30 de octubre 2008
Después del silencio, tu voz.
29 de octubre 2008
Los cencerros de vacas simbolizarían la soledad del hombre en la naturaleza, el xilófono, que jamás antes había utilizado, era la risa del diablo, las campanas el credo y el martillo el destino. El destino. Tres fuertes golpes de martillo se oirían en el Finale. Componía la más trágica de todas sus sinfonías y quería representar la lucha del hombre y la muerte, la confrontación de un hombre y de todos los hombres del mundo. Necesitaba inspiración y acabarla en ese mes de julio, pero esos tres martillos le golpeaban la cabeza impidiéndle continuar. Tres golpes de martillo para el Finale. Tres golpes de destino.
La muerte de María, con apenas cuatro años, su forzada dimisón y la enfermedad le esperaban tan sólo un año después.
28 de octubre 2008
De nuevo comienza a llover. El agua en pocos segundos me llega a los tobillos. Siento el frío que va adentrándose poco a poco hasta rozar mi piel. Sube por las pantorrillas en una dulce cosquilla de invierno. Avanza rápidamente, vorazmente. Una lengua que se desplaza por mi piel humedeciendo cada poro en esa subida por mi cintura, el abdomen, el torso. Lanzo un alarido, no se si de placer o de miedo, cuando el agua asciende por mi espalda en dirección al cuello. Se que queda poco para que deje de llover, aunque el agua ya está en mi cuello y me acaricia la barbilla. Cierro la boca y respiro por la nariz; es un juego que se que no podrá durar más que unos segundos hasta que el nivel toque la punta de mi nariz. Y entonces, realmente, empezaré a temblar, pensando que tal vez esta noche no deje de llover, que tal vez hoy se retrase unos minutos y ya no haya marcha atrás. Es justo en este momento cuando paso miedo y olvido que, como cada noche, como en los últimos cuatro millones de años, la lluvia parará y de nuevo volverá a bajar, suavemente, por donde subió, en una larga y húmeda caricia.
27 de octubre 2008
D’ B D B’ D’ B D B’ . Estaba a punto de finalizar; sólo le faltaba conseguir que la última esquina girase como las manecillas del reloj y lo acabaría en lo que podía ser su record, menos de un minuto. Lo había hecho decenas, cientos de veces, y decenas, cientos de veces había utilizado ese extraño algoritmo que aparentemente destrozaba toda la composición para, súbitamente, darle seis caras perfectamente compuestas en el último movimiento.
Sí, había pasado por esa fase decenas, cientos de veces, pero esta vez le atrapó algo en aquella combinación. No era más que una combinación entre las cuarenta y tres trillones de permutaciones posibles que podía realizar aquel cubo 3x3x3, pero había algo de especial en ella. O tal vez sólo eso, una entre 43 trillones de posibilidades -un cuatro y diecinueve ceros-. 43.252.003.274.489.856.000 permutaciones completamente distintas las unas de las otras. Realmente fantástico. Posiblemente nunca otra vez volviera a ver esa postura de colores a lo largo de su vida. Y fue realmente eso lo que le conquistó, la casualidad y lo efímero.
Olvidó el record y la perfección de las seis caras homogéneas de color, y dejó el cubo tal y como había quedado en la mesita. Aquella noche tendría un sueño entre 43 trillones de posibilidades.
26 de octubre 2008
No se qué me pasa, pero cada mes en los últimos días me siento acabado.
Reflexionó el calendario.
25 de octubre 2008
Desde siempre había sentido una especie de vacío; no sabía decir qué era pero había algo que no encajaba. Nunca antes había pensado en eso, pero la ausencia de fotos de su madre embarazada no paraba de derle vueltas en la cabeza.
Sus primeros recuerdos se detenían en una casita con jardín, y sus padres junto a él. No podía, por más que lo intentaba, ir más atrás. Si lo hubiera conseguido se hubiera visto a si mismo, 32 años años atrás, con tan sólo cinco meses, aquella noche del 19 de noviembre, después del golpe. Envuelto entre almohadones en un ropero fue el único superviviente de las granadas y los gases lacrimógenos que lanzaron por las ventanas.
