27 de abril 2008
Esta noche soñé que tomaba unas copas con dios. Estábamos en un antro pequeño, lleno de humo y con un tipo bajito, como Woody Allen, que tocaba el clarinete. Me llamaron la atención sus zapatillas de deporte. Divinas. Estaba, dios no yo, un poco abatido. Me contaba, con un gintonic en la mano, lo mal que estaba la empresa: la globalización, la competencia, el equipo bajo de ánimos… Se culpaba de no poder transmitir bien el mensaje a su gente. No sé -me decía- tal vez esté ya viejo y no entienda a esta juventud. Lo mismo un relevo sería lo mejor. Yo lo veía sincero. Cansado, derrotado, un poco viejo, pero sincero; con un brillo de divinidad decadente en los ojos.
No tengo fuerzas para seguir -me lanzó en un momento en el que yo estaba más atento de una pelirroja al fondo de la barra que de sus letanías.- Se me hace difícil empezar de nuevo, bajar a revelar, a reconstruir de nuevo al equipo. Además, no creas que es tan fácil. Hay distintas líneas allí arriba: los que consideran que no pasa nada, que son ciclos, o los que animan a un diluvio, para hacer una gran limpia y comenzar de cero. Yo, no se, son tantos años que me encuentro perdido.
Al cuarto gintonic me espetó: tal vez tire la toalla y monte un resort celestial para buenos católicos. Justo ahí me dió pena; sabía que había bebido demasiado pero notaba en sus palabras que estaba realmente desesperado. A punto estuve de hacerme creyente para animarle.