5 de septiembre 2008
Soñaba. Tenía catorce años; casi quince.
Sentado en las rocas del muelle fundía el mar de Tarifa con sus sueños. Salía del puerto alumbrado por la tenue luz del faro, dejaba la tierra atrás entre las movidas corrientes del estrecho. La isla de las Palomas, Casa Porro, Paloma Baja, el Santiscal, Alanterra, Zahara,… Cádiz; ante él el gran océano. Tres mil millas le separaban de Sant John’s en la isla de Newfoundland. Seguiría hacía el norte, hacia las tierras frías y atravesaría el hielo de Balfin hasta Beaufort casi sin darse cuenta hasta el estrecho paso de Bering. La anhelada tierra frente a él.
Sentado en una de las islas del Kyoko-chi observaba el reflejo del pabellón dorado. Una ráfaga de viento de Tarifa corría por el cielo de Kyoto.