Una señora bajita y de pelo blanco, abuela de mayo, estaba a punto de encontrarle, aunque él todavía no lo sabía.
24 de octubre 2008
– ¿Sabes lo que voy a hacer hoy cuando llegue a casa? -le preguntaba a la enfermera y se señalaba las muñecas.
– Seis veces, seis, me he cortado las venas.
– Venga Luis, no levantes la voz -la enfermera intentaba tranquilizarle en un tono de conocerlo de muchas veces.
Luis estaba nervisioso; solía ponerse nervioso sismpre que entraba en el hospital; siempre por urgencia. Hoy lo habían recogido en la acera, perdido el conocimiento.
-Me mareo, creo que me mareo -escenificaba un falso desmayo en la mitad de la sala de espera del 12 de Octubre. Y volvía a recomponerse al ver que el teatrillo ya no causaba efecto entre las enfermeras acostumbradas a sus visitas.
– ¿Tienes 25 para un café? -espetaba de repente a una de las pacientes.- Soy Luis si me llaman he ido a fumar un cigarrillo y tomar un café.
En tan solo diez minutos contó a los pacientes que esperaban todo el historial: once hermanos, tres se me han muerto, conanticuerpos ¿Sabes lo que es no? Yo también los tengo, así estoy. Mi madre tiene una válvula y lahan operado del riñón, yo ya me he intentado suicidar seis veces, hoy de nuevo lo intento.
Volvía de la mano de uno de los guardias de seguridad del centro. ¿Me han llamado? Oiga señorita -a gritos en la sala de espera dirigiéndose a la enfermera- doctora, doctora, ¿me han llamdo, soy Luis?.
-Me pongo nerviso, me voy, me voy, me voy -golpeaba la cabeza contra la pared de la consulta mientras dos enfermeros intentaban detenerle.
23 de octubre 2008
Llueve con rabia en la ciudad. Y las gotas estallan con más rabia sobre la calle. Parecen como si quisieran borrar algo. Borran con furia los pecados de la ciudad, y se llevan por delante la lujuria desordenada e incontrolable de os amantes en los portales, la gula del exceso de la noche, los grandes banquetes y las mesas engalanadas del señor alcalde. Las gotas que estallan en las aceras barren con el deseo de dinero y riqueza excesiva, y con ellos corren la economía de mercado, el capitalismo y el consumismo. El agua se lleva también el olvido, la tristeza y la pereza; fuera depresiones. Con ellos y dejándose llevar por los regueros que forma la lluvia en el asfalto corren paralelos la ira, el enfado, la violencia y los deseos de venganza. Corren hacia las alcantarillas el deseo de poseer y con él el de privar. La envidia tiñe de verde la corriente. Corren los pecados por las calles con soberbia y orgullo sin saber que terminarán en las alcantarillas.
LLueve con fuerza. A la mañana siguiente la ciudad parecerá más limpia.
22 de octubre 2008
Fueron caer las primeras gotas de lluvia y comenzaron a correr pequeños regueros de agua por la calle. Las gotas se estrellaban contra los adoquines, plaff, plaff, y se deshacían en miles de pequeñitas moléculas hídricas. La gente sacaba los paraguas y empezaba a correr -es absurdo lo que la gente corre cuando llueve, yo creo que cuanto más rápido vas más gotas te tocan-. Pero bueno, la cuestión es que empezó a llover así de pronto, brooom, los truenos tronaban por doquier y los rayos rayeaban segundos antes. Se formaron pequeños riachuelos por el asfalto que iban desembocando los unos en los otros, formando corrientes de afluentes, subafluentes, corrientes principales y secundarias, hasta formar pequeños charcos, como metálicos topos repartidos sin mucho concierto.
