Lucky Marilyn

15 de julio 2008

Le llamaban Marilyn. Rubia, metro sesenta y nueve y unas piernas de locura. Frente al espejo de aquella habitación de hotel se arreglaba el pelo, pasando el cepillo suvemente de principio a fin. Le encantaba cómo le caía ligeramente sobre los hombros. Arreglaba la onda que le hacía en el flequillo y se ajustaba la gargantilla, regalo de su último admirador, de la que colgaba un precioso cristal. Sujetaba la joya con orgullo, como la pieza de un cazador. Diamonds are the best girl friend, susurraba entre dientes.

Estaba cansada; realmente cansada. Había sido un día duro, con cuatro salidas consecutivas. La verdad es que desde hacía varias semanas su popularidad había aumentado de forma sorprendente. Desde la aparición de aquel breve en el periódico -«La ambición rubia»- y el cambio de su nombre artístico por Marilyn, el trabajo no hacía más que crecer. Y ella sabía que tenía que aprovechar aquel tirón; hacer todo el dinero que pudiera, ahorrar, no gastar mucho. Ya vendrían los años de vacas flacas. Aunque, a decir verdad, también los gastos se habían disparado en las últimas semanas. Pero tenía que estar a la altura de las circunstancias. El glamour no es gratis, se repetía, como excusa;la última semana había gastado en ropa casi la mitad de lo que había ingresado.

Aquella noche ya había hecho un cambio. Lucía un precioso valentino rojo con un amplio escote que dejaba asomar su piedrecilla facetada. En el espejo, unos toques de maquillaje que tenían más de rito que de necesidad, y de nuevo preparada para actuar. Un taxi le esperaba en la puerta del hotel.

– A Rubén Darío. -le indicó sin más presentación.

– ¿Miguel Ángel? -apuntó el taxista, mirando de reojo por el retrovisor.

Había movimiento aquella noche en Madrid. Ocurría siempre en los comienzos de mes y la calle estaba casi vacía de compañeras. Como siempre, la Deborah, en la esquina.

– ¿Qué tal?,… Muy pronto vuelves -le espetó con cierta ironía nada más verla bajar del taxi.

– Ni las bragas me he bajado; una mamadita y el viejo se ha ido en menos de dos minutos. -respondía la Marilyn, mientras giñaba el ojo a un grupo de adolescentes que cruzaban en un todoterreno.

– Suerte tienes, maricón.

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