6 de julio 2008
Lo que más le apetecía aquella noche era empezar a leerse aquel «Lo mejor de McSweeney’s» que había comprado hacía unos días. Pero no, por una parte ya había decidido que ese libro era intocable, ni a su mujer le dejaba poner una huella encima; había decidido llevárselo de vacaciones, en apenas una semana, y, él lo tenía muy claro, no podía leer ni una página hasta entonces. Pero además estaba el tema de los cuentos, estaban a nueve y el último se había quedado en el cuatro. La cuenta era fácil, 5. Tenía que ponerse al día.
Pero no lograba concentrarse. Y pensó: bueno, tal vez contiuar un ratito con una novela que ya tenía empezada de Eggers y que no estaba vetada por el estío.
Se debatía entre una cosa u otra y de repente le asaltó una duda: ¿leía para escribir o escrbía para leer?
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