15 de junio 2008
Esa noche se había propuesto algo sin muchas complicaciones: presa fácil en un bingo. Uno de barrio, lleno de viudas y separados alcohólicos enganchados a las tragaperras. No era asiduo a este tipo de establecimientos, pero después de los de la última noche en el Casino, había que buscar algo urgente. Cote d’Oro, rezaba en luminosos dorados el letrero que rodeaba la esquina. Entró con seguridad, como siempre, y enfiló hacia na mesa al fondo buscando presa. La encontró rápido: unos sesenta años, peluquería de esa tarde y un extenso escote de pedrería. Maricruz de nombre. ¿Ocupado?, Tome asiento. Miguel, Maricruz, encantada. ¿Toma usted algo?, la invito. Gracias, un pacharán. El resto fue relativamente fácil: seis cartones, dos tragos más, tres de la mañana y un revolcón con olor a naftalina.
A la semana le pediría los 32.000 euros prometiéndole, como siempre, una segura inversión en unos terrenos donde levantarían su nidito de amor. Si te he visto no me acuerdo. Tomaba el sol dos días después en Marbella, de nuevo en la mesa de blackjack, cargado de efectivo fresco para el juego.
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