentas del banco y gestionaba todos los rollalties de nuestras apariciones. El merchandising era decisión suya, … y todas las entrevistas.

– Acabó con nuestras vidas; para ella no éramos más que marionetas. ¿Qué váis a saber vosotros pequeñajos?, nos decía constantemente.

– Y nos acosaba. Se aprovechaba de nosotros, cada noche uno en su cama.- argumentaban uno tras otro, para sumar más y más razones que descargasen lo que acababan de hacer.

El mudo parecía el más nervioso. Gesticulaba y asentía a cada una de las palabras der sus compañeros.

El juez no daba crédito. La sala estaba a rebosar de prensa, el calor era axfixiante, gritos de niños, cuchicheos de mayores, lloriqueos escondidos por las esquinas. Los acusados tenían unas boces chillonas, se atropellaban al hablar, quitándose entre ellos la palabra y no era fácil hilar la muerte de aquella chica de cabello negro azabache y la tela de araña de odios, rencillas y envidias de aquellos siete pequeños señores. No aguantaba más.

– Quince minutos de receso -paró en seco el juez.