21 de enero 2008
Cuando despertó hizo repaso de todas sus pertenencias. Su cartera, cargada de billetes aún sin estrenar y tarjetas magnéticas de plástico. Su ropa perfectamente planchada y colgada en perchas separadas en el armario, sus zapatos de imitación cocodrilo junto a la cama, su neceser de aseo rebosante de cremas antiarrugas, lociones para la fatiga y agua de colonia. Las pocas cosas que quedaban en la maleta tampoco parecían haber sido revueltas y el pequeño maletín donde guardaba documentos, chequeras y los papeles de trabajo también presentaba el aspecto perfectamente ordenado como lo dejó antes de irse a la cama. Dió varias vueltas por la habitación del hotel intentando encontrar algo que hubiera podido perder, un pequeño objeto que se hubiera extraviado en la últimas horas. Hizo un inventario mental de todo lo que le pertenecía, de cada cosa que había traído de casa y que pudiera haber decuidado. Nada. Lo tenía todo. Aunque tenía la seguridad de que durante la noche algo importante había desaparecido sin dejar rastro. Nunca pudo darse cuenta que lo único que había perdido y que nunca conseguiría recuperar era un día de vida.
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