15 de febrero 2009
Conducía su Volvo S-40 como quien empuja el carrito de la compra por unos grandes almacenes mirando las estanterías a ambos lados. A ambos lados no habían galletas ni paquetes de arroz; una hilera de chopos corría longitudinalmente al canal paralelo a la carretera. No eran más de las ocho aunque la noche se había cerrado hacía ya un buen rato. No tenía prisa por llegar a casa. En aquel momento de su vida no tenía prisa por llegar a ningún sitio, se dejaba arrastrar por la vida sin sentirla, acomodado en un asiento de cuero a juego con el salpicadero, 2000 euros extras. Pasaron varios kilómetros atravsando el mismo paisaje repeetido cuando llegó a la rotonda: una carretera atravesaba a la carreterapor la que eĺ veníal. Por la derecha un coche gris oscuro con algo aprecido a unos antiniebla, aunque no había niebla; por la izquierda un deportivo rojo. Los tres se pararon antes de entrar en la rotonda, ninguno parecía tener prisa; otros dos hombres de aproximadamente su edad, rondando el medio siglo, en sus asientos de cuero, cruzaron lentamente la rotonda y continuaron en el mismo sentido, direcciones contrarias. Metió primera y avanzó, perpendicularmente al coche rojo y al coche gris con faros antiniebla, que rápidamente se ocultaron engullidos por la noche bajo la línea de chopos.