La cuestión es que en la calle en cuestión se cruzaron los elmentos en cuestión produciendo un raro fenómeno que hizo que uno de esos pequeños laguitos se convirtiera en otra cosa. Por más vueltas que le doy no se cómo se le podría denominar a aquella mancha de, más o menos, metro de diámetro y escasamente un centímetro de profundidad; llamémosle charco. Charco raro aparentemente normal. Una figura atravesaba a paso ligero la calle sin prestar especial atención a la lluvia; llamémosle personaje principal ensimismado. Y fue algo realmente sorprendente. Y digo sorprendente porque a mí me dejó con la boca abierta y creo que, aparte de él, fui el único testigo presencial de lo que allí ocurrió: El personaje principal ensimismado pisó, o introdució el pié en el charco grande que se había formado justo en la mitad de la calle, y fue visto y no visto. Como por arte de magia el señor fue engullido -literalmente- por aquel charco de agua. Llamémosle a causa de un raro fenómeno espacio-tiempo-hídrico. Desapareció. Completamente.
Al día siguiente, cuando su familia pudo dar fe de la desaparición real del pobre señor, se montaron los Dispositivos Especiales. Efectivos de la Unidad de Dispositivos Especiales rastrearon hasta el último rincón de la ciudad intentando en vano -y digo en vano porque aunque la intención y el esfuerzo era meritorio, poco podían hacer en superficie- encontrar el cuerpo vivo o muerto del vecino. Tras 21 días de duro esfuerzo, de retratos robots y de haber inundado el barrio con la foto del afable señor ensimismado, la dotación especial del cuerpo de Dispositivos Especiales de la Villa dieron por acabadas las investigaciones y abandonaron la búsqueda. Abrieron una ficha tipo del registro de personasdesaparecidasynoencontradas
Cuentan que apareció, así también de repente, 67 días más tarde en una calle desierta justo después de un gran chaparrón. Un poco confuso según parece.
21 de octubre 2008
La verdad es que ahora cuando me lo planteo no se si hice bien o no. Bueno, la verdad es que hice lo que hice porque no tenía más alternativa. Es lo que cualquiera hubiera hecho y, además tampoco fui yo solo. Hubiera sido una cuestión de tiempo que las cosas hubieran llegado al mismo punto, en tan solo unos años. Y si, la verdad, a lo del dinero también le doy muchas vueltas. Tal vez lo de cobrar por hacer ese tipo de cosas no está bien visto en esta sociedad y hay incluso gente que después no puede dormir pensando en esto o aquello, en si habré cobrado lo bastante o, tal vez demasiado, o si es ético cobrar por este tipo de trabajos. La verdad es que cuando lo analizo en profundidad tengo argumentos encontrados para llegar a una conclusión de si hice o no bien, pero claro es mi punto de vista, porque ni siquiera puedo consultarlo con la familia ni con amigos para buscar consejo. De cualquier forma, la verdad, alguien hubiera hecho el trabajo; que fuera yo fue simplemente circunstancial, habría cientos de personas que se hubieran encargado de hacerlo igual que yo lo hice; y eso me tranquiliza, pensar que tan sólo soy una posibilidad entre muchas, que no soy tan especial por haber hecho lo que hice, que soy un cualquiera. Y en relación con lo del dinero, la verdad, se habría perdido más de no haberlo hecho y eso también me agrada y me consuela un poco, es como haber ayudado a la causa. Ahora cuando pienso fríamente cómo fue y las circunstancias que lo acompañaron, la verdad, es que todo en su momento parecía que podía tener sentido y que no era perjudicial, pero claro, la gente dice y comenta, que si eso, que si lo otro, y claro, la verdad, yo creo que es muy fácil criticar y decir esto está bien o mal así a la ligera sin meditarlo mucho y llegar posiblemente a una conclusión errónea por juzgar a la primera de cambio, así sin tener en cuenta todos los detalles de lo que pasó. La verdad.
16 de octubre 2008
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Ella no le entendía y el pobre telegrafista se quedó soltero.
15 de octubre 2008
Las pavesas saltaban desde el gran frontispicio triangular creando nubes que se mecían sobre la playa. En el agua gris los reflejos de las llamas danzaban un baile macabro. Los nuevos dueños veían cumplirse el sueño de construir el gran proyecto del Nouvel Hotel. No hacía ni seis años que la misma princesa Margriet lo había inaugurado, pero la competición en altura en la costa lo había engullido entre proyectos mayores. Y parecía que más de un siglo de historia volaba como las pavesas esa noche frente a la costa.
