19 de agosto 2008
Justo cuando estaba a punto de marcharme lo ví. Estaba escondido en la esquina. La esperaba aprovechando la oscuridad de aquella noche sin luna. Yo sabía lo que iba a hacer; sabía que justo cuando ella doblara aquella calle él aparecería, como de la nada, sin dejarle tiempo para reaccionar; sacaría la navaja y la clavaría sin compasión doce veces a la altura del estómago hasta dejarla tendida en el suelo sobre un charco de sangre. Después huiría tirando el arma en una alcantarilla cercana.
No sabía qué hacer. Ella avanzaba sobre unos finos zapatos de tacón, con ritmo acelerado, escondiendo algo bajo una gabardina que parecía de hombre. Las gafas oscuras no conseguían la función de enmascararla, más bienlo contrario.
Él se mantenía agazapado tras el saliente. Miraba la hora, con gesto nervioso o tal vez de una forma automática.
Ni un sólo ruido en la calle, tan sólo unos zapatos avanzando por el empedrado. No sabía qué hacer, intentaba incorporme pero no lo conseguía. Sabía que el momento estaba cerca, aunque se alargaba en un interminable tac, tac, tac de tacón-piedra.
No pude más, estaba muerto de sueño y la había visto por lo menos un par de veces. Apreté el botón rojo del mando y me fuí directo a la cama.