30 de marzo 2008
Deambulaba entre el camerino y el escenario con nerviosismo. Cualquiera hubiera pensado que era por el espectáculo. Una mesa spider con una tapete de seda roja y el maletín al fondo. No necesitaba más, se dedicaba a la micromagia: magia de cosas pequeñas: cartas, monedas, gomas. Nunca le gustaron las grandes ilusiones, esos espectáculos en los que se corataba a la chica en dos o tres. Le parecían de lo más burdos. Y además, para partir mujeres por la mitad ya estaba la vida real. Él acababa de partir la suya -una metáfora- por la mitad: se había divorciado. Y era esa la causa de su nerviosismo. Esperaba esa noche a Pablo, pero no aparecía. Pablo era lo único que se salvó de la relación con Magda y, tal vez, la causa de alargar tanto una decisión que ya habían tomado tiempo atrás. Ella le había prometido traerlo al espectáculo. Actuaba frente a un buen puñado de amigos en Clamores y le apetecía verlo; le necesitaba esa noche ahí. A él le había tocado la parte menos cómoda en la logística de la separación; había perdido casa, pertenencias y a Pablo. Se quedó con el coche y poco más. La magia.
El técnico de sonido le avisaba desde el fondo que no se podía esperar más; la sala estaba hasta arriba y el espectáculo tenía que comenzar. Había preparado además de cartas, su fuerte, un buen puñado de juegos pensando en Pablo: apariciones de palomas, cuerdas, pañuelos. Los juegos iban uno tras otro con esa facilidad de la repetición enseyada una y otra vez. Aunque su cabeza esa noche estaba en otro lugar. Aunque la luz del escenario no le permitía ver con claridad la sala, le pareció en alguna ocasión ver a su hijo entre el público. Pura ilusión. Un voluntario -pedía; tiraba una pelota de papel entre los asistentes, deseando verlo subiendo con ella en la mano. Pero no aparecía. Hizo cartas, aparición de ases, mentalismo con adivinación en la cartera, la cuerda rota y recompuesta y las monedas a través del pañuelo, con los tres dólares de plata que tanto e gustaban a Pablo. Su cabeza buscaba razones para explicar la ausencia de Pablo: una avería de última hora, un despiste, una equivocación de sala. Sabía que todo eran excusas para no aceptar la verdadera causa: Magda. La maldecía entre dientes mientras su manos abanicaban las cartas en virtuosas florituras.
Como número final había preparado el del conejo en la cazuela. El público espectante tras haber visto la cazuela metálica vacía y fría. La tapaba. Silencio sepulcral en la sala. Levantaba la tapa de la cacerola y un sedoso conejito blanco levantaba sus afiladas orejas. Ovación y gran aplauso. Al mago le recorría una lágrima por la mejilla.