4 de marzo 2008
Sabía que había llegado el final. No sabía por qué pero algo que había estado con él desde siempre le decía que debía prepararse para recorrer el último camino. Estaba tranquilo. No sabía qué ocurriría después, tampoco le preocupaba. Le reconfortaba saber qué tenía que hacer. En el fondo, lo había visto hacer decenas de veces; el mismo ritual repetido por abuelos, padres, hermanos e hijos. Nacemos y morimos, así de sencillo -pensó. Y sintió alivio por no sentir miedo.
Aspiró profundamente y cerró los ojos. Se vio asimismo correteando con sus hermanos y recordó aquellos tiempos en los que no había otra cosa que el juego y caer rendido en cualquier parte al bajar el sol. Se vio crecer, atravesar los años de juventud, la primera pelea y el primer amor. Luego vendrían los pequeños, los años duros de la sequía y el día que llegaron al valle. Su primer hogar y la primera noche que vio la luna grande en el cielo.
Tuvo la sensación de que la vida había pasado muy rápida; abrió los ojos y vio su piel arrugada y seca como un papel de lija. Reunió sus últimas fuerzas, se puso en pie y se fue andando lentamente hacia el horizonte, dejando atrás a la manada.
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