16 de enero 2008
Justo antes de haber terminado la frase ya se estaba arrepintiendo de haberla escrito. Instintívamente la tac´hó longitudinalmente con una ondulada serpiente de tinta azul. Continuó escribiendo seguido intenando obviar el error, haciendo como si nada hubiera ocurrido. Pudo seguir dos líneas, pero empezaba a notar que cada vez le costaba más y más escribir. Intentaba dibujar con su pluma cualquier cosa pero, sin saber cómo, volvía a escribir aquella frase que había dejado en el pasado unos minutos antes. Volvió atrás yvolvió a escribir por encima de aquel simple tachón, escribir decenas de veces para ocultar el primer escrito. Pensó: hecho, esto no lo resucita nadie; y lo intentó de nuevo. Pudo avanza poco más de treinta palabras y notó como bajo el papel una mancha de color azulado parecía esconderse entre capa y capa de fibras de celulosa. Volvió la hoja para ver si era algún pequeño defecto, pero por el envés la hoja estaba perfecta. Intentó no hacer caso a la mancha pero cada vez era más y más oscuro confundiéndose con el trazo de lo nuevo que escribía. Sabía de dónde venía, así que volvió al tachón sobre tachón y se quedó un rato pensando. Sí, la verdad es que todo era bastante absurdo y científicamente era difícil de mantener la tesis de que todo era debido a aquella primera mala frase.
Si soy capaz de borrar aquello, ya no habrá nada que me persiga -pensó, y se encaminó al escritorio a buscar una de esas gomas grises ásperas que quedan siempre rodando en la parte de atrás del cajón de escritura. Le dedicó más de hora y media a borar con suavidad pero insistencia la frase con el riesgo de desgarrar la hoja de papel a causa de la abrasión. Parecía hacer desaparecido; no había sido fácil pero merecía la pena. Continuó adelante en el relato.
pasaron menos de dos líneas cuando algo casi le hace caer del asiento. Las palabras parecían tiritar, y no en una forma metafórica. Notaba como las palabras se movían perdiendo la continuidad. Rápido fue a buscar las gafas de presbicia y al volver no podía dar crédito a lo que ocurría en aquella páginas. Como en una marcha militar o esas gigantescas ceremonias inaugurales de juegos olímpicos, todas las palabras, habían subido y bajado, recorrido páginas, cambiado complementos, artículos y adjetivos y se habían reagrupado repitiendo decenas de veces la frase que creía haber borrado definitivamente de su vida.
Fue justo en ese momento cuando asumió que aquella frase no iba a ser fácil de borrar. Sí, sabía que había sido sólo un error en una obra que ya tenía una extensión de más de doscientas páginas y que no debería condicionar pasado y futuro. Pero así era. Probó con la química más agresiva, sometiendo aquellas hojas a las más caústicas soluciones e intentando arrancar trozos, hojas enteras, pero nada, la frase siempre aparecía por algún lugar. Pensó en escribir un prefació para adelantar el error y preparar a los lectores al momento, o un epílogo para explicar al final el por qué del mismo. Pero tampoco parecían solucionar mucho y la explicación se complicaba tejiendo una obra superior a la primera. Se apuntó a dos cursos de escritura creativa y uno de mecanografía como terapia con infructuoso resultado.
A punto estuvo en varias ocasiones de tirar todo por la borda, desprenderse de todo para poder al fin olvidar. El fin dramático, su obra en el cubo de basura, para enterrarlo todo; y empezar una nueva vida en el campo, escribiendo haikus.
Aquella mañana, sin fuerzas para buscar nuevas soluciones aquella frase navegó por su mente, como uno de esos letreros digitales que van corriendo frases en dígitos rojos: «Las mejores soluciones so las aparentemente más sencillas». Corrió hasta el cuaderno que había sido la pesadilla de sus últimos dos meses, tomó el bolígrafo del comienzo e intentando controlar un ligero temblor dibujó un pequeño punto al final de la frase. Pasó una página, y comenzó un nuevo capítulo.
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