Un año sin BsAs

7 de septiembre 2008

Había pasado un año justo desde aquel viaje a Buenos Aires. Se juró volver a la ciudad en el menor tiempo posible pero ya habían pasado doce meses y estaba en Madrid. No pudo contenerse buscó el exto que escribió como despedida de aquella ciudad hacía apenas un año; quería refresacarse el juramento:

«Aún no salí y ya la extraño. Se me pegó el empalagoso, empalagoso -como dulce de leche- acento  argentino. Un café chiquito, agua con gas y una facturita. Me voy como llegué, sin querer molestar, bebiendo a traguitos cortos el aroma de esta ciudad que huele a mar, en un sábado celeste y blanco: niebla de leche en San Telmo, bajo un cielo azul radiante.

Como las firmas rayadas a punzón en la barra del café Dorrego se me amontonan imágenes de la ciudad. Palermo viejo, Florida y la torre del Yach Club; un kiosko que vende nada y de todo, Recoleta y un carro a caballo cruzando Uribe. El majestuoso Cavanagh, con su historia de miserias y esplendores, y el fluss,
fluss, fluss del colectivo Corrientes arriba. Ciudad frenética, de carreras de coches y marabuntas en Mayo. “No se puede hacer más lento”. Una jauría de perros arrastran a un paseador por los bosques de Palermo mientras un piquetero grita: Asamblea, asamblea, en Cortázar. “Yo tengo un cuñado en Coruña…»  -habla
sin parar un taxista, mientras me relata de carrera y en tres minutos la filmografía completa de sus grandes del cine. Hipódromo, MALBA y Club de Polo. Y un toro con cuernos en el parque de la República de Irán. Lemar mira como un faro gigante la ciudad. Taxi-boys en Alvear, putas baratas anunciadas en las
cabinas de Telefónica y señoras de visón y mechas en Belgrano. Patios de ladrillo y cal y cristales hacia el cielo de Puerto Madero. La banda del Regimiento de Patricios. Argentina Design, el Soho, Catalano y una vaca de colores escondida en una esquina. Ciudad de esplendores art-decó y un millón de mierdas de perro. (Tenía que decirlo, pisé tres en dos días). Resuenan mil voces con ese dulce arrastre en la palabra de la flaca argentina incombustible que habla sin respirar. Novecento, mozarella con morrón y Cumbre las Hormigas. Menudo líquido. Turistas a reventar en las galerías de arte de San Telmo, mientras Gardel sonríe en un sobrecillo de azúcar. Costanera -hecha de tripas de ciudad-, Lavalle, Boca y Caballito. El Bajo, 7 de julio y un caminito de cartón piedra.

Me enamoré de este cachito del mundo. ¿Por qué?, ¿qué te gustó de esta ciudad? No se, joder, me enamoré como te enamoras del primera amor. Como te enamoraste una vez de aquella chica que bizqueaba un ojo al hablar, pero tú, tan feliz. ¡Qué ojos tan bonitos! -pensabas como un tonto sin darte cuenta de que tus amigos se partían de la risa. Me enamoré como un tonto de Buenos Aires: de su grandeza exhuberante y su detalle diminuto. Sólo 5 días y es como si la hubiera conocido de toda la vida. No se puede hacer más lento.

Volveré.

Volveré, me repito, mientras devoro entre mocos un alfajor de chocolate para que no se me rompa el corazón.

BsAs, primero de septiembre de 2007

PD.- La niebla se va comiendo la ciudad, como en un sueño, mientras yo parto hacia Ezeiza.»

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  1. Buen recuerdo y semblanza de Buenos Aires. Texto preciso, realista y de enorme calidad. Gracias por ofrecérnoslo y enhorabuena por crearlo.

    Saludos


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