Desde el boj

18 de febrero 2009

Si, lo reconzco, tal vez no sea lo que se espera de un hermano, pero me pilló así de sorpresa y no estaba preparado. Joder, si llevas casi diez años sin ver a tu hermano y aparece así de repente pues te pilla descolocado. Y si, se que lo que pasó, y de lo que no quiero hablar otra vez, y no lo voy a hacer ahora, pasó hace casi quince años. Pero esas cosas no se olvidan. Por más que hayan pasado diez años sin vernos, por más que vivamos cada uno en una ciudad y él hiciera familia, y tenido tres hijos y se comprase una casa y, por cierto, fue de las pocas cosas que me fijé cuando lo ví allí plantado en la puerta de casa, hubiera perdido casi todo el pelo. No. Si hibiera avisado pues, no se, me hubiera ido preparando; él sabe cómo soy y que necesito asimilar las cosas y tomarme mi tiempo. Creo que le quedó bien claro cuando lo de mamá; joder uno no puede recibir una llamada, que mamá a muerto, así de repente, sin saber nada de familia por años. Por eso no fuí al entierro, pero no quiero hablar más de eso, dije que no iba a hablar más de eso.

Lo cierto es que me escondí; si, un poco ridículo un tío de casi 50 años, de mi pinta, con casi 120 kilos -que no hay seto que me tape- escondido detrás de aquel boj del jardín. Patético. Estuve casi dos horas, las mismas que estuvo él sentado en las escaleras de casa. Esperando que se marchase, que cayese la noche y desistiera, pero el tío aguantó. Casi a medianoche, me dejó aquella nota y cogió el coche de vuelta, no se dónde; ni se dónde vive, ni su teléfono, ni si se ha mudado de ciudad. Búscame, tengo que hablar contigo. Joder, también podía haber sido un poquito más claro; no sólo, tengo que hablar contigo, como quien quiere contarle a un amigo el partido del domingo. No le llamé, claro; no le busqué; ni hice el más mínimo intento. Joder, si hubiera escrito algo más, no se, lo de que se estaba muriendo, que le quedaban un par de semanas, que esa puta enfermedad avanzaba y no le quedaba mucho. No se, tomé la nota como una de sus gilipolleces, como siempre el chico bueno que decía mamá, queriendo hacer las paces, viniendo a hablar con su hermano. Pero no, la cagué otra vez, otra vez fui el hermano cabrón. No le llamé, no le busqué, no hice el más mínimo esfuerzo por hablar con él. Y aquí sigo hoy, con esta nota con apenas cuatro palabras intentando recordar su cara la última vez que lo ví, desdel el boj, esperándome en las escaleras de entrada a casa. Me hhubiera gustado saludarle.

Cumpleaños

20 de septiembre 2008

Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deséamos Leo, …

Se cruzaba los pies por debajo de la mesa. La gente pediente en las velas. Las velas que Leo, siete años, y sus amigos, iban a soplar tan pronto terminase la canción, que ya había escuchado al menos tres veces en su honor ese año en otras tantas ceremonias que nunca parecían satisfacer a su madre, amante de las celebraciones.

Se habían separado hacia cuatro años, pero aún conservaban amigos en común y se veían en alguna que otra fiesta como aquel cumpleaños. Y, claro, también estaba Jara, siete años, fruto del pasado y nexo irrompible entre la pareja. Esa era sin duda la razón de que sus vidas no hubieran tomado caminos completamente contrapuestos después de la separación; tenían, más bien, la sensación de vivir una especie de vías paralelas que intentaban no cruzarse con excesiva frecuencia. Y cuando lo hacían, sólo sexo, nada más.

Se sentían como adolescentes bajo la mesa, en el jardín. Un corro de niños ayudaban a Leo a soplar las velas de una tarta de galleta y dulce de leche argentino. Minutos antes él le había dicho: qué guapa te veo. Y ella no había sabido qué responder.

Jara era íntima de Leo, compartían amigos, salidas de fin de semana, vacaciones y algún que otro cumpleaños. Él era amigo del padre de Leo y ella mantenía relación casi con todos los que se encontraban en el jardín aquella tarde: amigos, compañeros de trabajo y gente relacionada con el mundo de la comunicación.

No se miraban. Aunque sus piernas se acariciaban, arriba abajo, arriba abajo; hacían como que no perdían la atención de aquellas velas azules sobre galleta. En aquel momento se hubieran girado y se hubieran besado, pero había mucha gente. Mucha gente que hablaría. Su separación había sido muy sonada como para andarse ahora con esas tonterías de adolescentes.

Hola mamá, hola papá -se acercó Jara; las piernas se desentrelazaron- me gusta veros felices.

Una mirada de complicidad se cruzó entre ellos. Las velas se apagaron y el jardín se llenó de aplausos. Cada uno pensó su deseo.