22 de diciembre 2008
No era el momento en el que la señora entrara y soplara entre sus plumas para comprobar tras su piel a punto de estallar el resultado del cebo. No era quello lo que más le dolía. Ni tampoco el preciso instante en el que el afilado cuchillo rebanaría su cuello. No eran las llamas del horno que ya no sentiría y que lo convertirían su piel en un crujiente cartón, ni cuando lo sirvieran rodeado de patata en el centro de una mesa cargada de alcohol. Ni siquiera aquellas tontas botas de papel que adornarían los muñones de sus patas. No. Lo que más le inquietaba era la vejación del relleno. Las ciruelas, orejones, piñones, trufa, trocitos de salchicha y lonchas de panceta, aceitunas y huevos duros que iban a ocupar el vacío de sus entrañas más íntimas. Sólo pensarlo y se le erizaban todas las plumas del cuerpo.
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