2 de junio 2008
Había comenzado como un juego y se había convertido en una obsesión. Empezó aquel día en que bajó el papel al contenedor de reciclado y encontró aquellas revistas: un Vogue y dos Motor de Hoy. No pudo evitar montarse su propia historia. Pareja de rubia con mechas, dependienta de El Corte Inglés, sección perfumería con un amante de los coches de gran cilindrada. Es cierto, no se había estrujado mucho la imaginación para aquella historia pero le hizo gracia poder saber algo de sus vecinos por sus basuras.
A la semana, con una nueva bolsa de reciclado esperaba ansioso el momento de abrir aquella portezuela y encontrar una nueva historia. Revistas atrasadas de Selecciones de un color macilento y fotos arrugadas en blanco y negro. Esta si que es buena, pensó. Los restos de un desalojo o la limpieza de una casa tras la muerte de una abuela octogenaria. Su cabeza giraba a toda velocidad intentando imaginar la larga enfermedad que había llevado a la muerte de aquella señora, los lazos que podían unirla con los que habían deshecho la casa, o el destino del inmueble que a esas horas debía estar ya completamente diáfano y libre de muebles y recuerdos del pasado.
A partir de aquel momento, el juego se convirtió en obsesión. Acumulaba todo tipo de papeles que encontraba en el trabajo o en la calle como excusa para sus expediciones al contenedor. Los iba depositando uno a uno, con parsimonia más pendiente de los restos que habían arrojado allí otros que de los suyos propios. Más revistas, deshechos de embalajes, cajas de un nuevo televisor, periódicos, cajetillas de tabaco, cuadernos a medio escribir, facturas,… Él ya sólo veía retazos de historias que podrían ser, información autobiográfica de seres sin rostro y fragmentos reciclados de otras vidas.
Hoy, por un despiste, la trampilla cayó sobre sus dedos al meter la mano. Justo antes de descubrir una arrugada carta de amor de su mujer al vecino del segundo derecha.
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