Aquella noche, desde la plataforma, las luces en la costa invertían el paisaje.
14 de octubre 2008
Vuelve a llover. El aire y el agua baten los cristales. Abro la puerta con dificultad ya que el aire me empuja. Me quedo hipnotizado otra noche. Clavado en las luces encendidas de una plataforma petrolífera en el horizonte. No me doy cuenta pero me estoy empapando.
13 de octubre 2008
Sin duda había aprendido una profesión, como le aconsejó su padre antes de salir de Powizd. Pero la verdad no tenía muy claro si la plantación de bulbillos era la profesión que le gustaría seguir el resto de su vida. Habían pasado casi dos años desde aquel otro otoño cuando llegara a Noordwijk casi a la aventura, con cuarenta euros arrugados en el bolsillo y pocas palabras en holandés, más allá del Dag o Goeiemiddag. Se lo recordaba contínuamente, para apreciar lo que tenía, un trabajo decente, no como el de otros que llegaron con él, unos ingresos que le permitían alojamiento, comer, algún que otro vicio y el envío de unos cuantos euros a casa.
Sabía la diferencia entre los distintos tipos de bulbos, casi sólo por el tacto, lo básico de la plantación en bancadas en las arenosas tierras de las landas, 30 centímetros entre las cuatro líneas y 2 en la misma línea. Había conseguido que el jefe confiase plenamente en él y le dejase manejar aquel tractor rosado cargado de bulbos, y eso le hacía sentirse bien.
Miraba a lo lejos, la vista se perdía en el horizonte. En enero comenzarían a florecer los primeros botones en el Blloembollenstreek, pero no sería hasta bien adentrado abril cuando inundasen todo alrededor en el espectáculo de flores más bonito del mundo. Era justo en aquel momento cuando le hubiera gustado que su padre estuviera allí para observarle.
12 de octubre 2008
La gran mole de seis pisos creaba una especie de muro frente al mar. Los habitantes del pueblo, gente de mar, pescadores, paseaban por las dunas para echar un vistazo al hotel que el alcalde Pické había decidido levantar en aquellas playas. Las obras estaban ya bastante adelantadas y se podían ver desde lejos el gigante de piedra alzarse desafiante frente a la costa.
Nadie podía imaginar entonces qué podría ocurrir ciento treinta y ocho años después. Y mucho menos que en la habitación 164 pasado tanto tiempo alguien descorrería las pesadas cortina y se asomaría en una noche de tormenta a ver las luces de una plataforma de extracción de petroleo.
11 de octubre 2008
Desde la ventana del Huis ter duin al frente el mar. Salvaje. Golpeando con furia las dunas. Las luces de una plataforma petrolera dibujaba espectros en el horizonte. Noche de tormenta en el sur de Holanda.
10 de octubre 2008
Tengo un problema: tengo tendencia a perderme por las ramas. Ramas arbóreas horizontales, verticales o diagonales. Cargadas de hojas. Hojas aciculares, lanceoladas, orbiculares o palmadas, con bordes ciliados, crenados o dentados. A veces son hojas que parecen ramas, que trepan, se sujetan o se enroscan creando zarcillos. Ramas-hojas que crecen helicoidalmente y que no sabes si se alejan o crecen junto al soporte al que pertenecen. A veces tienen espinas, a veces no. Otras exhiben tallos suculentos en zonas típicamente secas o calurosas donde el agua es escasa.
Estoy en terapia; y creo que estoy mejorando.
9 de octubre 2008
Daba vueltas alrededor de la luz. No sabía bien por qué. Era una atracción intensa, algo que no podía resistir y que le impedía ni siquiera plantearse por qué lo hacía. Era tan bonita, tan brillante. Se estaba tan bien allí, tan calentito. Tenía clara su misión en la vida y cómo quería pasar el resto de sus días. Tal vez no se hiciera más preguntas, tal vez no se planteara una alternativa, tal vez no pensara que había otra vida más allá. Seguro no se cuestionaba por qué daba vueltas sin cesar a aquella bombilla de 40 watios. Ya no era huevo, ya no era cresa, ya no era ninfa. Ya era un adulto. Una mosca adulto. Lo que no sabía era que le quedaban tan sólo dos días de vida.
