Mierda

14 de noviembre 2008

Todo empezó cuando la abuela dijo: ya no podemos seguir viviendo en esta mierda. Tenemos que buscar otra vida y salir de este pozo de mierda.

La abuela nunca hablaba así, menos cuando se enfadaba con mamá, y la verdad es que me sorprendió porque yo nunca pensé que aquello fuera una mierda. Sí, es verdad que visto ahora aquello que yo pensaba que era una casa normal sólo era normal para nosotros. Vivir sin agua, sin luz, en una casa a mitad construir y con los colchones tirados por allí, por cualquier parte no es algo que ahora vea como una casa normal. Pero entonces yo creía que aquello era normal; y era feliz. Era feliz en aquel barrizal que se montaba enfrente de casa mezcla de polvo, excrementos de gallina y el baciado de las bacinillas de cada día. No lo veía como vivir en la mierda. Aunque vivíamos en la mierda. Literalmente. Y luego estaba lo de los vecinos; me acostumbré a las revueltas, a ver a los chicos llorando cada semana porque su hermano lo habían cosido a navajazos la noche anterior, o porque al tío lo habían colgado. De pequeña no te das cuenta de algunas cosas, y piensas que la vida es así, con un padre que no existía, porque nunca existió y una madre borracha desde la mañana, enganchada al brick de vino barato.

Por eso cuando la abuela dijo: hay que salir de esta mierda o nos arrastra a todos, nadie dijo nada. Dejamos los colchones, las gallinas y las brasas aún calientes en la cocina y nos pusimos a andar.

Ha pasado mucho de aquello y la abuela ya murió; también mamá. Yo ahora vivo en Park Avenue; mucho ha cambiado todo. Aquellos recuerdos se fueron borrando, era muy pequeña entonces, pero a veces me viene a la cabeza esa imagen de la abuela, con los ojos encendidos de rabia, o ira, o tal vez lágrimas, dejando atrás la casa sin cerrar ni siquiera las puertas.

Último aliento

10 de mayo 2008

Si, es cierto, tal vez había visto demasidas veces la escena de alguien morirse en el cine. Y, de alguna forma, esperaba ese instante, en el que ella le dejase una frase que recordase de por vida. En las películas siempre el protagonista moría después de haber expresado unas últimas voluntades, haber descubierto un secreto de familia guardado durante muchos años o haber dejado en el aire un último discurso o una projunda reflexión vital.

Ella llevaba más de un año en cama; desahuciada por los médicos desde que el tumor se extendió y ya la quimio no hacía efecto. Había tenido tiempo, sin duda, para preparar unas últimas palabras. Al menos, eso pensaba Ramón, su marido, que la acompañaba desde que las cosas se habían puesto difíciles y necesitaba de ayuda hasta para realizar los movimientos más simples.

Pero se fue de la manera más tonta. Quería quitarse esa última imagen de la memoria, pero no podía. Hubiera preferido conservar un último recuerdo más acorde con lo que ella había sido en vida. La vista perdida en el techo de la habitación y ese extraño sonido gutural, como un último aliento de vida, le martilleaban la cabeza. Era lo último que conservaba de ella.

Published in: on mayo 13, 2008 at 12:09 am  Comments (1)  
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