1 de junio 2008
Ella buscaba sexo fácil; alguien con quien compartir esa noche lluviosa de cuarenta de mayo. Sin complicaciones, amor sin desayuno, alguien que le ayudase a olvidar aquel día infernal de reuniones, exceso de trabajo y marrones aplazados de la víspera.
Él acababa de dejarlo con su novia. Seis años de aparente amor sin fisuras, de repetidos besos de buenas noches y caricias de fotografía, que se acababan de desvanecer con la excusa de un «Nos tenemos que dar un tiempo. Y luego se verá».
Avanzaban por San Felipe, direcciones convergentes, uno frente al otro cuando sus miradas se cruzaron.
-¿Tienes fuego? -preguntó ella.
-Estoy helado, -contestó él.