Plumas

24 de septiembre 2008

No podía soportarlo más. Llevaban más de treinta años juntos y todos los aplausos se los llevaba él. El cuervo, algo ya maltrecho de tanto bolo de verano, actuación en viejos antros de carretera y más de una copa furtiva derramada en el fieltro, seguía siendo el centro del espectáculo. Cuando un periódico local ´realizaba un pequeño breve en la sección de actuaciones, no daba para más aquel triste espectáculo, nunca hablaba de él siempre del cuervo. Sus chistes los más atrevidos, los más agudos, los más ingeniosos. Los suyos nunca despertaban un aplauso, y cuando lo hacían siempre era por aquella miradita de desprecio que siempre, inexorablemente en algún momento del espectáculo le brindaba el peludo negro.

No pudo soportarlo más. Las cosas no iban bien, y cada vez eran menos las contrataciones que surgían. Algún viejo amigo que seguía reponiendo espectáculos trasnochados. Las cosas no iban bien; él lo aceptaba,  pero el cuervo no. Creía ser una estrella. Reclamaba su espacio frente a los nuevos cómicos que cada vez más surgían en la televisión y en los grandes teatros de la Principal.

Aquella noche no pudo más. Mentras el pajarraco dormía coió l negra bolsa, donde había dormido noche tras noche en los últimos treinta y cinco años, y la dejó junto al cubo de basura. El pobre cuervo gritaba sin voz mientras el ventrílocuo entraba, sin volver la cabeza, en el hall del hotel donde aquella noche actauaba una vez más.