Paralelas II

28 de mayo 2008

Acababa de salir del Hong. Conducía sólo por la Radial 5 a punto de cruzar la M50 destino a Fuenlabrada. Había bebido tal vez demasiado para la hora que era, apenas las once. Se despedían del Richard, después de toda la tarde en el tanatorio. Y era una despedida definitiva. Al Richard acababan de enterrarlo, con 19 años, aquella misma tarde. Nadie se lo podía creer. Todos habían estado en aquella fiesta en la que el Richard había tomado nosequé que se lo levó al otro barrio; posiblemente les vendieron algo adulterado, o algo muy puro, o se metió en exceso. De cualquier forma de nada valía ya buscar la causa, el Richard descansaba donde fuera que estuviera en ese momento. Por eso esa tarde la despedida había estado bien cargada de alcohol, para olvidar, para no pensar.

No escuchaba la radio encendida a todo volumen en el coche. Estaba a punto de tomar el desvío a la M50 y casi le era imposible distinguir las líneas de la carretera. Las luces de los demás coche le dejaban cegado y perdía la visión durante unos segundos. Fue tan solo un instante, y el coche empezó a girar dando vueltas y vueltas por el arcén hasta terminar empotrándose en la valla que recomendaba reducción de velocidad.

«Ayúdame y te habré ayudado, que hoy he soñado en otra vida, en otro mundo, pero a tu lado.» cantaban en la radio segundo antes de encontrarse con el Richard.

Amigos

25 de mayo 2008

Hablaban de chicas, de sus últimas conquistas y sus planes para la noche. Pura fantasía cargada de hormonas. De coches y los nuevos tuneos que había hecho el Micky al Ibiza, de la música del garito al que iban esa noche y del coñazo del curro.

Los tres amigos charlaban de sus cosas mientras salían del coche en Costa Polvoranca -polígono de marcha en Alcorcón- el sábado noche. Su pasado no contaba, el presente era esa noche y el futuro para ellos era el plan de verano. Tenían 18 y eran amigos desde los 8, cuando coincidieron en el cole del barrio. Ellos no lo sabían, pero ninguno llegarían a cumplir los 20. Uno moriría por una sobredosis, de la forma más tonta en una fiesta con un algo demasiado puro; otro con el coche, volviendo a casa en una noche de fiesta; el tercero en la obra, como tantos otros, por falta de seguridad. Pero esa noche de marcha poligonera en Alcorcón no lo sabían. Para ellos el futuro era lo que se encontrarían esa noche en el Hong.