11 de mayo 2008
Sabía que era asquerosamente frívolo, pero fue lo primero en lo que pensó al ver el brazo de aquel joven vagabundo, casi un crío, tirado sobre un banco en las puertas de la Gare du Nord. Su antebrazo estaba repleto de cortes que bien podían haber sido cicatrices de algún episodio vivido antes de llegar a la ciudad o simplemente el recuerdo de un ajuste de cuentas entre macarras en las calles de París. Le cubrían todo el brazo como rojos latigazos. Lo primero que le vino a su cabeza de marchante de arte contemporaneo al verlo fue Palazuelo.
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