28 de junio 2008
Había estado preparándose durante las últimas cuatro semana, justo desde que le comunicaron, por teléfono desde la producción de programa, que era una de las elegidas para participar en aquel concurso. Había pasado unas primeras noches de infierno, con los nervios y el insomnio, pensando que no estaba preparada, que tal vez había sido una locura el inscribirse en aquel concurso televisivo, en el que disparaban a sus participantes con cualquier tipo de preguntas.
Tenía grabadas completas las dos primeras temporadas y lo primero que hizo fue revisar uno a uno los 173 programas de cada una de las temporadas. Se aprendió las respuestas, las preguntas, los latiguillos que utilizaba el presentador y cada una de sus cadencias. Observó la ropa de los concursantes, las combinaciones con los distintos escenarios -virtuales seguro- que utilizaban durante los 45 minutos que duraba la emisión. A las dos semanas cogió el volumen A-Amb de la enciclopedia y le echó un vistazo. Así, poco a poco fue completando los cuarenta y ocho tomos que componían aquellas enciclopedia ilustrada, hasta legar al tomo Yug-z. Estudió especies animales, alimentación, costumbres nacionales, repasó hechos principales de la historia universal y vida y hechos de los principales líderes reigiosos. Se aprendió de memoria las principaes ciudades de China, el nombre de los monumentos más importantes del planeta y la filmografía completa de dieciocho directores americanos. Veinte horas al día. Cada noche soñaba con el momento en el que se colocaría en el púlpito del concursante y respondería una a una las preguntas del presentador.
Y llegó el día. Siete meses y medio después.
El plató estaba repleto de gente, mucha más de la que se veía por televisión. Había personas que movían cables, que dirigían unas enormes grúas donde se encontraban las cámaras, que encendían y apagaban luces,… Después de pasar por maquillaje, la dejaron en una pequeña salita con un letrero que ponía Invitados, hasta que llegó el presentador. Le sorprendió la familiaridad con la que la saludó, como si la hubiera conocido de siempre. ¿No estás nerviosa Paquita, verdad? -le preguntó- Ya verás que todo es muy divertido. La acompañó por el largo pasillo que conducía de nuevo al plató y comenzó a grabación.
Ella repasaba mentalmente cada uno de los nombres, datos, informaciones de los que se había empapado las últimas semanas. Tenía como un hambre contenida de años; esperaba la primera pregunta para saborearla, para comérsela, para deglutirla y saciar ese picorcillo qe le rondaba en la tripas.
Silencio sepulcral, antes de que el presentador lanzase la primera de las preguntas. Las luces bajaban en el plató, confiriendo al decorado un tono rojizo de irrealidad.
– ¿Cuántos atletas participaron en las Olimpiadas de Munich 1972?
La sabía. Sabía que exáctamente habían sido 7134. Lo había estudiado y repasado, conocía las nacionalidades y las medallas que se habían repartido en esos juegos, y las podía cntar como de pequeña recitaba en clase los diez mandamientos de la ley de dios. Conocía el podium final de cada una de las especialidades. Había tenido suerte.
Intentó abrir la boca y lanzar un triunfante 7134. Pero no sabía qué pasaba; era como si sus labios no estuvieran conectados con el cerebro. Intentaba decir 7134, pero no podía articular una sóla palabra. El tiempo pasaba: solo 18 segundos rstaban del medio minuto inicial. Sus mandibulas tiritaban como si mascasen algo pequeñito, tic, tic, tic, tic. Concentraba todas sus fuerzas para abrir aquella maldita boca y escupir 7134. Sólo 9 segundos. Cerró los ojos para intentar concentrarse. Con el esfuerzo se había mordido varias veces la lengua y un sabor dulzón inundaba ahora su boca. Pero, nada, aquellos labios parecían haberse separado del resto del cuerpo y no querer obedecer sus órdenes. Los segundos continuaban su camino a la extinción: 4,3,2,1,… Unas gordas lagrimotas le habían corrido el lápiz de ojos y se derramaban por las mejilas cuando el reloj de porgrama marcó el fin.