8 de octubre 2008
Una noche cualquiera, o no cualquiera. Una noche cualquiera del mes de octubre en un pueblo cualquiera. Una noche del mes de octubre en un pueblo de la sierra. En una noche ventosa. El Molar. Alguien sueña. Quiere ser otro. Quiere cambiar su vida y su paisaje. Quiere atravesar el Hudson en una fría noche cualquiera en un nueva york cualquiera. Huye. Sueña que no es cualquiera, que puede ser alguien que atraviesa el Hudson esa noche. Lo desea. Tanto que ya sabe que no está esa noche cualquiera en un pueblo cualquiera, en una noche de viento. Sabe quién es y dónde quiere estar. Se ve atravesando el Tear of the Clouds y observando el río manso desde el Bear Mountain Bridge. En otra noche cualquiera. Tal vez también ventosa; tal vez no.
A la mañana siguiente compra un billete de avión.
7 de octubre 2008
Llueve,
Una pareja de novios corre a prisa intentando resguardarse en el zaguán.
en la ciudad llueve,
El chino de la esquina guarda los bocadillos que se humedecen, sin bocas hambrientas en una fría noche de jueves. Puto negocio.
sobre los vidrios llueve,
Juan llega cansado a casa. Un día negro de trabajo. Mejor borrarlo. Un gintonic en casa y a dormir.
encima de las cabezas llueve,
La furgoneta de los gitanos recoge jierro enmohecido.
lluvia que moja la ciudad,
Antonio barre la puerta y echa el cierre al bar. No se dio mal la noche, aunque el partido fue una mierda.
a todos por igual,
Corro calle abajo, y no se por qué, me gusta esa sensación del agua corriendo por mis orejas.
llueve.
6 de octubre 2008
Intentaba llenar su vida,
pero nada le llenaba;
no se había dado cuenta que a esas alturas
su vida ya era un coladero.
5 de octubre 2008
Saltaba, veinticuatro pisos, 254 metros en vertical, sin protecciones horizontales, tres metros y medio de fría acera, una fila de árboles, falso plátano de ciudad y cuatro calles de coches, ambas direcciones al frente. Tardaría menos de cinco segundos en acabar convertida en una ficha policial con código 10-56. Al legar al piso 17 algo voló de su bolsillo; la carta que llevaba escribiendo desde hacía dos semanas explicando os motivos, reflexiones y despedidas ante aquel salto.
Ingrávida por la compensación de fuerzas de la caída creyó que podría alargar la mano y sujetarla, pero le faltaron unos segundos. La carta eligió otro camino y descansa ahora en la rama de un platanero, quince metros por encima de las cabezas de un grupo de transeuntes parados en la acera, en torno a algo, o alguien que acaba de tirarse desde el piso veinticuatro.
4 de octubre 2008
Si como dices fueras real no me tendrías aquí cada noche soñándote para poder acariciarte. Se despertó.
3 de octubre 2008
-Vamos, cada vez amanece más temprano. Entremos.
Evitaban siempre ir tan justos de tiempo pero la noche había sido fructífera, había conseguido cuatro sanguijuelas y, aunque sabían que se la jugaban, se habían dejado llevar.
La casa, de puertas y ventanas tapiadas con tablones hasta la última grieta, se encontraba en el centro de la finca, convenientemente rodeada y oculta para las miradas indiscretas. Ofrecía, un resguardo tranquilo donde poder dormir cada mañana.
Todo se lo debían al líder. Él fue el primero. El que compró aquella casa, reunió a los primeros y formó la Comunidad. Él les proveía de resguardo y seguridad. A cambio sólo pedía fidelidad, discreción y la presentación de algún nuevo miembro. Ya eran cincuenta y tres. Posiblemente aquella noche alguna nueva sanguijuela se uniera al club.
El primer rayo despuntaba tras la colina. Y la noche acababa.
