5 de abril 2008
Hola, ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona. Todos pensaban que moriría antes que su marido, pero ahí seguía. Ella. Ramona. A pesar de todos sus achaques, fue la que se levantó y llamó a la ambulancia cuando a él le dió aquel paro cardiaco. Nunca salió de aquello. Tampoco ella. Ramona. Justo después de su muerte fue cuando había decidido dejarse morir. Poquito a poco, para no hacerse daño. Decidió olvidar cada día una cosa. Era, pensó, una forma indolora de eutanasia.
Al principio comenzó olvidando todo lo relacionado con él. Su recuerdo era, ese momento de su vida sóla sin sus hijos en casa y viuda, lo que más le hacía sufrir. Por eso lo fue borrando de su mente y de su vida. Una noche se vistió, por llamarlo de alguna forma, con el traje de novia, que aún reposaba, entre naftalina en el armario. Sacó las fotos del album y acto seguido lo metió todo en una bolsa de basura azul y la sacó al pasillo. Y olvidó su boda. El único vínculo en la memoria que la unía a su marido.
Después llegaron los amigos, el trabajo, los duros años de la postguerra y los momentos de felicidad. El pueblo, sus padres, hermanos y hasta su vecina Julia. Sin dejar rastro. Cuando empezó a olvidar todo lo relacionado con el aseo personal fue cuando sus hijos -chico y chica, ambos casados, bien situados y vecinos en las afueras de la ciudad en una casa con jardín- decidieron ingresarla en la residencia. Hola ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona.
Ramona acogió con ganas el cambio; favorecía, pensaba, su plan de ir olvidando quien era y lo que le rodeaba. Tal vez esa era la mejor forma de olvidar el capítulo casa. Un pisito que había comprado no sin sudores hacía más de cincuenta años, arreglado con su olvidado difundo marido y vivido con sus hijos. Fue cuestión de semanas el que no quedase ni el más leve recuerdo de aquellos ladrillos en la calle del olvido.
Lo de los hijos fue tarea fácil. Quiero decir que ellos ayudaron. Al principio, empujados por la mala conciencia, frecuentaban sus visitas hasta dos veces por semana. Pronto las distancias crecieron y las ausencias se hicieron norma. Pero cómo, ¿no vino mi hermano esta semana? Yo estuve ocupada, yo tuve dos viajes, el negocio me impide más,… Olvidados. Punto.
Hola ¿Cómo te llamas? Yo soy Ramona. El resto fue coser y cantar. Es un decir, porque ambas cosas también las olvidó. Y olvidó como se cogían los cubiertos, como se andaba y cuándo se iba al baño. Ramona dijo adiós al mundo, si es que se acordaba de él, y culminó su plan cuando al decir Hola ¿Cómo te llamas? no pudo seguir porque había olvidado su nombre.
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