17 de mayo 2008
Contemplaba, sin entender muy bien lo que ocurría, cómo su nieto César pintaba aquel graffiti en la pared del centro okupado. Se llamaba Isabel y tenía 84 años. Chulapos queer y chulapas con mantones comprdos en el chino bailaban a ritmo de Rafaela Carrá en aquella nave en ruinas de Legazpi. La verbena transmariboyera ponía contrapunto a las casposas fiestas de la capital.
-Vámonos al baile abuela -le había dicho, cuando la sacó esa tarde de la residencia. Se había puesto un pañuelo blanco, un clavel en la cabeza y su mantón de Manila bordado a mano, como en los viejos tiempos. En una mano sostenía una litrona y en la otra el abanico.
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