El señor y la señora González

1 de septiembre 2008

Nunca supe por qué el señor y la señora González siempre parecían tristes. Vivían dos casas abajo de la de mis padres y los único en la urbanización que no hacían fiestas de cumpleaños en el jardín. El resto de vecinos eran parejas jóvenes, de más o menos la quinta de mis padres, con una media de tres o cuatro niños.

El señor y la señora González siempre andaban despacito, mirando hacia el suelo, como intentando salvar algo que no existía. Salían al atardecer y daban una vuelta por la parte alta, sin hablar, sin casi mirarse. Cogidos de la mano. Parecía que se querían, pero no hacían ninguna muestra en público.

Cuando pasaban cerca saludaban con una voz suave, como salida de algún sitio a kilómetros de allí. Por pura cortesía. Se notaba que vivían en otro mundo.

No tenían coche y cada martes dos chicos del super les traían la compra del super. Su compañía se limitaba a esa.

La verdad es que el señor y la señora González daban un poco de miedo e intentábamos evitar el cruzar ºfrente a su jardín. Los niños decían que cocinaban los gatos que desparecían de los jardines, y que tenían encerrados en casa a dos niños en unas pequeñas jaulas. Me pasé media infancia inventando historias sobre aquella pareja.

Y de repente me olvidé de ellos.

Han pasado casi treinta años de aquello y hoy viendo unas fotos en casa de mi madre me los encontré casi sin querer; era una vieja fotografía realizada con Polaroid, de colores excesivamente saturados: yo aparecía en una bicicleta frente a la cámara de mi padre y ellos aparecían de soslayo detrás de un arbusto posiblemente en el comienzo de uno de aquellos paseos vespertinos. Y mi madre me contó todo. Lo del bebé, una niña, lo del accidente, el coche, la muerte, la tristeza eterna. Murieron los dos juntos, una tarde, justo después de uno de sus paseos. Por primera vez vi al señor y la señora González sin miedo.

Published in: on septiembre 11, 2008 at 7:53 pm  Comments (1)  
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