2 de octubre 2008
La blackberry no había dejado de sonar todo el día. Aquella semana había empezado mal y no tenía intención de terminar mejor. El crack de los mercados al otro lado del charco se dejaba sentir, y sabía que tarde o temprano pasaría factura. A él se le había acumulado todo en los últimos dos días: el cierre en el Ibex de 15 puntos a la baja de su compañía provocaba una reacción en cadena de ventas, compras, reuniones del Consejo, decisiones que ene último momento se echaban atrás, análisis y contranálisis. En los últimos cinco días llevaba una media de tres horas de sueño. Había cogido cuatro aviones y cerrado operaciones in extremis para intentar salvar a la desesperada a la empresa que le había contratado ocho años atrás recién salido de su MBA fulltime en una prestigiosa escuela de negocios europea.
Era de Valladolid, de un pequeño pueblo de valladolid. Su padre, contable en una pyme cárnica. Él había querido demostrar hasta dónde podía llegar: el mejor en su promoción, contratado recién salía de la escuela y un currículo de acciones y operaciones bursátiles realmente envidiable. Siempre se había sentido orgulloso de si mismo y de su carrera. Era un triunfador.
Pero hoy se lo planteaba todo. La caída de mercados había arrastrado algo más. Empezaba a no gustarle aquel mundo que había ido creando y que ahora le engullía. Se cuestionaba si valía la pena el esfuerzo, si tenía sentido aquello. Eran las cuatro de la madrugada, y con una taza de café sólo revisaba los últimos informes y el cierre de los mercado. Sabía que el día siguiente no sería mejor.
1 de octubre 2008
La ropa se mece ligeramente sobre la cuerda. Quince pinzas, de distintos colores. Dos camisas bailan como queriendo tocar el suelo, diez metros más abajo. La noche es fría; o tal vez no fría, pero menos cálida que las anteriores. Una pequeña brisa. El cielo es una especie de leche espesa que impedía el más mínimo dibujo.
Una estrella cae por el este justo por donde al día siguiente aparecerán los primeros rayos apuntando hacia el ocaso.
La ropa se mece suavemente, como dejándose llevar por una música antigua y dulce. Una pinza se suelta de repente y un calcetín se deja arrastrar al vacío. Estrellados, pinza y calcetín, diez metros más abajo.
Y el viento silba sobre la cuerda.
30 de septiembre 2008
AICILOP. Lo veía avanzar lentamente por la calle en su dirección. De repente algo me paralizó y no supe qué hacer. Llevaba las bolsas en la mano, dos grandes bolsas azules y el cubo de la basura levantado por el asa, pero no supe cómo reaccionar en ese momento. Sabía que aquel era el momento, pero no pude echar a correr. Me paralizó saber que todo había acabado, que de aquel coche patrulla bajarían dos, quizás de tres agentes. Que en ese preciso momento estaban a punto de encender las luces azules mientras pedía refuerzos a la central. Que bajarían, como había imaginado tantas veces y me dirían que no me moviese que dejase las bolsas en el suelo. Sabía que yo no iba a poder reaccionar y que me quedaría allí, sin hacer nada, con los restos en las bolsas, derramando un regero sanguinolento en el suelo. Me pondrían las esposas, sin resistencia, me meterían en el coche y acabaría por fin todo. Estaba, en cierta forma, tranquilo; sabía que todo acabaría, que el final estaba cerca y que no tendría que seguir ocultando nada.
Por eso no corrí, justo por eso no salí huyendo calle arriba, ni entré de nuevo al portal, ni intenté deshacerme de aquellas dos bolsas azules que se aferraban a mis manos como parte de mi cuerpo. En el fondo deseaba que acabase pronto y dejar aquel calvario que me atormentaba.
AICILOP. Las letras, en orden inverso sobre el capó del coche, se acercaban poco a poco por la calle Espíritu Santo. No podía desviar la vista; no podía hacer nada más. AICILOP. El coche se acercó hasta rozar casi el bordillo de la acera en la que me encontraba. REspiraba lentamente, evitando no hundirme y caer como un plomo sobre el duro granito. El coche no encendió las luces, ni pidió refuerzos, ni dos agentes, ni tres, ni tan sólo uno bajaron. Giró la esquina lentamente y siguió avanzando calle abajo hasta perderse entre la gente. Tiré al cubo las dos bolsas azueles y empecé a imaginar otra nueva historia.