La gran feladora

28 de noviembre 2008

No se por qué lo he hecho, pero no pude resistirme. Aborrezco el sabor de la sangre pero era justo el momento. Estaba totalmente empalmado, a punto de correrse como otras veces, emitiendo esos pequeños gemiditos que hacen los tíos cuando les practicas una felación; la respiración entrecortada, los ojos cerrados, y, sin saber bien cómo, apreté con todas mis fuerzas los dientes atrapando su pene con rabia. Joder, pensé que me lo podía tragar. Y entonces él se sacudió y sentí el sabor dulzón de su sangre; una mezcla de sangre y líquido seminal. Paré. Pude seguir mordiendo, porque era una presa fácil, hasta arrancar ese trozo de carne que de repente había perdido su fuerza. Peró abrí la boca, de repente, y empecé a escupir. Samuel estaba como loco, gritaba y se retorcía en el sofá. Me gusta hacerlo en el sofá rojo del salón; a veces mientras él ve la tele yo me tiro al suelo y empiezo a subir por sus piernas con una sonrisa pícara; él ya sabe dónde voy así que se desabrocha el cinturón de chapas y, como si no se diera cuenta, continúa viendo la tele. Me gusta cuando están pasando algún partido de la SuperBowl, porque es cuando más tarda en correrse, y a veces, cuando su equipo va rematadamente mal ni se empalma y tengo que concentrarme mucho. Y eso me encanta. Porque soy la mejor chupadora del mundo; eso me dice Samuel. Y me lo han dicho también otros antes. Aunque Samuel es distinto; los otros no me dejaban que les mordiese. Samuel sí, dice que le pone que lo haga justo antes de irse, que le pone mucho más, saber que el dolor está por llegar y el placer le acompaña. Soy una feladora de vicio, me dice.

Pero hoy no me ha dicho eso. Estaba como loco retorciéndose en el sillón rojo de skay, mientras me decía que estaba loca, que era una puta mierda, que la había jodido. ¡La has jodido tía, estás loca, puta!. ¿Qué te crees? Nunca me había dicho eso, parecía otro. Luego vinieron los de urgencias y le hicieron una cura. Y él no dijo nada de lo que había pasado, dijo que se le había caído una botella o yo qué se que excusa les puso que los enfermeros que se miraban entre ellos y se reían.

Luego ya más tranquilo pensaba que me iba a besar pero me escupió y se fue, me dijo que era una puta chiflada y se marchó, dejando la puerta abierta. La verdad es que yo no se qué hacer. Otras veces cuando le mordía a otros también se iban. Algunos lloraban, como niños pequeños. Uno una vez quería denunciarme pero le dije: Tío, tu mujer se va a enterar capullo; y pasó y no lo hizo. Pero Samuel era distinto; a él le gustaba que lo hiciera y se corría en mi boca mientras le mordía. Si, bueno, nunca tan fuerte como esta vez. Pero él sabía que eso era así, yo se lo decía siempre: un día muerdo hasta el final y me quedaré con ella en la boca, y él se reía. Él nunca me tocaba, ya sabía que a mí eso no me gustaba. Una vez me dijo que le pasase las tetas por su pene duro pero a mi me pareció una guarrada. A mi no me gusta enseñar mis cosas; yo soy sólo comedora. La mejor feladora del mundo. Yo siempre cierro mis piernas, y no me quito la ropa, y me pongo de rodillas o tumbada, pero nunca me desnudo. Samuel dice que es que soy muy tímida, porque nunca cuento nada de mi, ni de mi vida, ni de mis cosas. Pero yo le digo, ¿qué más quieres que te cuente? No hay nada más. Aunque yo sepa que no es verdad. Pero no quiero contarle nada más de mi vida. Ya pasé por lo del psicólogo hace años y tuve que contar lo de aquella noche cuando él se metió en mi cama y yo disimulaba estar dormida y cerraba los ojos fuerte y él me empujaba con su pene bajo sobre el pijama. Y la noche siguiente en la que abrí la boca y lloré, porque me hacía daño, y salí corriendo. Y ya no volví a casa. Y me fuí con aquel camionero que tenía la cara que parecía una hamburguesa, pero que me cuidaba y me quería. Y todo lo que ocurrió después. Sí, sabía que le mentía cuando le decía no había nada más, pero no me gustaba contar todo aquello. Lo que a mi me gustaba era buscar chicos, por las noches, en la salida de las discos y comérsela allí mismo, en un coche o en los lavabos de cualquier local, o incluso en un parque. Hasta que llegó Samuel y supe que con eĺ era distinto. Sobretodo después de dejar a Rebeca, que era una pija gilipollas y que me hacía que le chupase a ella también entre las piernas. Yo no soy bisexual y eso no me gustaba y me sabía fatal, y terminaba siempre llena de pelos en la boca. Pero un día Samuel la dejó y ya nos quedamos sólo él y yo. Y disfrutábamos en el sillón de skay casi todas las noches. Es un tío superpotente; puede correrse al comienzo del partido y antes de la segunda parte ahi está otra vez empalmado.

No se qué va a pasar. Lo mismo se ha marchado para siempre, aunque no lo creo. Yo creo que volverá. Y vendrá esta noche de nuevo al sofa rojo a tumbarse con una lata de Coors, mientras ve el partido de los Minnesota Vikings. Y mientras, la Gran Feladora recorrerá su pantalón hacía arriba buscando algo que comer. Y volverá a respirar entrecortado dando esos tontos jadeitos con los ojos cerrados imaginando al linebacker corriendo por el campo dribando a los defensas del equipo contrario, mientras yo sigo ahí trabajando en su entrepierna esperando el momento en el que, definitivamente, pueda hacerlo y arrancar de una vez de un gran bocado ese trozo de carne caliente y tersa mientras se corre.

Published in: on noviembre 27, 2008 at 11:37 pm  Comments (6)  
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Abrazos

18 de julio 2008

Sabía lo que ocurriría en cuanto la abrazara; siempre pasaba lo mismo. Había probado todo tipo de estrategias amatorias y puesto en práctica los consejos de sus amigos, pero indefectiblemente tras el primera abrazo ellas caían dormidas en la cama poniendo el cierre a cualquier posibilidad de sexo.

Aquella noche, como tantas otras, la observaba dormir a su lado, rendida a un sueño apacible, desnuda, en su cama. Aquella era especialmente guapa: un largo cabello rubio caía desordenado a ambos lados de la almohada y sus pechos aún excitados se intuían bajo las sábanas.

Morfeo imaginaba, una noche más, cómo sería el sexo tras ese primer abrazo.

Published in: on agosto 7, 2008 at 12:33 am  Deja un comentario  
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Cruzados

1 de junio 2008

Ella buscaba sexo fácil; alguien con quien compartir esa noche lluviosa de cuarenta de mayo. Sin complicaciones, amor sin desayuno, alguien que le ayudase a olvidar aquel día infernal de reuniones, exceso de trabajo y marrones aplazados de la víspera.

Él acababa de dejarlo con su novia. Seis años de aparente amor sin fisuras, de repetidos besos de buenas noches y caricias de fotografía, que se acababan de desvanecer con la excusa de un «Nos tenemos que dar un tiempo. Y luego se verá».

Avanzaban por San Felipe, direcciones convergentes, uno frente al otro cuando sus miradas se cruzaron.

-¿Tienes fuego? -preguntó ella.

-Estoy helado, -contestó él.