5 de octubre 2008
Saltaba, veinticuatro pisos, 254 metros en vertical, sin protecciones horizontales, tres metros y medio de fría acera, una fila de árboles, falso plátano de ciudad y cuatro calles de coches, ambas direcciones al frente. Tardaría menos de cinco segundos en acabar convertida en una ficha policial con código 10-56. Al legar al piso 17 algo voló de su bolsillo; la carta que llevaba escribiendo desde hacía dos semanas explicando os motivos, reflexiones y despedidas ante aquel salto.
Ingrávida por la compensación de fuerzas de la caída creyó que podría alargar la mano y sujetarla, pero le faltaron unos segundos. La carta eligió otro camino y descansa ahora en la rama de un platanero, quince metros por encima de las cabezas de un grupo de transeuntes parados en la acera, en torno a algo, o alguien que acaba de tirarse desde el piso veinticuatro.
Pero era demasiado tarde también para darle importancia
¡Qué angustia! Pero, como todos (aunque en su caso quizás con más cosas que explicar), murió sin haber dicho todo lo que tenía que decir…