18 de julio 2008
Sabía lo que ocurriría en cuanto la abrazara; siempre pasaba lo mismo. Había probado todo tipo de estrategias amatorias y puesto en práctica los consejos de sus amigos, pero indefectiblemente tras el primera abrazo ellas caían dormidas en la cama poniendo el cierre a cualquier posibilidad de sexo.
Aquella noche, como tantas otras, la observaba dormir a su lado, rendida a un sueño apacible, desnuda, en su cama. Aquella era especialmente guapa: un largo cabello rubio caía desordenado a ambos lados de la almohada y sus pechos aún excitados se intuían bajo las sábanas.
Morfeo imaginaba, una noche más, cómo sería el sexo tras ese primer abrazo.
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