10 de mayo 2008
Si, es cierto, tal vez había visto demasidas veces la escena de alguien morirse en el cine. Y, de alguna forma, esperaba ese instante, en el que ella le dejase una frase que recordase de por vida. En las películas siempre el protagonista moría después de haber expresado unas últimas voluntades, haber descubierto un secreto de familia guardado durante muchos años o haber dejado en el aire un último discurso o una projunda reflexión vital.
Ella llevaba más de un año en cama; desahuciada por los médicos desde que el tumor se extendió y ya la quimio no hacía efecto. Había tenido tiempo, sin duda, para preparar unas últimas palabras. Al menos, eso pensaba Ramón, su marido, que la acompañaba desde que las cosas se habían puesto difíciles y necesitaba de ayuda hasta para realizar los movimientos más simples.
Pero se fue de la manera más tonta. Quería quitarse esa última imagen de la memoria, pero no podía. Hubiera preferido conservar un último recuerdo más acorde con lo que ella había sido en vida. La vista perdida en el techo de la habitación y ese extraño sonido gutural, como un último aliento de vida, le martilleaban la cabeza. Era lo último que conservaba de ella.
Tremendo relato, cargado de realismo.