6 de junio 2008
Le dolían exactamente los metacarpianos. O al menos así lo explicaba la madre en la consulta del traumatólogo pediátrico, con la radiografía en la mano. Al pequeño acababan de hacerle cuatro placas, ambas manos, frontal y lateral, para descubrir la causa del dolor.
Todo había empezado a la hora de la cena. Nachito, tres años, cogía el tenedor con la izquierda. La derecha, sin fuerza descansaba flácida. Tras un breve interrogatorio y pruebas sencillas -dolor, grito, me duele, ¿no puedes levantarla? ¿qué te pasa? ¡a este niño le pasa algo! ¡Un hueso roto o algo así!-, a la consulta de guardia del centro de salud. De ahí, en menos de tres horas, urgencias hospitalarias, pediatra, traumatólogo, rayos, recogida de placas y consulta con el especialista.
– Al niño, que le duelen los metacarpianos -precisó la madre, con soltura de letrada en la red- y le hemos hecho unas placas.
«Sin alteraciones óseas significativas», escribió el doctor bajo Servicio de Diagóstico. Apiretal, dos con ocho, cada ocho horas si se queja. Y una firma incomprensible.
Ya en la cama, con la fotografía robocop de sus brazos reconoció que aquella tarde, en el cole, había zurrado al Rober. Pero, es que me había quitado un gogo, argumentaba en su defensa.
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