2 de agosto 2008
Era la mujer más atractiva que pudieras haber visto. la verdad es que no tenía nada en particular que llamase la atención. Si, es verdad que tenía un perfil bonito, un pelo sedoso y una nariz pequeña y afilada; labios carnosos, piernas afiladas y volúmenes bien repartidos. Pero no, no era simplemente una belleza física, o no al menos en cuanto al canon clásico de belleza clásica. Había algo más que nadie conseguía adivinar. Y, fíjate que eran visibles, pero nadie reparaba especialmente en ellos.
Había conseguido enamorar a todo el grupo de amigos. Allí donde ponía el ojo, había un hombre irremediablemente rendido a sus pies. No conocia la derrota. Iban cayendo, sin ofrecer reistencia, uno tras otro. Era tan embriagadora su mirada que se corrió rápido la voz.
Y se creó la leyenda. Al principio los chicos la miraban sólo para comprobar que era cierto lo que contaban, pero después del suicidio de aquel chaval no correspondido, la gente empezó a tomarse el tema en serio. Las mujeres obligaban a sus maridos a andar mirando al suelo si se sabía que ella andaba cerca, los solteros utilizaban gafas de sol para evitar un cruce de miradas y en algunos establecimientos públicos comenzaron a poner cortinitas en las ventanas para evitar miradas. Pero siempre había quien caía. Ella los devoraba casi a diario, y luego los abandonaba por una nueva presa. Nunca faltaron pretendientes. Llegaban desde lejos para dejarse atrapar por la rara belleza de aquella mujer.
La leyenda continuó hasta mucho después de su muerte. Pero nunca nadie descubrió dónde se encontraba el poder que conseguía que los hombres cayeran como chinches rendidos de amor. Nadie nunca lo supo. Escondidos, como agazapados detrás de una maleza de líneas verdes, dos pequeños lunares en su ojos izquierdo eran los culpables de aquella embriagadora mirada de seducción de la que ningún hombre pudo escapar.
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